miércoles, 24 de octubre de 2012

Los Pilares de la Pansofía (PHILEAS DE MONTEXESTO) 6


Las cosas que no te atañen
Epicteto


El progreso espiritual nos exige hacer hincapié en lo esencial y hacer caso omiso de todo lo demás, ya que sólo se trata de trivialidades que no merecen nuestra atención. Además, en verdad es bueno que nos consideren estúpidos e ingenuos en relación con los asuntos que no nos atañen. No te preocupes por la impresión que causes en los demás. Están deslumbrados y engañados por las apariencias. Sé fiel a tu objetivo. Sólo así reforzarás tu voluntad y darás coherencia a tu vida.

Abstente de intentar granjearte la aprobación y la admiración de los demás. Tu camino va más arriba. No anheles que te consideren sofisticado, único o sabio. De hecho, debes recelar cuando los demás te vean como alguien especial. Ponte en guardia contra la presunción y la vanidad.


Mantener la voluntad en armonía con la verdad y preocuparse de lo que escapa al propio control son acciones que se excluyen mutuamente. Cuando estés absorto en una, descuidarás la otra. (8) 


Cuento: ¿Hasta cuándo dormido?


Era un pueblo de la India cerca de una ruta principal de comerciantes y viajeros. Acertaba a pasar mucha gente por la localidad. Pero el pueblo se había hecho célebre por un suceso insólito: había un hombre que llevaba ininterrumpidamente dormido más de un cuarto de siglo. Nadie conocía la razón. ¡Qué extraño suceso! La gente que pasaba por el pueblo siempre se detenía a contemplar al durmiente.

Pero, ¿a qué se debe este fenómeno? –se preguntaban los visitantes. En las cercanías de la localidad vivía un eremita. Era un hombre huraño, que pasaba el día en profunda contemplación y no quería ser molestado. Pero había adquirido fama de saber leer los pensamientos ajenos.

El alcalde mismo fue a visitarlo y le rogó que fuera a ver al durmiente por si lograba saber la causa de tan largo y profundo sueño. El eremita era muy noble y, a pesar de su aparente adustez, se prestó a tratar de colaborar en el esclarecimiento del hecho. Fue al pueblo y se sentó junto al durmiente. Se concentró profundamente y empezó a conducir su mente hacia las regiones clarividentes de la consciencia. Introdujo su energía mental en el cerebro del durmiente y se conectó con él. Minutos después, el eremita volvía a su estado ordinario de consciencia. Todo el pueblo se había reunido para escucharlo. Con voz pausada, explicó:

-Amigos. He llegado, sí, hasta la concavidad central del cerebro de este hombre que lleva más de un cuarto de siglo durmiendo. También he penetrado en el tabernáculo de su corazón. He buscado la causa. Y, para vuestra satisfacción, debo deciros que la he hallado. Este hombre sueña de continuo que está despierto y, por tanto, no se propone despertar. (9)

En el Sendero Iniciático el discípulo tendrá que enfrentarse a cuatro dragones: el basilisco (Tierra), la serpiente escamosa (Agua), el dragón alado (Aire) y la bestia de fuego (Fuego). Simbólicamente debe matarlos y –como Sigfrido– bañarse con su sangre para adquirir el dominio de cada elemento, convirtiéndose finalmente en Maestro de los Cuatro Elementos.

En la tradición oriental del Mahabharata, la guerra interior se representa con el campo de batalla de Kurukshetra, donde Krishna instruye a su discípulo Arjuna.



La Sala de Oriente y Occidente
(Tercera estancia)


“En el mundo abundan las distintas religiones, cada una dirigida a diferentes personas y épocas. La palabra “religión” deriva de un término latín cuyo significado raíz es “re-unir”. De este modo, las diferentes religiones re-unen, de diversas formas, a sus seguidores con la fuente última de vida, como quiera que la llamemos: lo Absoluto, Dios, la Realidad divina, o nombres similares”. (John Algeo)

“Reunir lo disperso”

Al ingresar en la siguiente estancia del santuario pansófico encontrarás una nueva placa de piedra donde se halla inscrito el antiguo axioma “Ad dissipata coligenda”, esto es: “reunir lo disperso”. Un águila bicéfala preside la escena, mientras que el dios romano Jano muestra sus dos rostros, dos aspectos de una misma realidad.

En las culturas primordiales, reunidas en torno a un centro sagrado, toda disciplina, todo oficio, toda actividad humana, se manifestaba como una imitación de las conductas divinas. Dicho de otro modo, en las sociedades míticas de tiempos pretéritos, todos los hombres desempeñaban roles sociales complementarios de acuerdo a sus aptitudes, sintiéndose parte de un todo integral armónico, el cual brindaba un sentido trascendente a sus vidas. El ser humano, al alejarse progresivamente de ese “centro primordial” fue olvidando su origen sagrado y se fue enterrando cada vez más en el materialismo, dispersándose y estableciendo barreras que lo fueron alejando de ese núcleo espiritual.

Mientras la humanidad protagonizaba este alejamiento –que en lenguaje judeocristiano suele denominarse “la caída”– un conjunto de hombres sabios trató de mantener viva la llama de la sabiduría tradicional, un conocimiento ancestral y profundo, una Filosofía Perenne y atemporal: una Pansofía.

Según la tradición esotérica, existe una Doctrina-Madre, una ciencia sagrada primordial, conocida también como Brahma Vidya, Gnosis, Filosofía Perenne o Teosofía, que remonta sus orígenes a estos tiempos inmemoriales en los que el hombre y la mujer estaban en comunión con los dioses. Esta ciencia tradicional iniciática, que se ha presentado de diferentes maneras a los seres humanos dependiendo del momento histórico y cultural, posee las claves necesarias para que el hombre despierte de su letargo, tome conciencia de su exilio y decida, de una vez por todas, regresar al punto de origen y “re-integrarse”.

La Doctrina-Madre reconcilia todas las diferencias aparentes entre las diversas religiones y filosofías, encontrando “Unidad en la Diversidad”. Siendo así, y entendiendo que existe una ciencia arcana y primordial, podemos comprender también que los grandes Maestros de la humanidad, desde Buddha a Cristo, pasando por Krishna, Mahoma, Quetzalcóatl, Zoroastro, Orfeo, Sánkara, Gurú Nanak, Baha’u’lláh o Lao-tsé, han sido los mensajeros de las enseñanzas tradicionales de la Sabiduría Antigua, adecuándolas a las diferentes culturas y períodos históricos.

Al enfrentarse a una doctrina espiritual tradicional, el estudiante debe considerar que la misma siempre posee dos aspectos que son inseparables y que aparecen como opuestos y a la vez complementarios. Estos dos aspectos reciben el nombre de “exotérico” y “esotérico”.

Lo esotérico es interno, invisible y esencial, mientras que lo exotérico es externo, visible y superficial, por eso se dice que el verdadero filósofo sabe ver “más allá de lo evidente”, traspasando la barrera ilusoria de la corteza. Si logramos educar y perfeccionar esta “visión profunda” de los símbolos, las ceremonias y las enseñanzas, estaremos bebiendo directamente de la fuente y comprenderemos la esencia y el cometido profundo de las mismas.

Lo esotérico le da validez y sentido a lo exterior y visible. Una ceremonia religiosa donde el oficiante y los feligreses desconocen el valor interno de la misma podrá ser estéticamente muy vistosa e incluso emocionante, pero en el fondo no dejará de ser una parodia intrascendente, un espectáculo hueco para hombres dormidos.

“Si quieres el hueso, debes romper la corteza” (Eckhart)

Mientras que lo exotérico puede cambiar dependiendo del lugar y del momento, lo esotérico permanece inmutable. Mientras que la enseñanza primordial de la Filosofía Perenne es muy antigua y se mantiene sin cambios, la presentación de la misma se adapta de variadas formas a las diversas culturas y períodos de tiempo. Por esta razón, aunque los símbolos tengan muchísimas formas de presentación, el contenido tiene el mismo sustento y siempre nos lleva a la unidad.

Federico González alega que “mientras lo exotérico nos muestra lo múltiple y cambiante, lo esotérico nos lleva hacia lo único e inmutable” (10), mientras que Fritjof Schuon señala que “el esoterismo no ve las cosas tal y como aparecen según una cierta perspectiva, sino tal y como son: él da cuenta de lo que es esencial y por tanto invariable bajo el velo de las diversas formulaciones religiosas, a la vez que toma necesariamente su punto de partida en una determinada formulación”. (11)

Entonces, debemos considerar al esoterismo como la “piedra de toque” que reconcilia a los opuestos supuestamente incompatibles, al igual que la vara que regaló Apolo al dios Mercurio (el caduceo), que tenía el maravilloso poder de poner fin a todas las disputas.

En nuestros días podemos acceder con cierta facilidad a miles de documentos “esotéricos” y “seudo-esotéricos”, sin embargo –aun en la sobredosis informativa moderna– la Sabiduría Arcaica permanece oculta a aquellos que no saben ver más allá de lo evidente y que no son dignos de hollar el Sendero, ya que un estilo de vida incompatible con el Sendero Iniciático les imposibilita cualquier avance.

En el pasado, y desde una perspectiva eurocentrista, el mundo se solía dividir en dos mitades: Oriente y Occidente. Mientras que los romanos saludaban al sol con la clásica expresión “Ex Oriente Lux”, iniciando la tradición por la cual “la luz viene de Oriente”, los cristianos primitivos interpretaron esta misma idea focalizándose en el origen oriental de Cristo, orientándose hacia Jerusalén para rezar. (12)

Este es el origen conceptual de dos vertientes del esoterismo: uno occidental y otro oriental, representados por el Cristo (el “ungido”), que representa el arquetipo espiritual de Occidente y por el Buddha (el “iluminado”), que simboliza el arquetipo espiritual oriental. Ambos maestros son la aspiración máxima, el modelo a seguir y –desde una perspectiva interna– representan lo mismo.

La unión de los Misterios Menores (Arte Real) con los Misterios Mayores (Arte Sacerdotal) se representa tradicionalmente con la figura de un Rey-Sacerdote, siendo Melquisedec uno de los referentes históricos más antiguos. En Camelot, esta función es compartida por Arturo como Rey y Merlín como Sacerdote.

El Cristo como el arquetipo espiritual de Occidente. (Fuente: “The Peace is Coming”, Jon Mc Naughton)

El Buddha como el arquetipo espiritual de Oriente. (página opuesta) -

El mismo concepto es transmitido a través del simbolismo, donde se establece una correspondencia de la rosa y el loto con el sendero crístico y búddhico respectivamente:

El loto oriental es una planta que hunde sus raíces en el fango, en la oscuridad del estanque, pero que se abre paso y se desarrolla hacia la luz, ascendiendo a la superficie del agua y abriendo sus hermosos pétalos al sol.

Este proceso representa el sendero espiritual, es decir la pureza que surge de entre la inmundicia, desde la materia más grosera a la luz más excelsa.



Del mismo modo, el hombre con una existencia material y corruptible, puede imitar al loto y elevarse hacia la trascendencia. En las antiguas escrituras de la India se expresaba esta idea con la petición: “De la oscuridad, conducidme a la luz. De la muerte, llevadme a la inmortalidad”. (13)

La rosa occidental también se presenta como una alegoría del camino espiritual, con un tallo largo cubierto de espinas (símbolo de las dificultades del sendero) hasta lograr una magnífica flor roja que abre sus pétalos a la luz. Tanto las espinas como el color rojo aluden al sacrificio y la sangre, relacionados con el Cristo.

Los aspirantes y discípulos que siguen las sendas de Cristo o de Buddha son conscientes de que la única forma de alcanzar la trascendencia es “sintonizándose” con el arquetipo divino, haciéndose uno con él, esto es: haciendo nacer al Maestro en su propio corazón. Esta sintonía se logra a través del trabajo interior, construyendo un puente simbólico con dos vías complementarias de conexión: la Meditación y la Oración.

Mientras que, a través de la Meditación nosotros callamos y Dios nos habla, en la Oración, por el contrario, Dios calla y nosotros hablamos.

Ciertamente, utilizando estas vías podemos entrar en comunicación directa con nuestro Maestro, y las dos son efectivas si se realizan de forma consciente y en silencio. En este sentido vale la pena aclarar que “orar” no significa “pedir” y que “meditar” no significa “evadirnos de la realidad”.
 
Estas dos vías (la oración y la meditación) son medulares en todas las tradiciones espirituales y se complementan con una tercera: el estudio de los textos sagrados. En este sentido, tenemos que:
Dios nos habla mediante la MEDITACIÓN
Dios nos escucha mediante la ORACIÓN
Dios nos escribe mediante sus TEXTOS SAGRADOS
 
“Si Jesús naciera mil veces en Belén, pero no nace en tu corazón, de nada te serviría” (Angelus Silesius)
 

Resumen de la Sala de Oriente y Occidente

 
* Existe una Doctrina-Madre que reconcilia todas las diferencias aparentes entre las diversas religiones y filosofías, transmitida de generación en generación por maestros e instructores.
* Toda doctrina espiritual tradicional posee dos aspectos que son inseparables y que aparecen como opuestos y a la vez complementarios: lo “exotérico” y lo “esotérico”.
* Lo esotérico es interno, invisible y esencial, mientras que lo exotérico es externo, visible y superficial. Lo esotérico le da validez y sentido a lo exterior y visible.
* La comunicación con nuestro Maestro Interior se logra a través de dos vías complementarias: la meditación y la oración.