En la conferencia anterior hemos descrito la región y los mundos por los cuales el hombre debe pasar después de la muerte, al haberse desprendido en el kama-loka o, como lo llama la teosofía rosicruciana, en el mundo elemental, de todo aquello que todavía le ata al instrumento físico de este mundo. Además hemos descrito lo que se denomina el Rupa-devachan, o la región que se ha llamado el mundo celeste o mundo espiritual.
Hemos visto que éste, el mundo de los Espíritus como tal, tiene una característica cuaternaria, lo mismo que nuestro mundo físico. Allí tenemos la región continental, la que está impregnada de una región oceánica y fluvial; pero mejor la comparamos con la forma de la circulación sanguínea del organismo humano. Hemos visto que en el devachan, como analogía correspondiente a la atmósfera de nuestra tierra, también se encuentra en la llamada región aérea todo aquello que vive y se expresa como alegría y pena, como dolores y opresiones en el alma de los seres del mundo físico, ciertamente en forma mucho más extendida, puesto que allí también viven otros seres los que no están encarnados en cuerpos físicos.
Finalmente hemos visto que en la cuarta región se encuentran los prototipos de lo que tiene un carácter original, desde la más insignificante ocurrencia hasta lo más grandioso y sublime de lo que realizan el inventor y el artista. Allí arriba tenemos los impulsos que verdaderamente conducen al progreso de nuestra Tierra. Además de dichos componentes del mundo espiritual como tal, encontramos igualmente la que une nuestra Tierra con mundos todavía más altos. Hasta ahora sólo hemos descubierto lo que meramente se relaciona con la evolución de la Tierra, pero no lo que la trasciende. Quien alcance la iniciación llegará a conocer lo que nuestra Tierra ha sido en todo el pasado, lo que ella será y lo que la une con otros mundos dentro de nuestro sistema solar.
Ante todo tiene importancia lo que se nos presenta en el devachan, en el llamado mundo de la razón. Me refiero a lo que estamos acostumbrados a llamar la Crónica del Akasha. Ciertamente la misma no se produce en el devachan, sino en una región todavía más alta, pero si se llega hasta el devachan, es posible el comienzo de la visión de lo que se llama la Crónica del Akasha.
¿Qué es la Crónica del Akasha? Nos formamos una idea correcta de la misma si nos decimos que todo cuanto en la Tierra o de otro modo acontece en el mundo, hace una impresión duradera en ciertas esencias sutiles, impresión que el consciente que haya pasado por una iniciación puede hallar. No se trata de una crónica común, sino que la misma puede caracterizarse como llena de vida. Supongamos que un hombre haya
vivido en el primer siglo de nuestra era. Lo que en aquel tiempo él ha pensado, sentido, intentado, lo que se ha transmitido en sus acciones, no se ha borrado, sino que se ha conservado imprimiéndolo en dicha esencia sutil, donde el vidente lo puede "ver".
Ciertamente no lo ve como si existiera escrito en un libro de historia, sino en la forma como ha acontecido. En esas imágenes espirituales se puede ver como uno se mueve, lo que ha hecho, como ha realizado un viaje, por ejemplo. Igualmente se pueden percibir los impulsos volitivos, los sentimientos, los pensamientos. Pero no hay que imaginarse que tales imágenes se presenten como si fueran copias de las personalidades físicas en este mundo; no es así. Para decirlo mediante una ilustración sencilla: si se mueve la mano, la voluntad del hombre se expresa en toda la mano en movimiento, hasta en las partes más pequeñas, y se puede ver esta fuerza de voluntad que así se esconde. Lo que aquí actúa en nosotros espiritualmente y que fluyó en lo físico, se lo percibe allí en lo espiritual.
Por ejemplo, si buscamos a Julio César, podremos observar todo lo emprendido por él. Pero hay que tener presente que en la Crónica del Akasha más bien podemos ver los pensamientos de César. Cuando él se propuso hacer algo, se observa toda la sucesión de sus decisiones volitivas hasta el punto en que la acción se realizó en la vida. No es fácil averiguar en la Crónica del Akasha un acontecimiento concreto; para ello hace falta partir de algo sucedido exteriormente. Cuando el vidente, para observar algo relativo a César, parte de un dato histórico a este respecto, encontrará fácilmente lo demás. A pesar de que los datos históricos no siempre son exactos, a veces pueden resultar útiles. Cuando el vidente se remonta hasta César, realmente percibe de un modo espiritual la persona actuante de César, como si estuviese presente y le dirigiese al vidente la palabra. Sin embargo, si un hombre es capaz de tener ciertas visiones, sin tener conocimientos exactos con respecto a los mundos superiores, puede ser que llegue a los más cuestionables resultados, cuando dirige la mirada al pasado.
Si bien la Crónica del Akasha se encuentra en el devachan, se extiende no obstante hacia abajo hasta en el mundo astral, de modo que frecuentemente se pueden descubrir imágenes de la misma en forma de un espejismo, pero éstas suelen presentarse incoherentes e inexactas, lo que se debe tener en cuenta, cuando se hacen investigaciones del pasado. A lo peligroso de tales confusiones voy a aludir mediante un ejemplo. Si en la investigación de la evolución terrestre los indicios de la Crónica del Akasha nos remonta a los tiempos de la Atlántida antes del gran cataclismo que la sumergió, podemos estudiar los acontecimientos respectivos. Los mismos se repitieron más tarde, pero en otra forma.
En la Alemania del Norte, en Europa Central, en dirección de la Atlántida hacia el Este, mucho tiempo antes de nuestra era y antes de que el cristianismo se hubiese extendido desde el Sur hacia el Norte, tuvieron lugar acontecimientos a modo de repetición de los de la Atlántida. Sólo más tarde, por las influencias desde el Sur, la población se hizo independiente. He aquí un ejemplo que muestra cuán fácilmente se puede caer en errores, pues al observar las imágenes astrales de la Crónica del Akasha en vez de las del devachan, puede suceder que las repeticiones de los antiguos sucesos atlantes se confundan con estos últimos. Esto ocurrió realmente en los relatos sobre la Atlántida de Scott-Elliot, los que efectivamente concuerdan con las imágenes astrales, pero no con las de la verdadera Crónica del Akasha en el devachan. Hacía falta decirlo, pues en el instante en que se reconoce dónde está la fuente de los errores, se sabrá hacer la verdadera valoración de lo expuesto.
Otra fuente de error puede aparecer si se toman en consideración los relatos de un médium. Las personas de adecuados dones mediumísticos pueden percibir la Crónica del Akasha pero en la mayoría de los casos meramente sus reflejos astrales. En la Crónica del Akasha hay algo singular. Si en ella se busca a un hombre, su actitud será comparable con la de un ser viviente. En tal caso Goethe responderá no solamente con palabras pronunciadas en su vida terrenal, sino que dará respuestas en sentido goetheano, e incluso puede suceder que Goethe recite versos en su estilo y sentido, pero versos que él mismo no ha escrito. La imagen del Akasha es tan viva que continúa obrando originariamente en el sentido del hombre respectivo. Por esta razón puede suceder que se confunda la imagen con el hombre mismo. El médium cree que se le aparece el difunto viviendo en espíritu, a pesar de que sólo se trata de la imagen astral del Akasha. Puede darse el caso de que César ya viva reencarnado en la Tierra, mientras su imagen contesta en una sesion espiritista.
Pero no se trata de la individualidad de César sino de la impresión duradera de la imagen de César depositada en la Crónica del Akasha. Esto conduce a los errores en las sesiones espiritistas. Debemos hacer distinción entre lo que subsiste como imagen del hombre en el Akasha y lo que continúa desarrollándose como individualidad. Son aspectos sumamente importantes.
Al haber abandonado el kama-loka, el hombre se ha desacostumbrado a todas las acciones y funciones para las cuales necesita los instrumentos físicos; él entra entonces en la región que acabo de describir. El período que ahora comienza para él, es de extraordinaria importancia. Es preciso tener bien presente lo que entonces acontece para el hombre.
Todo lo que antes el hombre sólo había pensado, sus sentimientos y pasiones, todo lo experimentado en la Tierra, se le presenta en el devachan en forma de las cosas que ahora están a su derredor. Primero percibe el propio cuerpo físico en forma de su arquetipo. Así como aquí en la Tierra caminamos sobre rocas, piedras, montañas, así también se pasa en el devachan sobre todas las formaciones que existen aquí en el mundo físico; quiere decir que allí se camina incluso sobre su propio cuerpo físico.
Es precisamente un rasgo característico para el hombre después de la muerte el hecho de que tenga su propio cuerpo físico como un objeto fuera de sí mismo, pues esto le hace conocer que del kama-loka ascendió al devachan. Aquí en la Tierra, él dice a su cuerpo: "esto lo soy yo." Allí lo ve y dice: "esto lo eres tú." La filosofía Vedanta ordena que sus discípulos ejerciten meditativamente las palabras' "esto lo eres tú ", a fin de que a través de tales ejercicios sepan decir a su cuerpo: "esto lo eres tú." Además se percibe a su derredor todo lo vivido en la Tierra. Si aquí el hombre siente venganza, falta de amor, toda clase de sentimientos malos hacia sus semejantes, todos estos sentimientos malos los percibe como una nube fuera de sí mismo, y esto resulta ser una advertencia para él.
Aprenderá qué significación y qué efecto tiene todo eso aquí en nuestro mundo. Es preciso tener claramente presente lo que de dicha manera se realiza para el hombre. Contemplemos a este respecto al hombre físico aquí en la Tierra. ¿Cómo se formaron sus órganos, por ejemplo, los ojos? Hubo un tiempo en el que todavía no existieron los ojos. El ojo se formó por la luz. La luz plasmó el ojo, sacándolo de la organización física, de modo que la luz es la causa del ojo. De este modo las cosas en torno nuestro crean los órganos del mundo físico. En la Tierra crean órganos en substancias y cuerpos físicos; en el devachan las cosas que nos circundan influyen y obran sobre nuestro ser anímico, de modo que todo lo que aquí el hombre ha tenido como sentimientos buenos y malos, se halla en el devachan a su derredor, influye sobre su alma y crea así los
órganos anímicos.
De un hombre que aquí ha sido bueno viven después las buenas cualidades en el aire del devachan, y las mismas actúan en lo espiritual, creando órganos. Estos últimos obran como arquitectos, como escultores para la formación del nuevo cuerpo físico correspondiente a un nuevo nacimiento. Lo que el hombre tenía en su interior y que en el devachan aparece exteriormente, trabaja de dicha manera para preparar el próximo nacimiento; va preparando las fuerzas que forman el nuevo cuerpo humano.
Pero no hay que creer que en el devachan el hombre no tiene que hacer otra cosa que lo referente a sí mismo; por el contrario, tiene que hacer allí muy importantes trabajos. Podemos llegar a comprenderlo, si consideramos la evolución de la Tierra, dentro de un período breve. Si nos remontamos pocos milenios tenemos que decirnos que determinados territorios de entonces estaban bien distintos de como están ahora. En el pasado había otras plantas, otras formas de animales e incluso otro clima. La superficie de la Tierra va cambiando constantemente en cuanto a lo que produce la naturaleza. En Grecia, por ejemplo, ya no podría generarse lo que crecía en el suelo de la Grecia antigua. La evolución de la Tierra tiene lugar precisamente por el hecho de que su aspecto cambia continuamente.
Pasa mucho tiempo desde la muerte de un individuo hasta que vuelva a nacer; y cuando él aparezca nuevamente en la Tierra, no encontrará lo de antes. El hombre debe experimentar algo nuevo, y debido a ello no vuelve a nacer en la misma configuración de la Tierra; él permanece en las regiones espirituales hasta que la Tierra pueda ofrecerle territorios totalmente nuevos. Esto tiene fundada razón, pues el hombre aprende algo enteramente nuevo, y a raíz de ello se desarrolla en un nuevo sentido. Un muchacho de la Roma antigua, por ejemplo, no vivía como un escolar de ahora. Cuando volvamos a nacer, se nos presentarán condiciones bien distintas; y así nos desarrollamos de encarnación en encarnación. Mientras el hombre está en las regiones que acabo de describir cambia continuamente la faz de la Tierra.
Podemos preguntar: ¿A quién se debe esto, quién cambia la fisonomía de la Tierra? y esto nos conduce a la vez a contestar la pregunta: ¿Qué hace el hombre en el curso del referido tiempo? Bajo la conducción de entidades superiores el hombre mismo, desde los mundos espirituales, se dedica a la transformación de la Tierra. Los hombres mismos realizan este trabajo entre la muerte y un nuevo nacimiento. Cuando ellos vuelven a nacer, encuentran la faz de la Tierra cambiada, la encuentran en una configuración a la que ellos mismos contribuyeron. Todos nosotros hemos trabajado de esta manera.
A la pregunta: ¿dónde está el devachan, el mundo espiritual?, he de contestar: permanentemente está en torno nuestro. Realmente es así; y esto quiere decir que las almas de los hombres fuera de sus cuerpos también están alrededor de nosotros. Ellas trabajan en derredor nuestro. Mientras nosotros construimos ciudades y máquinas, los hombres que viven entre la muerte y un nuevo nacimiento, trabajan desde la región espiritual que se halla alrededor de nosotros.
Si como videntes los buscamos y si no percibimos la luz meramente con los sentidos, encontraremos a los difuntos dentro de la luz. La luz en que estamos envueltos, forma el cuerpo de los muertos; ellos tienen un cuerpo tejido de luz. La luz que envuelve la Tierra es substancia de los seres que viven en el devachan. Si percibimos una planta que se nutre de la luz solar, resulta que ella recibe no solamente la luz física sino también el resultado del trabajo de seres espirituales y entre ellos están también dichas almas humanas. Ellas mismas irradian como luz sobre las plantas, se ciernen en torno de ellas como seres espirituales. Observando las plantas con el ojo espiritual, decimos: la planta se regocija del influjo de los hombres muertos, los que se ciernen en torno de ella y obran y tejen en la luz a su derredor.
Y si ahora observamos que la vegetación de la Tierra cambia y si preguntamos: ¿quién lo ha causado?, hemos de decir: en la luz que envuelve nuestra Tierra obran los difuntos; esto pertenece verdaderamente al devachan. En este reino de la luz entramos después del período del kama-loka. Se trata de una verdad concreta. Sólo sabe algo del devachan en el sentido de la teosofía rosicruciana quien sepa indicar dónde realmente se encuentran los hombres muertos.
Al desarrollarse el ojo del vidente, él suele hacer una percepción singular. Si él se interpone ante el Sol, su cuerpo detiene la luz y echa una sombra; y si él entonces dirige la mirada sobre esta sombra, esto constituye muchas veces el primer instante de percibir el espíritu. El cuerpo detiene la luz, pero no al espíritu, de modo que en la sombra del cuerpo se puede descubrir al espíritu. Esta es la razón por la cual algunos pueblos primitivos, los que siempre han tenido cierta clarividencia, llamaban también alma a la sombra, diciendo: sin sombra es como sin alma. Una novela de Adalbert van Chamissa se basa inconscientemente en la idea de que el hombre que ha perdido su sombra, también ha perdido su alma, y esto le entristece.
Vemos pues que entre la muerte y un nuevo nacimiento se realiza de la manera referida el trabajo de los hombres en el devachan. Verdaderamente no se trata de un reposo inactivo. Desde el devachan ellos trabajan para la evolución de la Tierra, y así comprendemos cómo se realiza el devenir del mundo. En el devachan los hombres no viven como frecuentemente se dice, en feliz reposo, en el ensueño: antes bien, la vida es allá tan activa como aquí en la Tierra.
Cuando en el devachan el hombre haya llegado a tal punto que las actividades que él ha realizado en la última vida terrenal están transformadas en fuerzas espirituales, cuando por todas las experiencias en el mundo exterior del devachan, él haya pasado con el resultado de que las mismas han ejercido su efecto, entonces ha llegado a la madurez para descender del devachan a un nuevo nacimiento físico. El mundo terrestre vuelve a atraerle.
Lo primero a que el hombre llega al descender del devachan, es la región astral, a la que en la teosofía rosicruciana se llama el mundo elemental; este mundo le da un nuevo cuerpo astral. Cuando en una hoja de papel se echan limaduras de hierro, y debajo del papel se mueve un imán, las partecillas se ordenan en formas y líneas según las fuerzas del imán.
Exactamente de la misma manera se atrae la substancia astral irregularmente repartida, y se la ordena según las fuerzas del alma, las que corresponden a lo que la misma haya conquistado en vidas terrenales anteriores. El hombre mismo agrupa así su propio cuerpo astral. A estos hombres nacientes, que al principio sólo tienen un cuerpo astral, los percibe el vidente como seres de un aspecto campaniforme, abriéndose hacia abajo. Con fabulosa velocidad se lanzan a través del plano astral. Es difícil imaginarse la velocidad con que vuelan por el espacio.
Estos hombres nacientes deben ahora ser dotados de un cuerpo etéreo y un cuerpo físico. Lo sucedido hasta la formación del cuerpo astral dependía de ellos mismos, de las fuerzas que ellos mismos habían desarrollado. Pero el modo de cómo se forma el cuerpo etéreo, dentro del curso evolutivo del presente, no depende tan sólo del hombre, sino que con respecto a esta estructuración el hombre depende de otros seres. A raíz de ello el hombre siempre tiene un cuerpo astral adecuado; pero no siempre ocurre que este cuerpo astral resulte bien ajustado al cuerpo etéreo y al físico; y a esto se debe el que en la vida muchas veces haya descontento y falta de armonía.
El porqué los hombres nacientes revolotean de cierta manera se debe principalmente a que ellos buscan padre y madre apropiados, quienes les proporcionen la oportunidad de conseguir las corporeidades etérea y física adecuadas a la entidad astral. Siempre será la pareja de padre y madre relativamente óptima y apropiada la que puede dar la corporeidad. En esta búsqueda actúan entidades parecidas a las que se suelen llamar Espíritus de un Pueblo y que unen el cuerpo etéreo con el cuerpo astral. No se trata de algo abstracto inconcebible, lo que comúnmente se considera como Espíritu del Pueblo, sino que para el observador del mundo espiritual es algo tan real como el alma en nuestro cuerpo.
Un pueblo entero ciertamente no tiene un cuerpo físico colectivo, pero sí tiene en común un cuerpo astral y el principio de un cuerpo etéreo. Vive como en una nube astral y esto es el cuerpo del Espíritu del Pueblo. Estos Espíritus son los dirigentes de las formas etéreas en torno del hombre, y esto significa que él ya no tiene poder sobre sí mismo. Para el hombre naciente llega entonces un instante sumamente importante, de tanta importancia como el instante después de la muerte en el que se percibe como imagen de recuerdo toda la vida pasada. Cuando el hombre penetra en su cuerpo etéreo, pero todavía no posee el cuerpo físico -se trata de un breve momento, pero de la mayor importancia- él tiene una previsión sobre la nueva vida terrenal; no sobre todos los detalles, pues sólo se le da una vista de conjunto de todo lo que le espera en la vida futura.
En tal instante él puede decirse -al encarnarse vuelve a olvidarlo- que tiene delante de sí una vida feliz o desventurada. Si un individuo ha sufrido en la vida anterior muchas experiencias trágicas, puede suceder que se le da un shock y que se resista a penetrar en el cuerpo físico. Esto puede conducir a que efectivamente no entre totalmente en el mismo, de modo que la conjunción de los distintos cuerpos no llega a ser perfecta; y como resultado de ello nacen deficientes mentales. Esto no siempre es la causa de la idiotez, pero sí frecuentemente. En estos casos en cierto modo el alma se resiste a tomar forma corpórea física. Semejante hombre no es capaz de utilizar correctamente el cerebro, debido a que no está bien conectado. El hombre sólo puede utilizar correctamente el instrumento físico, si por su nacimiento logra entrar adecuadamente en el mismo.
Mientras que comúnmente el cuerpo etéreo se extiende muy poco más allá del físico, en los deficientes mentales frecuentemente se pueden percibir partes del cuerpo etéreo en forma de un resplandor etéreo que se dilata mucho por encima de la cabeza. He aquí un caso en el que algo que por la consideración física de la vida permanece inexplicable, se aclara mediante la ciencia espiritual.