viernes, 16 de marzo de 2012

Teosofía de los Rosacruces. Conferencia VIII: Los siete estados de la conciencia planetaria del Ser Humano





Contemplaremos ahora, una después de otra, las distintas incorporaciones de nuestro planeta. Para ello es preciso formarnos la idea de que se trata de incorporaciones de nuestro planeta Tierra, es decir esta última en sus estados de Saturno, Sol y Luna.


También tenemos que imaginarnos que dichas incorporaciones fueron necesarias para el desarrollo de los seres, especialmente del hombre, es decir que la evolución del hombre mismo se relaciona íntimamente con la de la Tierra. Pero de lo acontecido sólo nos formaremos el justo concepto mediante el adecuado pensamiento acerca de cómo en el curso de la evolución con respecto a ciertas cualidades, ha cambiado lo que en el presente conocemos como ser humano, como nosotros mismos. Al respecto, contemplaremos en primer lugar los cambios que en el ser humano se han producido en lo referente a sus estados de conciencia.


Absolutamente todo en el mundo se ha desarrollado. Nuestra conciencia también se ha desarrollado. La conciencia que el hombre tiene ahora no la ha tenido siempre, sino que la misma se ha formado paso a paso hasta su estado actual. Nuestra conciencia del presente la llamamos la conciencia de los objetos (o bien, objetiva) la conciencia despierta, diurna. La conocemos como el estado que nos es propio, desde el despertar a la mañana hasta el dormirse de noche.


Tengamos presente en qué consiste. Se caracteriza por el hecho de que el hombre orienta sus sentidos hacia el mundo exterior, donde percibe objetos; por esta razón la llamamos conciencia objetiva. El hombre dirige la mirada hacia el mundo circundante, y con sus ojos percibe los objetos en el espacio y sus colores. Mediante el oído se percata de que en el espacio hay objetos que suenan, que propagan sonidos. Mediante su sentido del tacto toca los objetos y los siente calientes o fríos, percibe el olor o el sabor de los objetos. También reflexiona sobre lo que percibe por medio de los sentidos; emplea su razón a fin de comprender la naturaleza de los objetos; y la conciencia diurna que el hombre tiene en el presente se compone de los hechos de las percepciones sensorias y de la comprensión de las mismas mediante el intelecto.


El hombre no siempre ha tenido esta conciencia, sino que la misma se ha desarrollado; tampoco seguirá teniéndola para siempre, puesto que ella se elevará a estados de conciencia superior. Los medios que nos da el ocultismo nos permiten, por de pronto, discernir siete estados de conciencia, de los cuales el de ahora está situado en el medio. Podemos discernir tres estados anteriores y tres del futuro. Puede parecer extraño el que nosotros nos encontremos justamente en el medio. Esto se debe a que al primer estado preceden otros los que se substraen a nuestra mirada, al séptimo siguen otros que lo mismo se substraen a nuestra contemplación. Dicho de otro modo: miramos hacia atrás tanto como hacia el porvenir.


Si nos encontrásemos en un estado más atrás, nuestra vista abarcaría un estado más del pasado y otro menos del futuro, al igual que, estando en la campiña, la vista alcanza a la izquierda tanto como a la derecha. Los siete estados de conciencia son los que siguen. Primero existe un estado de conciencia opaca de un grado muy bajo, un estado que el hombre del presente casi ya no conoce. Unicamente personas de disposición mediumnística pueden todavía tenerlo; es el estado de conciencia que en Saturno tenían todos los hombres.


Las personas de disposición mediumnística pueden entrar en un estado también conocido por el psicólogo moderno. En ellas está adormecida y como muerta la conciencia diurna de vigilia e incluso otros estados de conciencia. Pero cuando en el recuerdo, o también durante dicho estado, dibujan o relatan lo experimentado, reproducen experiencias muy extrañas, las que no aparecen a nuestro derredor. Hacen toda clase de dibujos que, si bien son grotescos y mal hechos, no obstante concuerdan con lo que en la ciencia espiritual se caracteriza como estados cósmicos. Muchas veces son dibujos absolutamente poco correctos, sin embargo tienen algo que permite verificar que durante el estado aletargado esos seres tienen una conciencia opaca, pero universal. Perciben cuerpos cósmicos y por lo tanto los dibujan.




En la primera incorporación de nuestra Tierra el ser humano tenía semejante conciencia opaca, la que, no obstante, representa una omnisciencia en nuestro cosmos. A esta conciencia se le llama trance profundo. En nuestro mundo circundante existen seres que todavía ahora poseen tal conciencia; me refiero a los minerales. Si pudiésemos hablar con ellos, nos comunicarían cuál es el estado de Saturno, sólo que se trata de unaconciencia totalmente opaca.




El segundo estado de conciencia bien conocido, mejor dicho, al que no conocemos, pues al tenerlo dormimos, es el del sueño común. Esta conciencia no es tan amplia, pero a pesar de que todavía es opaca, ya es clara, si la comparamos con el primer estado. Esta conciencia del sueño la tenían todos los seres humanos permanentemente, en el período en que la Tierra era Sol, durante el cual el precursor del hombre terrestre dormía constantemente. Este estado de conciencia existe también en el presente: lo tienen los vegetales; éstos son seres que duermen incesantemente; y si ellos pudiesen hablar, podrían describirnos el estado solar, puesto que poseen la conciencia del período del Sol.




El tercer estado que en comparación con nuestra conciencia diurna todavía es vago y opaco, es aquel de la conciencia imaginativa, y de ella ya tenemos un concepto bien claro, porque en el sueño lleno de ensueños experimentamos una reminiscencia, si bien únicamente rudimentaria, de lo que en la Luna era la conciencia de todos los hombres.




Será lo más indicado partir del ensueño, para obtener una idea de la conciencia lunar. En los ensueños se nos presenta, por cierto, algo confuso, caótico, sin embargo, observándolo más exactamente, lo caótico evidencia una íntima regularidad. El ensueño es un extraño simbolista. En otras conferencias frecuentemente he dado los siguientes ejemplos, tomados de la vida: Se sueña querer agarrar una rana y se siente su cuerpo resbaladizo, y al despertarse se nota tener en la mano la punta de la sábana.


Con la conciencia despierta se hubiera percibido que la mano agarra la punta de la sábana, en cambio, la conciencia del ensueño nos da el símbolo de la acción exterior mediante lo que la conciencia diurna notacomo un hecho. Otro ejemplo: un estudiante sueña encontrarse en el aula ante la puerta. Otro le atropella, y de este acto resulta un desafío. En el ensueño vive todos los pormenores hasta el instante en que durante el duelo se descerraja un tiro. En el mismo instante despierta y se da cuenta de haber volcado la silla al lado de la cama.




En la conciencia despierta hubiera oído el choque de la silla; el ensueño simboliza este hecho prosaico mediante lo dramático del duelo. También el factor tiempo es muy distinto, pues en el mismo instante en que caía la silla se le apareció en la cabeza todo el drama. Todo lo preparatorio apareció en un instante; el ensueño corrió el tiempo hacia atrás, pues no obedece a las condiciones del mundo, antes bien, es un engendrador de tiempo.




No solamente acontecimientos exteriores pueden aparecer simbolizados, sino también sucesos internos del cuerpo humano. Por ejemplo, uno sueña encontrarse en un sótano obscuro, donde feas arañas le amenazan. Se despierta y siente dolor de cabeza. La cubierta del cráneo se ha convertido en el símbolo del sótano obscuro, y el dolor en símbolo de las arañas feas. El ensueño del hombre de nuestro tiempo simboliza sucesos que tienen lugar en el interior humano como asimismo afuera. No fue así cuando el hombre del período lunar tenía este tercer estado de conciencia, sino que entonces él vivía plenamente con imágenes similares a las del ensueño de ahora, pero las mismas expresaban realidades.




Significaban una realidad exactamente como para nosotros el color azul significa una realidad, sólo que en aquel período el color se cernía libremente en el espacio, y no fijado en los objetos. Con la conciencia de entonces el hombre no hubiera podido salir a la calle como ahora, ni ver a otro hombre, o acercarse a él, puesto que no existían formas de seres de color en la superficie, ni tampoco podía el hombre caminar como lo hacemos ahora. Pero supongamos que en la Luna un hombre efectivamente se haya encontrado con otro; en tal caso se le hubiera presentado, libremente suspendida, una imagen de cierta forma y colores, digamos, una imagen fea, en cuyo caso el hombre se hubiera dirigido a un lado, para no encontrarse con ella, o bien, una imagen hermosa, a la que se hubiera acercado. La imagen fea le hubiera indicado que el otro tiene un sentimiento de antipatía contra él; la hermosa, que el otro le ama.




Supongamos que en la Luna haya existido sal común. Cuando en nuestro tiempo hay sal en la mesa, se la percibe tal como está como objeto en el espacio, granulada, de un color determinado. Así no se la hubiera visto en la Luna, pero sí, libremente suspendida se hubiera alzado, desde el lugar de hallarse la sal, una forma, lo imagen de una forma, y esta imagen hubiera expresado que la sal es algo útil. De tal manera la conciencia humana estaba colmada de imágenes con formas y colores, pero estas imágenes expresaban lo que en derredor del hombre sucedía, principalmente los aspectos anímicos y lo relacionado con la anímico, quiere decir, lo que le era benéfico o dañoso.




Esto le permitía al hombre orientarse de la justa manera acerca de lo que existía a su derredor. Al incorporarse en la Tierra lo que había sido la Luna, la conciencia humana iba transformándose en nuestra conciencia diurna del presente, y sólo un remanente de aquella existe en el ensueño del hombre del presente, un rudimento similar a rudimentos de otras configuraciones. Sabemos, por ejemplo, que próximos al oído existen ciertos músculos los que ahora nos parecen inútiles. En el pasado tenían un sentido concreto: servían para poder mover las orejas a voluntad. En e] presente hay muy pocas personas capaces de hacerlo.




Esto nos dice que también en el ser humano hay estados que son últimos remanentes de una organización que en el pasado remoto había sido útil; y aunque hoy ya no tienen importancia, esas imágenes representaban entonces el mundo exterior. Hasta en nuestro tiempo existe tal conciencia -¡fíjense bien en este aspecto!- en todos aquellos animales que no son capaces de producir un sonido desde su ser interior. Es que en el ocultismo tenemos una clasificación de los animales mucho más correcta que la de las ciencias naturales exteriores, a saber: en animales sin sonido en su interior, y aquellos que son capaces de producir sonidos desde su interior.


Es cierto que existen algunos animales inferiores que producen un sonido, pero en forma mecánica, por rozamiento o algo parecido, no desde su interior; e incluso las ranas no producen el sonido por su ser interior. Sólo los animales superiores, los que se generaron cuando a través del sonido. el ser humano podía expresar su dolor y su alegría, sólo ellos, juntamente con el hombre, adquirieron la posibilidad de expresar su dolor y su placer mediante sonidos y bramidos. Todos los animales que no producen sonidos desde lo interior, todavía tienen la referida conciencia imaginativa. Pero no sucede que animales inferiores perciban las imágenes con contornos como nosotros las vemos.


Cuando un animal inferior, como por ejemplo el cangrejo, percibe una imagen que le causa una determinada sensación se hace a un lado. No ve los objetos, pero se le presenta lo perjudicial a través de una imagen repugnante. El cuarto estado de conciencia es aquel de todos los hombres del presente. Las imágenes que antes el hombre había percibido con sus colores libremente suspendidos en el espacio, en cierto modo envuelven los objetos, los cubren, y así determinan los límites de los objetos. Aparecen fijados a estos últimos, mientras que antes se las veía libremente suspendidas, y debido a ello se han convertido en la expresión de la forma.




Lo que antes el hombre tenía en sí, se ha trasladado afuera y se ha fijado a los objetos. Esto le ha dado al hombre su conciencia despierta diurna del presente. Ahora vamos a considerar otro aspecto. Ya hemos dicho que en Saturno se preparó el cuerpo físico del hombre. En el Sol se le agregó el cuerpo etéreo o vital. Este penetró y transformó al cuerpo físico. El cuerpo etéreo acogió en sí lo que el físico había llegado a ser, y siguió desarrollándolo. En la Luna se añadió el cuerpo astral, el que a su vez cambió la conformación del cuerpo físico. En Saturno este último había sido muy sencillo.




En el Sol ya estaba mucho más complicado, pues allí influía el cuerpo etéreo sobre el mismo, haciéndolo más perfecto. En la Luna se le agregó el cuerpo astral y en la Tierra el yo, para hacerlo más perfecto todavía. En el período de Saturno cuando aún no había penetrado el cuerpo etéreo en el cuerpo físico, éste no contenía ninguno de los órganos que hoy están en él, pues faltaban la sangre y los nervios, ni tampoco tenía glándulas. El hombre tenía entonces, si bien solamente los gérmenes respectivos, aquellos órganos que ahora son los más perfectos y que tenían el tiempo necesario para llegar a su perfección del presente: los órganos sensorios, maravillosamente construidos.




La estructura maravillosa del ojo humano, el milagroso aparato del oído, son órganos que sólo en nuestro período han alcanzado su perfección, debido a que fueron formados a base de lo extraído de la masa de Saturno, y porque sobre ellos han influido, para formarlos, el cuerpo etéreo, el cuerpo astral y el yo. Lo mismo sucedió con la laringe cuyo germen ya existió en Saturno, pero el hombre aún no poseía la capacidad de hablar. En la Luna empezó a lanzar sonidos y gritos inarticulados, pero sólo por el trabajo durante largos tiempos, la laringe llegó a ser el aparato perfecto, como ahora existe en la Tierra. En el Sol, al serle agregado al hombre el cuerpo etéreo, los órganos sensorios se desarrollaron algo más. También se formaron aquellos órganos que principalmente son órganos de secreción y órganos vitales relacionados con la nutrición y el crecimiento, los que tuvieron su primer germen durante el estado solar.


Durante el estado lunar influyó adicionalmente el cuerpo astral y después el yo durante el estado terrestre. Eso condujo a que las glándulas, los órganos del crecimiento y otros alcanzasen su madurez actual. Por la incorporación del cuerpo astral durante el estado lunar también se formó el germen del sistema nervioso, quiere decir durante el período en el que el hombre tenía la conciencia de las imágenes. En cambio, lo que le capacitó para expresar su placer y su pena mediante sonidos, desde su interior, el yo, este es el principio que en el hombre generó la sangre.




Vemos pues que todo el universo es el constructor de los órganos sensorios, y que todo lo que son glándulas, órganos de procreación y nutrición, lo generó el cuerpo vital: vemos que el cuerpo astral es el constructor del sistema nervioso, y que el yo es el principio que añade la sangre. Hay un fenómeno que se denomina anemia, o clorosis, el que se debe a que la sangre llega a un estado en que no es capaz de mantener la conciencia de vigilia. Las personas que lo padecen suelen caer en una conciencia aletargada, similar a la durante el estado lunar.




Ahora corresponde considerar los tres estados de conciencia que todavía han de seguir, Se puede preguntar: ¿cómo es posible ya saber algo acerca de ello? La iniciación lo hace posible, pues ya en el presente el iniciado es capaz de tener anticipadamente dichos estados de conciencia. El próximo estado de conciencia al que el iniciado ya conoce es el llamado psíquico, una conciencia que reúne los dos estados: la conciencia imaginativa y la diurna de vigilia. Mediante esta conciencia psíquica se percibe al hombre como se lo ve con la conciencia diurna de vigilia, con sus contornos y formas, pero al mismo tiempo se ve lo que vive en su alma y que se expande como nubes e imágenes en colores en lo que se llama el aura. Pero no se está entonces en el mundo como el hombre lunar en estado onírico, sino dotado de absoluto control de sí mismo, tal como el hombre del presente de conciencia diurna.


En el planeta que sigue a nuestra Tierra toda la humanidad tendrá esta conciencia psíquica, o conciencia del alma, la conciencia jupiteriana. Después existe el sexto estado de conciencia, al que el hombre llegará en un futuro lejano. En este estado se unirá la actual conciencia diurna con lo que el iniciado conoce como conciencia psíquica y, además, todo aquello en que la conciencia del hombre actual no penetra. Cuando viva con esta conciencia, la de la inspiración, el hombre percibirá lo muy profundo de la naturaleza de los seres. No solamente percibirá las imágenes y formas en sus colores, sino que oirá resonar el ser del prójimo. Cada individualidad humana tendrá su tono y el todo consonará en forma de una sinfonía.




Esta será la conciencia del hombre cuando nuestro planeta se habrá transformado en el estado de Venus, y allí oirá la armonía de las esferas, como Goethe la describe en su prólogo al "Fausto": De manera antigua el Sol resuena con su canto en esferas fraternales  y su órbita la describe con paso tronador.




Cuando la Tierra era Sol el hombre percibía en forma indecisa este resonar, y en el estado de Venus volverá a oírlo “de manera antigua”. Goethe conserva la imagen hasta en el uso de esta palabra. Como séptimo estado de conciencia rige la conciencia espiritual. En realidad la del más alto grado, en el que el hombre tiene la conciencia universal que le permitirá percibir no solamente lo que sucede en su propio planeta, sino lo que acontece en toda la vecindad cósmica; es la conciencia que el ser humano tenía en Saturno, la que, por cierto, era muy apagada, no obstante esa especie de conciencia universal.


La tendrá al haber llegado a Vulcano, juntamente con todos los demás estados de conciencia. Los ahora descriptos son los siete estados de conciencia por los cuales el hombre tiene que pasar en su peregrinación por el cosmos, y cada una de las incorporaciones ofrece las condiciones respectivas que posibilitan tales estados de conciencia. La actual conciencia diurna de vigilia sólo se ha hecho posible por el hecho de que en el período lunar se ha creado el germen del sistema nervioso que siguió desarrollándose hasta la formación del cerebro de ahora.




Se deben crear semejantes órganos por medio de los cuales los estados superiores de conciencia pueden experimentarse físicamente, lo mismo que ya en el presente el iniciado los experimenta espiritualmente. En el hecho de que el hombre pueda pasar por los referidos siete estados planetarios, reside el sentido de la evolución. A cada incorporación planetaria corresponde el desarrollo de uno de los siete estados de conciencia humana, y los órganos físicos respectivos se forman por la que sucede en cada estado planetario. En Júpiter el hombre tendrá un órgano físico más altamente desarrollado. En Venus existirá un órgano mediante el cual podrá desarrollar físicamente la conciencia que en el presente el iniciado tiene en el plano del devachan. Y en Vulcano existirá la conciencia espiritual que en el presente posee el iniciado cuando se encuentra en la región superior del devachan, en el mundo de la razón.




En la próxima conferencia contemplaremos sucesivamente los distintos estados planetarios, pues así como antes, por ejemplo en los períodos atlante y lemuriano, el aspecto de nuestra Tierra era distinto del de ahora y como en el futuro será distinto, así también la Luna, el Sol y Saturno tenían, dentro de su evolución, distintos estados, y en el mismo sentido pasarán por estados diversos, Júpiter y Venus. En esta conferencia hemos llegado a conocer la amplitud de los ciclos planetarios, y en la próxima vamos a considerar los cambios habidos en los mismos, mientras fueron el escenario de la evolución del hombre.




La evolución planetaria (I)




Para comprender la evolución de la humanidad a través de las tres incorporaciones anteriores a la terrestre, las de Saturno, Sol, Luna, lo más adecuado será contemplar una vez más los estados del ser humano de sueño y ensueño. Cuando el hombre duerme, el vidente percibe el cuerpo astral y encerrado en el mismo el yo, como suspendidos sobre el cuerpo físico. El cuerpo astral está entonces fuera del cuerpo físico y el etéreo, pero permanece ligado con ellos. En cierto modo hace fluir corrientes hacia el cuerpo universal del cosmos, y al mismo tiempo está sumergido en el mismo, de modo que en el hombre que está dormido tenemos los cuerpos físico, etéreo y astral, pero este último extiende tentáculos hacia la corporalidad astral universal.




Si nos imaginamos este estado como permanente; si en este plano físico sólo se encontrasen hombres con el cuerpo físico impregnado por el cuerpo etéreo y suspendida sobre ellos un alma astral con el yo, esto sería el estado en que la humanidad se hallaba en la Luna, sólo que entonces el cuerpo astral no estaba muy separado del cuerpo físico, sino que estaba sumergido en el cuerpo físico con la misma fuerza con que se extendía en el cosmos. En cambio, si nos imaginamos el estado enteramente así como ahora reina durante el sueño, pero de tal manera que ni siquiera existe la posibilidad del ensueño, esto sería el estado en que la humanidad estaba en el Sol. Y si ahora nos imaginamos al hombre muerto, de modo que su cuerpo etéreo, unido con el cuerpo astral y el yo, también está desprendido, pero en forma tal que la ligación no está totalmente cortada, sino que lo que está fuera, en el seno de la masa cósmica circundante, irradia hacia adentro de la corporeidad física, obrando sobre ella, esto era el estado en que la humanidad se hallaba en Saturno.


Abajo el globo saturnal únicamente contenía lo perteneciente a la corporeidad humana puramente física, envuelta, por así decirlo, en una atmósfera etéreo-astral, en cuyo seno se encontraban los yoes. El ser humano efectivamente ya existió en Saturno, pero con una conciencia muy, muy opaca. La tarea de esas almas consistía en mantener activo lo que allí abajo formaba parte de ellas; desde arriba influían sobre su cuerpo físico. Así como el caracol elabora su concha, dichas almas actuaban desde afuera como mediante un instrumento para la formación de los órganos físicos. Vamos a describir el aspecto de aquello sobre lo cual las almas influían desde arriba; y un poco tenemos que describir lo físico de Saturno y las condiciones en general de Saturno. Ya les he dicho que en la corporeidad física fueron elaborados los gérmenes de los órganos sensorios.


En la superficie de Saturno las almas influían sobre lo que en el hombre vivía como germen sensorio. Ellas realmente se encontraban en el espacio cósmico alrededor de Saturno; y abajo estaba su lugar de obrar, donde ellas elaboraban los modelos típicos para ojos y oídos y otros órganos sensorios. ¿De qué consistía la calidad fundamental de la masa de Saturno? Es difícil de definirla,  puesto que en el lenguaje corriente cuesta encontrar el término adecuado. Las palabras del lenguaje común están totalmente materializadas; sólo corresponden al plano físico.




No obstante, hay una palabra que sirve para expresar el trabajo fino que allí se ejecutó. Se puede caracterizarlo mediante la expresión: reflejarse. La masa de Saturno tenía en todas sus partes la propiedad de reflejar lo que de afuera se le acercaba como luz, como sonido, olor, sabor. Todo se reflejaba, y este hecho en cierto modo se percibía como un reflejarse en el espejo de Saturno. Esto sólo se puede comparar con que, al mirar en el ojo del prójimo, se nos mira a nosotros, desde el mismo, nuestra propia imagen. De este modo se percibían a sí mismas todas las almas de los seres humanos, pero no solamente como imagen en colores, sino que ellas se saboreaban, percibían sus olores tenían de sí mismas una determinada sensación de calor.


En esta forma Saturno era un planeta reflejante. Las almas que vivían en la atmósfera echaban en aquel sus naturalezas, y de las imágenes que así se formaban se generaban los gérmenes de los órganos sensorios, pues las imágenes ejercían un efecto creador. Quien se imagina hallarse ante un espejo en el cual se refleja la propia imagen, y que ésta empiece a obrar, porque no es una imagen muerta como en el caso de un espejo inánime como los de ahora, entonces tiene ante sí la actividad creadora de Saturno, la forma de cómo los hombres vivían en Saturno y hacían su trabajo.




Lo descripto tenía lugar abajo en el globo de Saturno; arriba las almas tenían la apagada conciencia en trance, a la que en la conferencia anterior me he referido. No sabían nada del reflejo, sino que solamente lo producían. En la apagada conciencia de trance tenían en sí todo el universo cósmico, y así su ser reflejaba todo el universo cósmico. Ellas mismas se encontraban en el seno de una substancia elemental espiritual. No eran independientes, sino tan sólo una parte integrante de la espiritualidad circundante de Saturno. Debido a ello no eran capaces de percibir espiritualmente. Espíritus superiores percibían por su intermedio. Eran los órganos de los Espíritus que en el período saturnal percibían.




Un gran número de Espíritus superiores se encontraban en torno de Saturno. Todo lo que el esoterismo cristiano ha llamado mensajeros de la Divinidad, Angeles, Arcángeles, Principados, potencias reveladoras, pertenecía a la atmósfera de Saturno. Así como la mano forma parte del organismo, así también las almas pertenecían a dichas entidades, y así como la mano no tiene una conciencia por sí misma, así tampoco tenían aquellas una conciencia propia. Ellas obraban por influjo de la conciencia de Espíritus superiores, esto es, de la conciencia superior del universo, y de este modo configuraban las imágenes de sus órganos sensorios, imágenes que después llegaban a ser creadoras, e igualmente estructuraban la masa de Saturno. A ésta no hay que imaginársela tan densa como la actual masa de la carne humana.


El estado más denso de Saturno que por último pudo alcanzar, no tuvo ni la densidad del aire físico de ahora. Saturno llegó a ser físico, pero sólo alcanzó la densidad que ahora se llama la densidad del fuego, del calor, al que la física del presente ya no considera como substancia. Pero para el ocultista el calor es una substancia más sutil que los gases, la que posee la propiedad de expandirse cada vez más. Y debido a que Saturno consistía de tal substancia, tenía la propiedad de dilatarse desde su interior, irradiarlo todo, reflejar. Tal cuerpo lo irradia todo, no tiene el deseo de retenerlo en sí.




Con todo, Saturno no fue una masa homogénea, sino de tal carácter que dentro de la misma se hubiera podido notar una diferenciación, una configuración. Más tarde los órganos e redondearon, adquiriendo el aspecto de células globulares; sólo que las células de ahora son diminutas, mientras que aquéllas eran formas esféricas grandes, similares a las de la mora, o zarzamora. En Saturno no se hubiera podido percibir, pues todo reflejo irradiaba hacia afuera toda la luz que le llegaba. Dentro de la masa de Saturno reinaba absoluta obscuridad. Unicamente hacia el fin de su evolución Saturno despedía algún resplandor.


En la atmósfera circundante de la masa de Saturno había cierto número de seres. La preparación de los gérmenes de los órganos sensorios no la hacía el hombre por sí solo, ya que la evolución del alma del hombre aún no había llegado a tal punto que hubiera podido obrar sola. Obraba juntamente con otras entidades espirituales -expresado de un modo trivial- bajo la dirección de ellas. Determinadas entidades que en el período saturnal habían alcanzado el grado evolutivo del hombre, obraban entonces tan independientemente como el hombre de nuestro tiempo trabaja. Ellas no podían tener la configuración del hombre actual, puesto que el calor fue la única substancia de Saturno. Pero en cuanto a su inteligencia y su conciencia del yo se hallaban en el nivel del hombre de ahora, sin que hubieran podido formar un cuerpo físico, un cerebro. Considerémoslas algo más concretamente.




El hombre del presente está constituido por cuatro principios: el cuerpo físico, el etéreo, el astral y el yo; además, preformado en el yo, el Yo espiritual, el Espíritu vital y el Hombre-Espíritu: Manas, Buddhi, Atma. La corporalidad física es el principio inferior, si bien considerándolo por sí solo, el más perfecto de nuestro planeta Tierra; le sigue el cuerpo etéreo, después el cuerpo astral y el yo. Pero también hay seres que no tienen cuerpo físico y cuyo principio inferior es el cuerpo etéreo. Ellos no tienen necesidad de un cuerpo físico para obrar en nuestro mundo sensible; en su lugar tienen un principio por encima del séptimo humano. Otras entidades tienen el cuerpo astral como principio inferior, y correspondientemente un noveno principio. Además hay entidades cuyo principio inferior es el yo y un décimo principio como el más alto. Considerando las entidades cuyo principio inferior es el yo, resulta que ellas se constituyen por el yo, el Yo espiritual, Espíritu vital y Hombre Espíritu, y después el octavo, noveno y décimo principio, o sea, lo que el esoterismo cristiano llama: Espíritu Santo, Hijo o Verbo, Padre.




En la literatura teosófica se acostumbra llamarlos los tres Logoi.

Las entidades cuyo principio inferior es el yo, fueron precisamente aquellas que entran en consideración para nuestra contemplación de la evolución saturnal. Se hallaban entonces en el nivel evolutivo en que ahora está el ser humano. Podían obrar mediante su yo bajo condiciones totalmente distintas, como las he caracterizado. Eran los precursores de nuestra humanidad del presente, los hombres de Saturno. Mediante su yoidad, su naturaleza más exterior, irradiaban hacia la superficie de Saturno. Ellas fueron quienes implantaban su yoidad en la corporalidad física que se formaba en la superficie de Saturno. Ellas velaban por la preparación del cuerpo físico de tal manera que más tarde el mismo pudiera llegar a ser el portador del yo. Unicamente un cuerpo físico como el que ahora se nos presenta, con pies, manos y cabeza, como asimismo los órganos sensorios, pudo hacerse portador del yo en el cuarto escalón, la Tierra.


Para ello se le debió implantar el germen en Saturno. A esos seres de un yo, en Saturno, también se los llama Espíritus del Egoísmo. (A estos Espíritus se los llama en la "Ciencia Oculta" Espíritus de la Personalidad, Principados) Egoísmo es una palabra de doble aspecto: de aspecto sublime y de despreciable. Si en Saturno y en los posteriores estados planetarios no se hubiera implantado, siempre de nuevo, la naturaleza del egoísmo, el hombre no hubiera alcanzado jamás el grado de un ser independiente, capaz de decir "yo" a sí mismo. A la corporeidad humana ya desde Saturno se le ha inculcado la suma de la fuerza que le da el sello de un ser independiente y que le separa de todos los demás seres. Para este fin tuvieron que obrar los Espíritus del Egoísmo, los Asuras. Entre ellos existen dos categorías, sin contar matices insignificantes. Una de las mismas es la que ha desarrollado el egoísmo de un modo noble, independiente y que se ha elevado a grados evolutivos cada vez más altos del sentido de libertad: la independencia sublime del egoísmo. Estos Espíritus condujeron a la humanidad a través de todos los posteriores períodos planetarios; se convirtieron en los educadores del hombre a la independencia.




Pero en cada período planetario también hay Espíritus que han quedado retrasados en su evolución, que permanecieron estacionarios y no quisieron seguir progresando. Esto nos hará conocer una ley: si lo supremo cae, si comete el "gran pecado" de no seguir con la evolución, llega a ser precisamente lo peor.  Por el decaimiento el noble sentido de libertad se ha pervertido en lo opuesto. Son los Espíritus de la tentación, los que apenas entran en consideración y que inducen al egoísmo más condenable. Hasta en el presente están en el mundo circundante, dichos Espíritus malos de Saturno. Todo lo malo recibe su fuerza de los mismos.




Al haber concluido su evolución, cada uno de los planetas vuelve al estado espiritual y, por así decirlo, ya no existe, pues pasa por un estado de sueño, para salir del mismo más tarde. También Saturno. Su próxima incorporación es el Sol, aquel Sol que se nos presentaría si mezcláramos como en un gran recipiente todo lo existente en el Sol, la Luna y la Tierra de ahora, juntamente con todos los seres terrestres y espirituales. Lo que caracteriza la evolución solar reside en que el cuerpo etéreo penetró en el cuerpo físico del hombre previamente preparado. La corporeidad del Sol es más densa que la de Saturno, la podemos comparar con la densidad del aire del presente. En el Sol la corporalidad física humana, el cuerpo propio al que el hombre se formó, resultó impregnado del cuerpo etéreo.


El ser humano mismo pertenecía a un cuerpo aéreo, de un modo similar a como en Saturno a un cuerpo de calor. El cuerpo etéreo ya se encontraba abajo, pero en la atmósfera del Sol se hallaba el cuerpo astral con el yo, insertado en el gran cuerpo astral general del Sol y de allí influía hacia abajo, sobre el  cuerpo físico y el etéreo, análogamente a como ahora durante el sueño, cuando el cuerpo astral está afuera y obra sobre el cuerpo físico y el etéreo. Así el ser humano preparaba los gérmenes de todo lo que en nuestro tiempo son los órganos del crecimiento, de la digestión y la procreación, y transformaba los gérmenes de los órganos sensorios, preparados en Saturno; algunos mantenían su carácter, otros se transformaban en glándulas y órganos del crecimiento.


Todos los órganos del crecimiento y la procreación son órganos sensorios transformados, acogidos en el cuerpo etéreo. Si se compara el cuerpo del Sol con Saturno, se nota cierta diferencia. Saturno todavía tenía el carácter de una superficie reflectora, reflejaba irradiando todo lo que recibía de sabor, olor, todas las percepciones sensorias. En el Sol era distinto, mientras que Saturno reflejaba directamente todo, sin apoderarse del mismo, el Sol se compenetraba de lo recibido y después lo irradiaba. Esto se debía a que tenía un cuerpo etéreo. Su cuerpo, penetrado del cuerpo etéreo, hacía lo mismo que ahora la planta hace con la luz del Sol: la recibe, se compenetra de ella y después la devuelve. Si se pone la planta en un lugar obscuro, pierde su color y se marchita. Sin luz no existiría la clorofila. En el Sol nuestro propio cuerpo se impregnaba con luz, pero también con otros ingredientes; y así como la planta devuelve la luz, después de haberse fortalecido mediante ella, el Sol de aquel período la reflejaba, después de haberla transformado.


Pero se impregnaba no solamente con la luz, sino también con el sabor, olor, calor, con todo, y después lo irradiaba hacia afuera. Por lo tanto nuestro propio cuerpo se hallaba en el Sol en el estado de los vegetales. No tenía el aspecto de una planta en el sentido actual, pues ésta no se generó sino en la Tierra. Lo que ahora tenemos en el interior de nuestro organismo, esto es, las glándulas, nuestros órganos del crecimiento y de la procreación, existía en el Sol tal como ahora en la Tierra las montañas y rocas. Transformábamos aquello como hoy se cultiva y se trabaja en una huerta. El Sol irradiaba reflejando el contenido del universo, resplandecía en los colores más hermosos. Del Sol emanaban sonidos maravillosos, un aroma delicioso. El Sol antiguo fue un ser maravilloso en el universo.


Los hombres trabajaban en el Sol para desenvolver su propia corporeidad de un modo análogo a como ciertos seres, por ejemplo los corales, trabajan de afuera para la formación de su estructura. Esto se realizaba bajo la dirección de seres superiores, los que existían en la atmósfera del Sol. Tenemos que hablar especialmente sobre una categoría de dichos seres, o sea, sobre los que en aquel período se encontraban en el nivel evolutivo en que ahora está el hombre. En Saturno existían los Espíritus del Egoísmo que implantaban el sentido de la libertad y el sentido de la independencia. Espíritus que entonces estaban en el nivel evolutivo del ser humano.




En el Sol había otros seres en este último nivel, seres cuyo principio inferior no era el yo, sino el cuerpo astral. Se constituían por el cuerpo astral, el yo, el Yo espiritual, el Espíritu vital y el Hombre Espíritu, además el octavo principio, al que el esoterismo cristiano llama Espíritu Santo, y finalmente como el noveno principio, el Hijo, el "Verbo" en el sentido del Evangelio de San Juan. Aún no poseían el décimo principio en su lugar tenían hacia abajo el cuerpo astral. Estos Espíritus obraban en el Sol, dirigiendo todo el trabajo astral. Del hombre de ahora se diferencian por el hecho de que este último respira aire, puesto que el aire forma la atmósfera de la Tierra. En cambio, aquellos Espíritus respiraban calor o fuego.




El Sol mismo era entonces algo así como una masa de aire. A su derredor se encontraba la substancialidad que antes había constituido Saturno: el fuego, el calor. La parte que se había densificado había formado el Sol gaseiforme, y lo que no podía densificarse era un mar fluctuante de fuego. Esas entidades podían entonces vivir en el Sol de tal manera que inhalaban y exhalaban calor, fuego; por lo tanto se las llama Espíritus de Fuego. En el Sol estaban en el nivel evolutivo de la humanidad y trabajaban al servicio de la misma. Se las llama Espíritus del Sol o del Fuego. El ser humano tenía entonces el grado de conciencia del sueño, mientras que los Espíritus Sol-Fuego ya tenían la conciencia del yo. Desde entonces siguieron desarrollándose y ascendieron a grados superiores de conciencia.


En el esoterismo cristiano se los llama Arcángeles y el Espíritu que alcanzó el más alto grado evolutivo, el que se hallaba en el Sol como Espíritu del Fuego y que en el presente está actuando en la Tierra, con la conciencia evolutiva suprema, ese Espíritu del Solo del Fuego, es el Cristo, lo mismo que el Espíritu saturnal de evolución suprema es el Dios Padre. Resulta pues que para el esoterismo cristiano estaba encarnado en el cuerpo físico del Cristo Jesús un Espíritu Sol-Fuego, esto es, el supremo, el Soberano de los Espíritus del Sol. Para poder venir a la Tierra debió servirse de un cuerpo físico. Para poder actuar aquí debió vivir en las mismas condiciones terrestres que el hombre.




Nuestro Sol es, por lo tanto, un cuerpo-Sol, en cierto modo un cuerpo del planeta Sol, con Espíritus de un Yo, los que son Espíritus de Fuego, y un Soberano de este Sol, el Espíritu-Sol de evolución suprema, el Cristo. Cuando la Tierra era Sol, dicho Espíritu había sido el Espíritu central del Sol. Cuando la Tierra era Luna había llegado a un grado evolutivo más alto. Cuando la Tierra se hacía Tierra, dicho Espíritu había alcanzado el desarrollo supremo y permaneció con la Tierra, al haberse unido con ella, después del Misterio de Gólgota. De este modo El es el Espíritu planetario supremo de la Tierra. En el presente la Tierra es su cuerpo, lo mismo que entonces el Sol había sido su cuerpo. En virtud de ello se debe entender literalmente lo expresado por el evangelista Juan: "El que come pan conmigo, pone sobre mí los pies". Pues la Tierra es el cuerpo de Cristo, y cuando el hombre que come el pan tomado del cuerpo de la Tierra, camina sobre ésta, está poniendo los pies sobre el cuerpo de Cristo.


Hay que tomar literalmente estas palabras tal como en general todos los documentos religiosos se deben entender literalmente. Pero primero hay que conocer el verdadero significado de la letra, para luego buscar el espíritu. Finalmente, otro hecho: Dentro de la masa del Sol no todos los seres alcanzaron el grado evolutivo a que acabo de referirme. Algunos quedaron retrasados en el nivel del período saturnal. No fueron capaces de acoger en sí mismos lo que irradiando penetraba en el espacio planetario y de reflejarlo, una vez acogido. Debían devolverlo directamente sin poder compenetrarse de ello. Debido a este hecho, dichos seres aparecieron en el Sol como una suerte de englobamientos obscuros, como algo incapaz de irradiar luz propia. y debido a que estaban encerrados en la masa solar, envueltos por una masa que irradiaba luz propia, aparecían como lugares obscuros. Por eso debemos distinguir entre regiones solares que irradiaban hacia el espacio cósmico lo que habían recibido, y las partes que no podían irradiar nada; estas últimas aparecían como intercalaciones obscuras dentro de la masa solar, como seres que en Saturno no habían progresado.


Lo mismo que en el cuerpo humano no hay por todas partes glándulas y órganos de crecimiento, sino que en el mismo se encuentran también elementos inánimes, englobados, el Sol tenía en sí esas intercalaciones obscuras. Nuestro Sol de ahora es la continuación de la antigua masa solar-terrenal. Ha arrojado de sí la Luna y la Tierra, reteniendo lo más excelso. Lo que en la antigua masa solar existía como restos de Saturno, se halla en el Sol de ahora como rudimentos en forma de las llamadas manchas del Sol; estas son los últimos rudimentos de Saturno, que en la luciente masa del Sol permanecieron como intercalaciones obscuras. La sabiduría oculta revela las fuentes espirituales inexploradas de los hechos físicos.




En cambio, la ciencia física registra las causas físicas de las manchas del Sol, pero las causas espirituales residen en aquellos remanentes de Saturno. Preguntemos ahora: ¿Cuáles fueron los reinos de Saturno? Uno solo, cuyos últimos rudimentos se conservan en el mineral de ahora. Cuando hablamos del paso evolutivo del hombre por el reino mineral, no debemos pensar en el mineral de ahora, antes bien hemos de imaginarnos que nuestros ojos, oídos y demás órganos sensorios son los últimos estados evolutivos del mineral de Saturno, los que en nuestro organismo son en el mayor grado de carácter físico, mineral. El aparato del ojo es como un instrumento físico que después de la muerte permanece incólume durante cierto tiempo.




En el Sol el reino único de Saturno asciende a cierto estado vegetal. El cuerpo propio del ser humano se le presenta como una planta. Lo retrasado como reino saturnal fue una suerte de reino mineral del Sol y tenía el carácter de órganos sensorios atrofiados que no podían llegar a cumplir su finalidad. Pero todos los seres del Sol con carácter de cuerpos humanos en desarrollo, aún no tenían en sí un sistema nervioso; este último sólo llegó a englobarse en la Luna, por el actuar del cuerpo astral.

Los vegetales de ahora tampoco poseen un sistema nervioso, y debido a ello tampoco tienen la facultad de sentir. Es un error atribuirles sensación. Pero los referidos cuerpos astrales, particularmente los de los Espíritus del Fuego hacían fluir cierta corriente en la corporeidad que existía allí abajo como cuerpos físicos y etéreos. Estas corrientes luminosas se dividían de un modo arboriforme. El último rudimento de estas afluencias en el Sol, las que más tarde se densificaron para tomar formas exteriores, es el órgano que conocemos como el plexo solar, como la última reminiscencia de las antiguas afluencias en el Sol, densificadas a la substancialidad. De ahí el nombre plexus solaris. Los cuerpos de los seres humanos en el Sol los debemos imaginarnos como si de arriba penetrasen en ellos rayos que se entrelazan de un modo arboriforme, quiere decir que el Sol se nos presenta en las numerosas ramificaciones de nuestro plexo solar. Las mismas se representan en la mitología germana por medio del Fresno del Mundo, el que, por cierto, tiene además otros significados.




Finalmente el Sol pasó al estado de sueño y se transformó en lo que en sentido oculto llamamos la Luna. Con ella se nos presenta una tercera incorporación de la Tierra con la cual nuevamente aparece un Espíritu central. Así como el soberano supremo de Saturno, el Espíritu- Yo, nos aparece como Dios Padre; el soberano supremo, el Dios supremo del Sol, el Dios Sol, aparece como el Cristo, así nos aparecerá el soberano de la configuración lunar de la Tierra, como Espíritu Santo, con sus huestes que en el esoterismo cristiano se llaman los Mensajeros de la Divinidad, los Angeles. Con lo ahora expuesto hemos descripto dos días de la Creación que en el lenguaje esotérico se denominan Dies Saturni y Dies Solis. A estos sigue Dies Lunae, el Día Luna. Siempre se ha sido consciente de que existían divinidades dirigentes de Saturno, Sol y Luna.




La palabra "dies"=día y "deus"=Dios tienen el mismo origen, de modo que "dies" se puede traducir lo mismo con "día" como con "divinidad"; quiere decir que en lugar de "Dies Solis" lo mismo podemos decir día Sol como Dios Sol, la que al mismo tiempo significa Espíritu Cristo.


Rudolph Steiner