1.- ¿Una Reforma dentro de la Reforma?
Una
fuerte corriente de influencia en la francmasonería y tal vez la más
importante –pues la atraviesa como un rayo luminoso en casi todos sus
ritos- es la proveniente de la Hermandad de la Rosa Cruz, cuya irrupción pública se remonta a la Alemania de principios del siglo XVII.
Tal
ha sido la influencia de los rosacruces en la francmasonería que, justo
es decirlo, no existe rito masónico que no haya incluido en el centro
mismo de su doctrina a la herencia rosacruz. Pero nuestro propósito va
más allá de señalar al factor rosacruz dentro del vasto campo del
ocultismo moderno, sino enmarcarlo –como propone Frances Yates- como
puente entre el Renacimiento y la revolución científica, pues la aurora
rosacruz ha de reivindicarse, tarde o temprano- como la bisagra, el eje
de transición entre el mundo mágico de los grandes filósofos
renacentistas y el nacimiento incipiente de la investigación científica
tal como se concibe en la actualidad.
Los
rosacruces irrumpieron en Europa en pleno siglo XVII, en una época
signada por transformaciones profundas, en momentos en que la
cristiandad se resquebrajaba en pedazos y Roma perdía el control sobre
los vastos territorios septentrionales ganados por los reformistas
protestantes. El cisma había separado a Europa, dividiendo el norte del
sur. Su comienzo se fija en 1517, un siglo antes de la irrupción de los
rosacruces, cuando Martín Lutero, teólogo alemán nacido en 1483,
proclama sus famosas 95 propuestas, anunciando la Reforma, en un panfleto clavado en la puerta de la iglesia de Wittemberg.
Lutero
estaba escandalizado por las costumbres imperantes en Roma, ciudad en
la que había estado en 1510. Retomaba, esta vez con mayor virulencia –y
un clima político más favorable- las ideas de Jean Hus, el díscolo
rector de la Universidad
de Praga que, a principios del siglo XV, denunciara los abusos de la
jerarquía romana, los crímenes de simonía y la venta de Indulgencias por
parte del clero. Pese al apoyo del Emperador, Hus había tenido que
comparecer ante el Concilio de Constanza, que lo declaró hereje y lo
condenó a la hoguera.
Pero
la situación política había cambiado. A diferencia de Hus, Lutero
obtuvo, rápidamente, el apoyo de los príncipes alemanes que veían en
esta Reforma llevada contra Roma, un medio para poner límites a la
influencia de los Habsburgo, la dinastía católica que reinaba sobre el
Imperio Austro-Hungaro, heredero del Sacro Imperio de Carlomagno. A
Lutero –afirma Yves-Fred Boisset- no le gustaban los herejes, sin
embargo, fue bajo su protección que surgió en Alemania, al principio del
siglo XVII -propagándose principalmente en Inglaterra y Holanda- de la
clandestinidad, ciertas corrientes de las que el rosacrucianismo
constituiría el punto culminante y la síntesis.[1]
Es
por ello que el movimiento rosacruz no puede concebirse sin la
influencia humanística del Renacimiento, sin la tragedia espiritual de la Reforma
y sin el anhelo de un conjunto de almas nobles que creían en la
posibilidad de unificar nuevamente a la raíz espiritual de Europa. Sin
embargo, mientras la Reforma protestante es religiosa y política, la Reforma Rosacruz es filosófica, teosófica y mística.
Fue
como un nuevo amanecer capaz de evocar a todos los grandes magos del
Renacimiento, resucitándolos en el corazón de un portentoso secreto.
Nadie, jamás, vio el rostro de los primeros rosacruces, pero fueron
ellos quienes reunieron a los espectros de Cornelio Agrippa, Marcillo
Ficino, Pico Della Mirándola, Dante y muchos otros nombres del
denominado Quatrochento, elevándolos a la categoría de arcontes de la
sociedad secreta más romántica de nuestra historia: La Hermandad de la Rosacruz. A ellos debemos la fusión de tres corrientes que marcaron un hito en la historia del pensamiento: El Hermetismo, la Alquimia y la Cábala,
de allí su influencia posterior en todas las órdenes iniciáticas que
surcaron el firmamento europeo en los siglos posteriores, pero muy
especialmente en la francmasonería. La influencia ejercida por estas
corrientes sobre el pensamiento de intelectuales y científicos, dio su
impronta a la era de las Utopías, como la que describe Francis Bacon en La Nueva Atlántida, que inspiraría los sueños de la nación americana. Bacon es considerado, por alguna organización rosicruciana, como uno de los Grandes Maestres de la Orden Rosacruz.
2.- Sociedades Secretas y Revolución Científica
Filósofos y científicos, astrónomos y alquimistas, líderes religiosos de la Reforma,
aristócratas y monarcas se interesaron en la hermandad y buscaron
afanosamente ingresar en ella, o se inquietaron ante un orden
desconocido detrás del cual intuían un poder por encima del poder. Cabe
preguntarse: ¿Cuál fue ese rol político? ¿Qué razones permiten afirmar
que la Hermandad de la Rosa Cruz actuó en el preciso momento en que la Reforma intentaba arrebatarle el control del Sacro Imperio a la potencia habsbúrguica de la Casa de Austria?
Existen razones de peso y un nutrido archivo documental que permiten afirmar que la Hermandad Rosa
Cruz no sólo fue una corriente de pensamiento o una Reforma paralela
sustentada en la búsqueda de nuevos horizontes científicos y de fuerte
contenido místico. Su expansión en Alemania bajo el control del
movimiento luterano y su fuerte posición en contra de Roma y el papado
ubican la acción de los rosacruces del siglo XVII en un escenario
político tan fascinante como su aspecto esotérico.
¿Existió
en verdad una Hermandad Rosa Cruz organizada? ¿O se trató del esfuerzo
individual de un conjunto de hombres geniales que habían alcanzado un
grado de sabiduría que excedía la media de su tiempo?
A
diferencia de sus herederos modernos, los rosacruces del siglo XVII
parecen haber carecido de organización; sin embargo una serie de
indicios contradice esta teoría y afirma que no sólo estaban unidos por
lazos fraternales sino que conformaban un verdadero Colegio, tal como lo
anuncian los manifiestos. Yendo aun más lejos, sorprende el hecho de
que numerosos investigadores afirmen que la Hermandad, como tal, ya existía en el siglo XV y que se mantuvo oculta hasta llegado el momento de actuar a principios del siglo XVII.
Sea
cual fuera el grado de organización, la imagen que ha perdurado
respecto del rosacruz de la época de los manifiestos, es la de un sabio
citadino, solitario, dedicado a la ciencia, tal como se la entendía en
aquel momento –recordemos que en el siglo XVII la palabra química era
sólo un sinónimo de alquimia- inmerso en experimentos en torno a las
fuerzas elementales de la naturaleza, la transmutación de los metales y
la búsqueda de la Piedra Filosofal.
Si hubiese que definir un término que simplificara el sentido de su
trabajo, diría que el rosacruz de aquella época primigenia es el
prototipo del hombre que realiza la Gran Obra y que ese es su principal secreto.
Pero
esta afirmación se torna relativa, o al menos parcial, cuando vemos en
la lista de los primeros rosacruces a hombres políticos, inmersos en
intrigas palaciegas, estrategias militares y utopías diversas. Sabemos
que individuos de indudable peso público como Francis Bacon, Robert
Fludd y hasta el propio Isaac Newton tuvieron su papel en esta historia y
que su protagonismo, lejos de constituir una leyenda, se encuentra
ampliamente documentado por los cronistas de la época.
3.- El Colegio Invisible y Los Primeros Manifiestos. La Llama de la Fraternidad y otros libros misteriosos
Si
repasamos los nombres que son identificados como los precursores del
rosacrucianismo nos encontramos con Paracelso (1493-1541), Jacob Boheme
(1575-1624), Baruj Spinoza (1632-¿?), Juan Amneos Commenius (1592- ¿),
Giordano Bruno (1548-1600) Robert Fludd (1574-1637), John Dee
(1527-1608) etc. Sus trabajos marcan la época de una profunda
transformación del conocimiento. Entre los más renombrados, supuestos, rosacruces
aparecen las figuras de Isaac Newton, de Francis Bacon y de Elías
Ashmole, que no sólo influirán notablemente en el rumbo de la ciencia
moderna sino que inspirarán, como el caso de Bacon y su Nueva Atlántida
la utopía de una República perfecta que se verá plasmada en el sueño de
los Padres Fundadores de los Estados Unidos de América. Comprenderá el
lector porqué razón, el factor rosacruz, resulta ampliamente expuesto en
El Símbolo Perdido.
Todo
esto nos permite afirmar que los rosacruces del siglo XVII –sin
abandonar su devoción por los grandes exponentes del pensamiento mágico
renacentista- traccionan, impulsan y conducen a la sociedad hacia un
futuro que ellos mismos están creando a través de la ciencia
experimental y la política. Vale la pena detenerse en este concepto: Al
generar un nuevo método de acceso al conocimiento y al inspirar un nuevo
modelo de organización política, estos hombres, mezcla de místicos y
científicos, crean, literalmente, el futuro. Remarcamos esta afirmación
porque no debe pasar desapercibida al lector.
En El otro Imperio Cristiano[2],
hemos hablado extensamente de los manifiestos rosacruces. En el año
1614 Alemania se vio sacudidas por la publicación de un libro. En la
ciudad de Cassel, editada por Wessel, vio la luz la primera edición de la Fama Fraternitatis (La llama de la Fraternidad) y con ella irrumpió en el mundo un nuevo mito: La Hermandad de la Rosa Cruz. Esta
nueva cofradía, supuestamente integrada por adeptos capaces de curar,
de dominar a las fuerzas de la naturaleza y de poseer los antiguos
secretos de las escuelas de Oriente, se presentaba ante el mundo luego
de haber permanecido en secreto durante siglos. El manifiesto sugería
que había llegado la hora de que la hermandad se diera a conocer e
hiciese público su objetivo. Europa, sacudida por las guerras de
religión y fascinada por el redescubrimiento de las antiguas filosofías,
la recibió con expectativa y no poca ingenuidad.
La
primera parte del manifiesto está dedicada a un análisis de la situación
del mundo y al planteo de una reforma general en el orden religioso,
político y social. Se sostiene que las iglesias ya no son el marco
excluyente de la salvación sino que ésta es consecuencia del esfuerzo
individual, de la purificación del corazón y de un impulso de naturaleza
mística. Establece puntos de encuentro entre la antigua tradición
judía, ...la que heredó Adán después de la caída y que practicaron
Moisés y Salomón... y las doctrinas esotéricas del mundo clásico: ...Lo
que establecieron Platón, Aristóteles o Pitágoras; lo que confirmaron
Henoch, Abraham, Moisés y Salomón; allí donde la Biblia coincide con el Libro de las Maravillas... Los rosacruces ofrecían al mundo moderno un reservorio único de la Sabiduría Antigua… Luego trata acerca de la organización de la Fraternidad y describe la historia de su fundador, quien es presentado en un principio sólo con las iniciales C. R.
La
leyenda pretende que este misterioso personaje nació en 1378 en
Alemania. Su familia era de origen noble pero muy pobre, por cuanto a la
edad de cuatro años fue entregado a una abadía en la que recibió una
buena educación y aprendió las lenguas antiguas. A los dieciséis años
partió a Palestina, acompañado de una suerte de tutor, pero éste muere
en Chipre, momento en que Christian Rosenkreutz –tal el nombre de
nuestro peregrino- decide continuar su viaje en soledad. Enfermo, llega a
Arabia, en donde recibe un conocimiento arcaico de sabios árabes. Estos
hombres, que aparentemente lo estaban esperando, le comunican los
secretos de la naturaleza y de las ciencias y le permitieron traducir al
latín el misterioso libro M.
Luego
emprende un viaje por el golfo arábigo y recala en Egipto; recorre el
mediterráneo hasta llegar a la ciudad de Fez, en Marruecos, donde
ciertos “habitantes elementales” le encomiendan la misión de transmitir
la sabiduría recibida durante su largo viaje y fundar una sociedad
secreta. Pasa a España y luego se retira del mundo durante cinco años.
Finalmente, se hace de tres fieles discípulos de los que sólo sabemos
sus iniciales Estos le juran fidelidad y redactan una serie de
conocimientos según el dictado de su maestro.
Un año después de aparecida la Fama Fraternitatis,
fue publicada una segunda obra llamada Confessio. Apareció
simultáneamente en Cassel y Frankfort. A poco de comenzar el texto, el
autor asume la defensa de la hermandad y lanza un ataque frontal contra la Iglesia Católica y el Papa. Reivindica el cumplimiento de lo establecido en la Fama Fraternitatis
como medio de salvación. Anuncia la aparición de nuevas estrellas en
las constelaciones de Orión y el Cisne, signos vigorosos de
acontecimientos nuevos e importantes... y describe la existencia de una
escritura secreta de carácter extraordinario pero incomparable con la
lengua de nuestro primer padre Adan, ni tampoco con la de Henoch, ya que
todas ellas están sepultadas bajo la confusión babilónica...
Se
introducen aquí dos elementos que serán asimilados rápidamente por la
tradición iniciática occidental: la existencia de un conocimiento
antediluviano vinculado a Henoch y la misteriosa existencia de una
palabra perdida. Ambos temas, de trascendental importancia en todas las
sociedades esotéricas modernas.
El
tercero y último de los manifiestos rosacruces alemanes, Las Bodas
Químicas de Christian Rosenkreutz apareció en Estrasburgo en 1616 y es
de naturaleza diferente a la de los dos anteriores. Describe un episodio
sucedido en la vida del personaje cuando ya era un anciano. A lo largo
de siete jornadas es sometido a una serie de duras pruebas, tanto de
naturaleza física como espiritual, que sirven de marco para desplegar un
complejo sistema de símbolos vinculados a la alquimia.
Sobre
el autor de estos tres documentos se han suscitado toda clase de
conjeturas; sin embargo la más firme parece ser la que los atribuye al
alquimista y filósofo alemán Valentín Andreae, líder de la ortodoxia
luterana, nacido en la ciudad de Harremberg en 1586 y muerto en 1654. Su
padre era un pastor luterano y su tío Jacob un célebre teólogo a quien
se llegó a llamar el segundo Lutero. El clima anticatólico de los
documentos en cuestión se explica, en parte, por esta filiación.
De
su vida se sabe que estudió en Tubingia y que fue uno de los más sabios
hombres de su tiempo, adquiriendo un profundo conocimiento de las
ciencias y de las lenguas clásicas. Su apego al estudio era tal que, en
más de una ocasión, su salud corrió serio peligro a causa del esfuerzo
que realizaba. Viajó por gran parte de Europa y tomó contacto con muchas
de las sociedades secretas que por entonces florecían en las grandes
ciudades. Él mismo llegó a sugerir que era el autor de tales documentos,
sin embargo, lamentablemente, muchos creyeron a pies juntilla la
historia de Christian Rosenkreutz y entonces, lo que había sido
imaginado como una alegoría, se convirtió en un torrente de órdenes y
fraternidades rosacruces cuya saga no termina aún a cuatro siglos de su
aparición. Francis Yates va más lejos y afirma que Valentin Andreae hizo
grandes esfuerzos para dejar bien sentado que Cristian Rosenkreutz y su
fraternidad eran ficticios. Pero como ya hemos dicho, nada más efectivo
que la negativa de un secreto para que éste se vea reafirmado de
inmediato.[3]
4.- Los Rosacruces en Inglaterra
En
Inglaterra la aparición de los tres manifiestos rosacruces produjo un
gran revuelo a causa del clima que se vivía como consecuencia de las
guerras que libraban católicos y protestantes. En medio de la polémica,
Fludd salió en defensa de la fraternidad y, de paso, solicitó ser
admitido en ella. Si a John Dee se le atribuye haber introducido la
cábala cristiana en Inglaterra, fue sin dudas Fludd el hombre que
contribuyó a expandir las doctrinas rosacruces.
Ambas
escuelas (cábala y rosacrucianismo) se complementarían en Inglaterra y,
juntas, producirían profundas influencias en la francmasonería y otras
órdenes creadas con posterioridad. Afirma Francis Yates que la filosofía
de la cábala cristiana es sumamente afín a la filosofía rosacruz, tal
como la formulan los manifiestos rosacruces y Robert Fludd. Para Yates,
es posible comprender mejor el fenómeno rosacruz si se lo relaciona con
la cábala cristiana introducida en Inglaterra en tiempos de Isabel I.[4]
En
1617, Robert Fludd publicó en Inglaterra un tratado en el que defendía
la seriedad de la sociedad de los rosacruces y muchos creen que fue él
quien introdujo las ideas rosacruces en la francmasonería inglesa.[5]
Se
cree que Fludd tuvo un vínculo estrecho con Iñigo Jones –Gran Maestre de
los masones de Londres- y que participó del círculo más íntimo de la
dinastía Estuardo en sus comienzos. Desde allí impulsó el
rosacrucianismo francmasónico cuya expresión más cabal sería recogida
por la tradición escocesa estuardista y daría nacimiento al grado de
Caballero Rosacruz.
De lo expuesto hasta aquí resalta que, desde la aparición de la Fama Fraternitatis
hasta la pegatina de carteles de París, tiempo en el que transcurrieron
apenas ocho años, los autores de estos manifiestos provocaron la
agitación de los círculos intelectuales de Europa.
5.- La Represión y el Silencio antes de la Tormenta Rosacruz
Los
primeros manifiestos rosacruces continuaron imprimiéndose
frenéticamente hasta fines de la segunda década. Fue entonces cuando,
bruscamente, se dejó de producir literatura rosacruz, que fue suprimida
como consecuencia del derrocamiento del Elector Palatino de Bohemia y de
la conquista de este reino y del Palatinado por parte de los ejércitos
católicos. Luego de la tragedia de Praga, la situación política y el
peso restaurado de la Iglesia Católica
llevaron a los rosacruces a un prudente silencio. Pero no tardarían en
abrir un nuevo frente y lo harían de manera espectacular.
En agosto de 1623, la ciudad de París amaneció empapelada con un manifiesto que provenía, supuestamente, del corazón de la Hermandad de la Rosa Cruz. Se desató la tormenta.
La
proclama causó inquietud en la población, inquietud que pronto se
convertiría en pánico cuando algunas publicaciones no dudaron en
relacionar a los rosacruces con la hechicería, la nigromancia y los
pactos con el demonio. El temor surgió en el momento menos esperado,
cuando el reino comenzaba a pacificarse a consecuencia de la brutal
represión católica.
Yates
menciona entre las causas del pánico a una obra anónima, editada
inmediatamente con el impactante título de Horribles pactos hechos por
el Diablo con los Invisibles. En ella se exponía otra versión de los
famosos anuncios y se afirmaba que el Colegio Invisible estaba
constituido por treinta y seis sabios, distribuidos en el mundo en
grupos de seis. Afirmaba que habían celebrado una asamblea en Lyon –en
vísperas del Gran Shabat- en la que habían decidido enviar a seis de
ellos a París. Para espanto del público, el líbelo rebelaba que en plena
asamblea se había presentado el Príncipe de las Tinieblas, en persona,
ofreciéndoles todo tipo de poderes a cambio de que abjurasen de la fe
cristiana.
Afirma
Yates que la edición de este libro tuvo por objeto convertir a los
rosacruces en infames hechiceros, sembrando el terror entre los
parisinos y provocando la persecución.[6]
Un
segundo manifiesto aparecería poco después en la ciudad. El clero,
inquieto, se encontraba incapaz de dar con los autores. Tanto la
jerarquía de la Iglesia Católica
como del Estado estaban al tanto de la cuestión rosacruz en Alemania.
Sin embargo, la metodología empleada en Francia –los carteles en las
calles- había resultado mucho más audaz que la circulación restringida
de los manuscritos. De este modo se había provocado la inquietud pública
que fue definida como un huracán de rumores por el cronista Gabriel
Nandé.
Los
testimonios de Nandé y del jesuita Francoise Garasse, constituyen
documentos importantísimos para comprender lo que ocurría en torno a la
irrupción del Colegio Invisible, pues ambos publicaron obras sobre el
tema, testimoniaron la situación y contribuyeron a formar opinión sobre
la misteriosa hermandad. A esta altura del relato, el lector entenderá
que los rosacruces han sido algo más que un hecho curiosos de la
historia.
Respecto de los carteles, Yves-Fred Boisset[7] y Francis Yates[8] coinciden en que la primera reacción del la Iglesia
fue atribuirlo a una farsa estudiantil, mientras que las autoridades
civiles pensaban en una provocación de los jesuitas. A causa de esta
confusión, fueron a buscar al joven erudito Gabriel Nandé, historiador y
bibliógrafo que llegaría a ser bibliotecario del cardenal Richelieu y
de Mazarin. Inmediatamente confirmó que venía estudiando a la
misteriosa sociedad alemana de la Rosa Cruz.
Publicó inmediatamente un libro titulado Instrucciones a Francia sobre la verdad de los hermanos de la Rosa Cruz,
en el que denunciaba que los carteles tenían como objetivo la
desestabilización del reino, que habiéndose propagado recientemente en
Alemania, la hermandad llegaba ahora a Francia y que la nómina de los
autores que reunían sus enseñanzas incluía a Fludd, Dee, Trithemius,
Giorgi, de la Candele,
Postus de Tirad, Bruno, Llul, Parcelso etc. Es el increíble relato de
Nandé el que corrobora el impulso vital de los rosacruces y de su
influencia.
Nandé expone la enorme influencia que han tenido la Fama y la Confessio y demuestra conocer algunas de las obras del médico y alquimista Michael Maier (1568-1622). Según Nandé la Fama
había causado gran impresión en Francia, despertando esperanzas de que
estuviese a punto de ocurrir un nuevo avance de la ciencia. Habla del
descubrimiento de Nuevos Mundos, de la invención del cañón, de la
brújula, del reloj y de los cambios que hubo en la religión, en la
medicina y en la astrología. Los rosacruces –tal como los ve Nandé-
traen una nueva Edad de conocimientos.
Habla
de Ticho Brae, de Galileo y sus nuevos anteojos (el telescopio) y de la
inminente instauración o renovación de las ciencias que prometen las
Escrituras. Esto último –coincidimos con Yates- se acerca mucho a los
ideales de Francis Bacon y su Nueva Atlántida. Muchas de estas
tradiciones quedaron incorporadas en los rituales de la francmasonería.
6.- Los rosacruces y su influencia en la francmasonería
En
trabajos anteriores nos hemos referido extensamente a la influencia
rosacruz en el mundo masónico. Citaremos aquí los aspectos esenciales.
La primera referencia indirecta de la relación entre rosacruces y
masones aparece en un poema editado en Edimburgo en 1638, que en una de
sus estrofas dice:
Porque somos hermanos de la Rosa Cruz
Tenemos la palabra del masón y una segunda vista,
Podemos predecir correctamente las cosas que vendrán...
Aunque
confuso, el texto parece referirse a los poderes mágicos de los
rosacruces, entre los que aparece la palabra del masón. Ya hemos visto
que en la masonería primitiva se menciona la pérdida del idioma
original, circunstancia que aparece reiteradamente en el simbolismo
masónico moderno y que se encuentra también en la cábala hebrea. Pero es
en el grado 18° del Rito Escocés Antiguo y Aceptado en donde esta
cuestión aparece con más claridad.
En
la apertura de los trabajos, los vigilantes anuncian a los caballeros:
Venimos a buscar la palabra perdida y con vuestra ayuda esperamos
encontrarla... Gran parte de la ceremonia de ascenso a este grado gira
en torno de esa búsqueda y su punto culminante es su hallazgo. Los
trabajos se cierran a la hora en que ...la palabra sagrada fue hallada,
cuando la piedra cúbica se transformó en rosa mística...
También
en el Rito de Kilwinning –uno de los más antiguos- aparece la piedra
cúbica sobre la que se coloca una rosa marchita. De igual modo que en el
rito anterior, los caballeros lamentan la destrucción del Templo y
marchan a un lugar desolado y oscuro en busca de la palabra perdida. Un
antiguo ritual de 1887 dice que cuando la palabra perdida ha sido
encontrada, ...el hombre recobra los derechos de su antiguo origen y la
naturaleza se yergue...[9]
Es
posible que esta tradición ya estuviese presente en la masonería inglesa
a la llegada de los manifiestos rosacruces y que las tradiciones
referentes a la pérdida de la palabra sagrada fueran introducidas con
anterioridad por los cabalistas cristianos, de modo que las primeras
sociedades rosacruces creadas en Inglaterra encontraron la “palabra del
masón” en coincidencia con su propia tradición.
El
primer documento impreso que prueba el vínculo entre masones y
rosacruces es un opúsculo masónico del año 1676 que dice: ...Se avisa
que la Asociación Moderna del Listón Verde, junto con la Antigua Hermandad de la Rosa Cruz, de los Adeptos Herméticos y de los Masones Aceptados, tienen la intención de cenar todos juntos el próximo 31 de noviembre...[10]
Treinta
años antes, un hombre estrechamente vinculado al movimiento rosacruz,
Elías Ashmole (1617-1692) era iniciado en la región del Lancashire: El
propio Ashmole describe en su diario personal que fue admitido a una
logia masónica en Warrington el 16 de octubre de 1646, en el que agrega
una lista de personas iniciadas en la misma época.
Este
testimonio es de enorme valor por cuanto es considerado el más antiguo
documento privado que describe las circunstancias de la iniciación de un
individuo en la francmasonería. Y no se trata de cualquier individuo.
Ashmole fue un anticuario que coleccionó antiguos manuscritos y dedicó
su vida al estudio de la cábala, la alquimia y la astrología. Fue uno de
los 114 miembros fundadores de la Real Sociedad
y en su colección de documentos puede hallarse una traducción al inglés
–hecha de su puño y letra- de los tres manifiestos rosacruces alemanes.
No sólo eso: Ashmole guardó una copia de una carta dirigida a los muy
iluminados Hermanos de la Rosa Cruz
solicitando ser admitido en la sociedad. Yates cree que esta carta fue
un “acto privado” una suerte de plegaria que en realidad no estaba
dirigida a nadie en particular.[11] Otros creen, por el contrario, que Ashmole formó parte del nutrido grupo de rosacruces que integraron la Real Sociedad entre los que también se encontrarían Isaac Newton y Jean Theophile Désaguliers, cuyo papel en la fundación de la Gran Logia de Londres en 1717 lo ha convertido en uno de los padres de la masonería moderna.
Este
conjunto de tradiciones, que hemos tratado de describir de manera
ordenada, convergen finalmente en la leyendas masónicas. Podría decirse
que toda la doctrina masónica está contenida en las leyendas que dan
vida a cada grado y que estas son trasmitidas en el seno de las logias y
los capítulos, en la Casa del Templo; en el templo que ha tomado como modelo al más famoso de nuestra tradición: El Templo de Jerusalén.
[1] Boisset, Yves-Fred; La Reforma Paralela, Historia del Movimiento Rosacruz del siglo XVII, (GEIMME; Boletín 7, Madrid, 2006) pag. 220
[2] Callaey, ob.cit. Cap. VII, La Tradición Iniciática y la Francmasonería.
[3] Yates, Frances; “El Iluminismo Rosacruz” (México, Fondo de Cultura Económica 2001) p. 255
[4] Yates, Frances; “La filosofía oculta en la época isabelina” p. 263
[5] Godwin, Joscelyn; “Robert Fludd, Claves para una teología del Universo” (Madrid, Editorial Swan 1987) p. 24
[6] Yates, ib. Pag. 133
[7] Boisset, Yves-Fred