Aquellos que alguna vez han puesto seriamente en duda la realidad del mundo  –y de su propia cordura–  siempre regresarán a Philip K. Dick y a Robert Anton Wilson. Dick y Anton Wilson comparten una rara característica, ambos fueron capaces de explorar los límites de aquello que llamamos “la realidad” y de aquello que la determina y construye –la percepción, la mente humana– sin perder el sentido del humor y sin creer en sus apariciones, en su propia fantasmagoría. Tomar fuertes dosis de drogas psicodélicas, practicar actos de magia ritual, leer textos esotéricos, escuchar voces de seres de las estrellas en la cabeza y simplemente considerar la más amplia gama posible de visiones del mundo, puede fácilmente provocar la esquizofrenia,  el viaje de ego de la iluminación o sumirte en un profundo desden. Pero si lo haces con apertura, talento y sinceridad puede también dotarte de una profunda sabiduría socrática, de un agnosticismo encantador, de una capacidad de navegar todo tipo de bandas de realidad y experimentar la vida en toda su pluralidad y plenitud incierta.

No es exagerado decir que estos dos entrañables escritores son chamanes de la era de la información. La tribu global predicha por McLuhan necesita de guías exploradores que se aventuren al saturado mundo de los espíritus de la información para abrir los senderos en la selva del Logos, y que regresen sin el aura hierática de la autoridad religiosa y del dogma. Lo sagrado consiste actualmente menos en la revelación de la verdad que en su  entredicho y estremecimiento: no se trata de otorgar una visión divina, sino de permitir que alguien vea las cosas desnudas de conceptos. O si eso es imposible, si no podemos ver el bosque sin proyectar en él  la sombra de nuestra historia mental, al ver el bosque ver también nuestra proyección: los bits y el psi que bailan en las ramas.

Tim Leary en ocasiones se autoconcebía como un Sócrates electrónico; la analogía aplica a la premisa de la duda y al cuestionamiento de la autoridad que buscó Leary en su vida. Philip K. Dick, tuvo una obsesión, cuestionar la naturaleza de la realidad. Y escribió como nadie novelas-metáforas de mundos simulacros. La obsesión de Robert Anton Wilson, gran amigo de Leary, fue el acto de observación, cómo al creer en algo la mente crea una realidad, asume que el mundo es de tal forma, sin reparar en el instumento con el que observa esa supuesta forma real: su mente. Las comparaciones son odiosas, pero hay algo en estos dos escritores de los grandes filósofos griegos que, en su momento, pusieron en duda la realidad del mundo y gestaron una nueva mirada.

En el curso de la exploración psiconáutica de Anton Wilson y de Philip K. Dick, ambos, como era de esperarse, tuvieron momentos inquietantes y delirantes, y en el caso de Phillip K Dick francamente de locura clínica (aunque ésta coqueteando siempre con la iluminación gnóstica, la anamnesis). Particularmente ambos compartieron un episodio en el que creyeron ser sujetos de una comunicación interestelar que les revelaba importante información sobre la naturaleza secreta del mundo. Robert Anton Wilson y Philip K. Dick, coetáneos y por momentos coterráneos, no sólo se leyeron (para su admiración mutua), en algún momento de la historia, Bob y Phil, se sentaron a platicar, bajo la sombra de un gran plátano holográfico, Bob fumando porros y Phil un poco paranoico, sin fumar (podemos imaginar). Así lo cuenta Robert Anton Wilson:

Phil Dick y yo tuvimos una larga conversación una tarde en Santa Rosa, y fue solamente un año después que descubrí que habíamos tenido experiencias similares al mismo tiempo, las cuales nos dejaron a ambos preguntándonos si habíamos sido contactados por Dios, el diablo, una forma de vida extraterrestre de la estrella Sirio o un maligno parapsicólogo trabajando para la CIA o la KGB, o si nos habíamos vuelto temporalmente locos.  Luego me di cuenta que esta conversación con Phil había sido un intento por ver qué tan loco estaba. Si no estaba loco, había una oportunidad de que él tampoco estuviera loco. Pero si yo estaba loco, esto incrementaba la posibilidad de que él estuviera loco. Él aparentemente decidió que yo estaba lo suficientemente cuerdo para que él posiblemente estuviera cuerdo también, así que empezó a publicar sus experiencias, las cuales están ahora en varios libros: Valis, The Divine Invasion, The Transmigration of Timothy Archer, Radio Free Albemuth  y la Exegesis. Mis recuentos de estas experiencias similares están en  Cosmic Trigger Vol. 1.

Es difícil decir hasta que punto ambos escritores  influyeron en sus obras, pero sabemos que Dick había quedado fascinado con Cosmic Trigger: “Wilson logró revertir toda polaridad mental en mí, como si me hubieran jaloneado por el infinito. Estaba perplejo y deleitado”, dijo Dick. Robert Anton Wilson sabemos era un entusiasta de las novelas de Philip K. Dick, especialmente VALIS, una obra que parece usar la psicología cuántica de Anton Wilson, mirando un mismo fenómeno desde una perspectiva multimodal y siempre concediendo la posibilidad de que fuera su propia mente la responsable de hacer surgir una serie de extrañísimos fenómenos cósmicos. Horselover Fat, con su sincera esquizofrenia, es un personaje que podría habitar también en el universo literario de RAW.

Para concluir quisiera comentar una última analogía. Tanto Anton Wilson, partiendo de una filosofía agnóstica, como Phillip K. Dick desde una filosofía gnóstica, mantuvieron que la creencia es el surtidor de la ilusión mundana (con creencia podemos entender algo que es generado en la mente pero que se toma como real e independiente de la mente). Decía Philip K. Dick que “la realidad es aquello que persiste cuando dejas de creer en ella”, sugiriendo que el mundo que experimentamos esta contaminado de la ilusión de las creencias. Robert Anton Wilson exhortaba a no creer en nada, puesto que “la creencia es la muerte de la inteligencia”. Aunque Dick fue una persona religiosa, su incesante escrutinio de la realidad, le permitió cuestionar radicalmente su propia fe y como pocas personas en la historia de la humanidad el dogma cristiano y la naturaleza misma del mundo, hasta incluso negar su existencia. “El mundo fenoménico no existe; es una hipóstasis de la información procesada por la Mente”, afirmó en el Tractates Cryptica Scriptura, Aunque Dick postuló una serie de extrañas teorías y exégesis de la verdadera historia del mundo, su única convicción duradera fue que se debía de investigar a fondo la estructura misma del mundo, como si hubiera algo sospechoso, una especie de olor a pescado metafísico que delatara el artificio del demiurgo. 
Twitter del autor:@alepholo