Viene de antiguo. En la antigua
Grecia un nutrido grupo de eruditos denominados sofistas hacían estragos en las
mentes de los ciudadanos que se congregaban en las plazas públicas con el fin
de disfrutar de una oratoria barroca y falta de contenido. Solo el más grande
de los filósofos que anduvieron sobre aquellas tierras, Sócrates, supo
desenmascararlos usando la Razón y la Lógica; pero lo cierto es que los
sofistas no han dejado de medrar, en torno a la falsa filosofía, hasta nuestros
días escondiendo sus sofismas en términos tan rimbombantes como es el
metalenguaje.
Metalenguaje es un término más o
menos moderno que indica que el orador o escritor esconde una serie de
mensajes, más o menos trascendentes, en un lenguaje coloquial; es decir, sería
otra forma de indicar que se trata de algún tipo de sucedáneo de la antigua y conocida metáfora; pero lo cierto es, que el
Metalenguaje al que nos tienen acostumbraos algunos modernos sofistas es justo
todo lo contrario; dado que, utilizando un rico lenguaje que no duda en hacer
uso de palabras moribundas, extranjerismos e incluso argot específico de
determinadas materias, convierten un discurso en algo incomprensible y barroco,
al menos para una mayoría de personas que no poseen una cultura, digamos,
renacentista y que generalmente no posee un fondo verdadero; es decir, no se
quiere decir otra cosa que: ¿Os dais cuenta de todo lo que sé?
Por regla general, la mayoría de
la concurrencia, a dichos espectáculos lingüísticos, tan utilizado por los
modernos políticos, se quedan anonadados ante la capacidad oratoria de los
susodichos, salvo aquellos que son capaces de tener un espíritu crítico, los
verdaderos filósofos, que al no comprender nada porque nada hay, se sienten
engañados y estafados; pero lo que es peor, sufren viendo como la generalidad del
público aplaude a rabiar tras un discurso insulso y que les consta que nadie ha
comprendido.
Me consta que todos los racionalistas
que nos lean saben a lo que nos referimos cuando al escuchar a algún moderno sofista,
se quedan pensando, por un instante, y se dicen: Curioso discurso, es
absolutamente imposible de rebatir y me está diciendo que las cosas son blancas
y negras al mismo tiempo, intentando contentar a todos los asistentes. No me
intenta decir nada salvo la gran capacidad egoíca del orador y la falta de
respeto por sus oyentes o lectores, en caso de tratarse de algo escrito.
Cantos de sirenas saliendo de
piquitos de oro. Encantadores de serpientes que cubren su falta de carisma con
una técnica oratoria muy elaborada.
El niño que aún mantiene la
inocencia del ser humano aún no pervertido por el etéreo humo de un barroquismo
inconsistente ve al Emperador desnudo; muy a pesar de que el sofista nos quiera
hacer comulgar con piedras de molino haciéndonos ver que el Monarca se
encuentra arropado de los más lujosos y bellos ropajes. El Niño es el Filósofo para el
que todo es desconocido y no hace más que cuestionar y hacerse preguntas.
Cuando asistamos a algún evento
oratorio o leamos algún trabajo literario, actuemos como niños inocentes y con
espíritu crítico. No dejemos que nos intenten manipular con etéreas entelequias
sin consistencia alguna. Lo verdadero, con palabras sencillas se muestra y aún,
siendo el filósofo barroco, su discurso siempre será meridianamente claro y
comprensible.
Aralba