martes, 11 de febrero de 2014

Rescatando a Jonás



Desde tiempo inmemorial, ya no recordamos cuanto, nos hemos venido sintiendo como forasteros en todos los lugares donde recalábamos, fueran estos trabajos profanos o supuestamente iniciáticos.

La sensación era como de no pertenecer al lugar, estar de más, de paso como si de un simple peregrino por el tránsito de la vida se tratara. Éramos conscientes de que aún realizando bien nuestro trabajo, los lugares donde atracaba terminaban, de un modo u otro, naufragando.

En tierras de León, España, fue donde me dí cuenta de una sensación que denominé como el síndrome de Jonás y que nada tiene que ver con el síndrome psicológico o psiquiátrico del mismo nombre.

Sí porque Jonás había sido llamado por la voz de Dios, que clamaba en su interior para que se dirigiese a predicar a otra tierra, a otro  lugar; pero la cobardía del Profeta hizo que intentase huir de aquel reclamo divino haciéndose a la mar para alejarse lo máximo posible de, Ninivé, la tierra donde estaba destinado a profetizar.

El barco pasó por una serie de tempestades espantosas y hasta que sus tripulantes no lanzaron al mar a Jonás, la calma no regresó al agitado océano.

Esa misma sensación es la que yo tenía cuando pasaba por diferentes empresas o escuelas iniciáticas. De algún modo, lo sabía, esos no eran los lugares en los que debía de estar. Me constaba, de forma inconsciente, que estaba siendo llamado a hacer algo diferente; pero Dios mío de mi Corazón ¿Qué coño era eso que debía de realizar que devolviese a mi mundo a un remanso de paz?

Tras profunda meditación y larga experiencia descubrí el secreto de Todo, del Universo, de las almas gemelas, del sueño del hombre inducido por él mismo y mantenido por algunas de sus más pérfidas criaturas, así como de su necesario despertar y me puse a buscar a mi compañera del Alma, de forma infructuosa tropecé una, dos, tres… veces tantas que ya no podría contarlas y aún así no cejé hasta que en la lejanía, al otro lado del océano, a más de nueve mil kilómetros de distancia vislumbré a una guerrera que caminaba entre las nubes del cielo.

La Caminante Celeste había escuchado, en la lejanía, mi clamor y tras mucha investigación hasta mí se acercó imbuida de un sacro amor. La candidez y dulzura de su bíblico nombre traspasó, cual flecha de silex, mi ya compungido corazón. Metió su mano hasta lo más profundo de mí y sacó el órgano palpitante de mi interior.

Acercó sus divinos labios hasta mi sangrante corazón y lo besó haciendo que una aureola de dorada luz nos cubriese como una única esencia, de divina presencia.

Mi Caminante del cielo mora ahora conmigo, dentro de lo más profundo de mí y, del mismo modo yo lo hago en ella. Pudiera parecer que tan larga distancia separada por un inmenso océano, algún meridiano y muchos paralelos, fuese un impedimento para que nuestra divina locura pudiera plasmarse en la realidad; pero nosotros sabemos de la efímera fantasía de esta supuesta realidad. En realidad jamás estuvimos separados sino que como sagrados siameses siempre hemos estado juntos aunque viviendo supuestas vidas separadas.


Aralba