domingo, 23 de septiembre de 2012

Teosofía de los Rosacruces; Conferencia XII La evolución terrestre de la humanidad (II)



El suceso que les he descripto como la aparición de los dos sexos se realizó exteriormente en tal forma que debemos imaginarnos que en el referido animal humano de la Luna, como asimismo en sus descendientes de la repetición lunar en la Tierra estaban aún unidos los dos sexos. A partir de entonces efectivamente tuvo lugar una suerte de división del cuerpo humano, y la misma se realizó a través de cierta densificación.

El cuerpo humano del presente con la característica unisexual sólo pudo desarrollarse por la formación de un reino mineral como ahora existe; quiere decir que la Tierra y el cuerpo humano primero tuvieron que solidificarse a la naturaleza mineral del presente: Los cuerpos humanos blandos de la Luna y del principio de la Tierra pertenecían a hombres bisexuales de naturaleza masculino femenina.

Hemos de recordar el hecho de que en cierto respecto el hombre ha conservado un remanente de la antigua bisexualidad, puesto que en el organismo masculino de nuestro tiempo el cuerpo etéreo es de índole femenina, el de la mujer, masculina. Tales hechos nos permiten observar interesantes aspectos en cuanto a la vida anímica de los sexos.

Por ejemplo, la capacidad de la mujer de sacrificarse en la obra caritativa está en relación con el carácter masculino de su cuerpo etéreo, mientras que la ambición del hombre se explica si se tiene en cuenta la naturaleza femenina de su cuerpo etéreo.

Ya he dicho que como resultado de la mezcla de las fuerzas que nos envían el Sol y la Luna se desarrolló lo que representa lo particular del género humano. A este respecto hay que tener presente que en el organismo masculino la influencia más fuerte sobre el cuerpo etéreo le llega de la Luna, y del Sol la influencia más fuerte sobre el cuerpo físico.

En la mujer sucede lo inverso: la influencia sobre el cuerpo físico proviene de las fuerzas de la Luna, y la influencia sobre el cuerpo etéreo, del Sol. El continuo cambio de substancias minerales, como sucede en el cuerpo físico humano de ahora, sólo pudo realizarse después de haber aparecido el mineral. La nutrición anterior había sido muy diferente. Durante el período solar de la Tierra todas las plantas contenían savias lechosas, y la nutrición efectivamente se hacía de tal forma que el ser humano chupaba de las plantas las savias lechosas, tal como ahora el niño de la madre.

Las plantas que en el presente todavía contienen semejantes savias son los últimos restos del período en que todas las plantas proporcionaban esas savias. Sólo más tarde llegó el tiempo en que la alimentación adquirió las formas del presente. Para comprender el significado de la separación de los sexos hay que tener presente que tanto en la Luna como durante la repetición en la Tierra del período lunar todos los seres se parecían unos a otros. Así como una vaca nos presenta el mismo aspecto que todas las demás, inclusive las generaciones posteriores, debido a la influencia del alma grupal, así también los hombres de entonces se parecían absolutamente a sus antepasados; y esta condición se mantenía hasta en el período atlante.

¿A qué se debe el hecho de que en el presente los hombres ya no se asemejan entre sí? Esto tiene su origen en la aparición de los dos sexos. De la bisexualidad del pasado se ha conservado en la naturaleza femenina la tendencia a crear los descendientes de aspecto parecido. En el ser masculino se manifiesta otra influencia, pues en él existe la tendencia a provocar la diversidad, la individualización; y por el hecho de fluir la fuerza masculina en la femenina surgió cada vez más la desemejanza.

Resulta pues que por el influjo masculino aparece la posibilidad de desenvolverse la individualidad. La bisexualidad tenía otra particularidad más. Si se le hubiera preguntado al antiguo hombre lunar acerca de las experiencias de su vida, él las hubiera sentido como iguales a las de sus antepasados remotos; la vida se extendía a través de generaciones. La preparación del hecho de que paso a paso se desenvolvió la conciencia de la vida que sólo se extiende desde el nacimiento hasta la muerte, tenía su origen en la individualidad del género humano; y con ello también surgió la posibilidad de un nacimiento y una muerte como ahora existen.

Los antiguos seres humanos lunares con sus movimientos cernidos-nadantes, pendían de la atmósfera circundante, hacia la cual ellos extendían sus cordones sanguíneos. Al morirse semejante ser, no sucedía un morir del alma; sólo tenía lugar algo así como el extinguirse de un miembro, mientras arriba se mantenía la conciencia, como si, por ejemplo, se secase la mano perteneciente al cuerpo y en su lugar se formase una mano nueva.

Quiere decir que con su conciencia opaca esos hombres sentían la muerte sólo como un paulatino secarse del cuerpo. Los cuerpos se secaban y continuamente brotaban otros nuevos; pero la conciencia se mantenía por medio de la conciencia del alma grupal, de modo que en realidad existía una suerte de inmortalidad. Después apareció la sangre de ahora, produciéndose la misma en el cuerpo humano mismo; y esto se realizó paralelamente con la aparición de los dos sexos, con lo cual surgió la necesidad de un proceso singular.

En la sangre se manifiesta una lucha constante entre la vida y la muerte; y un ser que produce sangre roja tiene en sí mismo el escenario de una constante lucha entre la vida y la muerte, puesto que continuamente va gastándose sangre roja y transformándose en sangre azul, una substancia de la muerte. Con la transformación de la sangre propia en el organismo humano también se produjo el apaciguamiento de la conciencia más allá del nacimiento y la muerte.

Sólo con la conciencia clara del presente el ser humano perdió la antigua inmortalidad ligada a la conciencia opaca, quiere decir que la pérdida de la visión más allá del nacimiento y la muerte se vincula íntimamente con la sexualidad. Otra cosa más se vincula con la misma. Mientras el ser humano tenía el alma grupal, la existencia terrenal se extendía de generación en generación, sin la interrupción por el nacimiento y la muerte. Al producirse tal interrupción apareció la posibilidad de la reencarnación. Antes el hijo no era sino la continuación inmediata del padre; el padre, del abuelo; y la continuidad de la conciencia no se cortaba. Pero llegó el tiempo de apagarse la conciencia más allá del nacimiento y la muerte, y sólo con ello se dio la posibilidad de la vida en el kama loka y el devachan.

Tal cambio, tal vida en mundos superiores sólo se ha hecho posible después de la individualización, después del desprendimiento del Sol y de la Luna. Sólo entonces comenzó lo que ahora llamamos encarnación y con ello aquel estado transitorio que en el futuro volverá a no tener lugar. Según lo que precede hemos llegado a la época en que el antiguo organismo bisexual, el que representa una especie de alma grupal, se divide en lo masculino y lo femenino de tal característica que lo igual, la parecido se continúa a través de lo femenino, lo distinto por lo masculino.

Efectivamente percibimos dentro de nuestra humanidad, en lo femenino el principio que aún conserva los antiguos nexos de raza y pueblo, y en lo masculino aquello que continuamente rompe y quiebra dichos nexos, y que de este modo individualiza a la humanidad. Realmente actúa en el organismo humano lo antiguo femenino como alma grupal, y lo nuevo masculino como elemento individualizante. Llegará el tiempo en que realmente han de cesar todos los vínculos de raza y de pueblo. El hombre se diferenciará cada vez más de otro hombre, y la unidad ya no existirá por la sangre común, sino por medio de lo que liga alma a alma. He aquí el curso de la evolución de la humanidad.

En las primeras razas atlantes existía aún un fuerte lazo de unidad, de tal modo que las primeras subrazas también se diferenciaban por el color, y este elemento de alma grupal todavía existe en los hombres de distinto color. Estas diferencias desaparecerán cada vez más cuanto más el elemento individual predomine. Llegará el tiempo en que ya no habrá razas de distinto color. La diferencia en cuanto a las razas habrá dejado de existir, en contrario existirán las diferencias individuales más grandes. Cuanto más nos remontemos a los tiempos antiguos, tanto más se nos presenta el dominio del elemento racial.

El principio realmente individualizante ciertamente sólo comienza en el posterior período atlante. En los antiguos atlantes los pertenecientes a una raza efectivamente sentían una profunda antipatía contra los de otra raza. La unidad y el amor tenían su origen en la sangre común; y se consideraba como inmoral casarse con una persona de otra tribu.

Si el vidente examinara la relación entre el cuerpo etéreo y el físico del antiguo atlante, descubriría algo singular. En el hombre de nuestro tiempo la parte de la cabeza del cuerpo etéreo casi concuerda con la cabeza física, pues la sobrepasa muy poco; en cambio, la cabeza etérea del antiguo atlante era mucho más amplia que la física, y principalmente en la frente aparecía mucho más extensa. Al respecto, tenemos que imaginarnos un punto en el cerebro físico, situado entre las cejas, pero aproximadamente un centímetro más abajo, y otro punto que a este último le corresponde, en la cabeza etérea.

En el atlante estos dos puntos estaban muy distantes, el uno del otro; y la evolución precisamente se expresaba en que ambos iban aproximándose cada vez más. En la quinta época atlante el punto de la cabeza etérea se introdujo en el cerebro físico, y como resultado del unirse los dos puntos se desarrolló lo que ahora nos es propio: calcular, contar unidades, la facultad de juzgar, y en general la facultad comprensiva e intelectual. Anteriormente los atlantes sólo poseían la muy desarrollada memoria, pero no el intelecto combinatorio.

Aquí se nos presenta el punto de partida para el nacimiento de la conciencia del yo. Antes de unirse los dos puntos el atlante no poseía la independencia de su ser; por otra parte era capaz de vivir en contacto mucho más íntimo con la naturaleza. Sus viviendas se componían de lo que la naturaleza le ofrecía. Transformaba las piedras y las combinaba con los árboles en crecimiento.

Transformando lo que la Naturaleza le ofrecía él creaba su morada, de modo que ésta se componía de objetos naturales transformados. El atlante vivía dentro de los nexos estrechos que aún se habían conservado sobre la base del parentesco sanguíneo en tal forma que en la comunidad se ejercía una potente autoridad del más fuerte, el jefe. Todo dependía de la autoridad, la que por cierto se ejercía, además, de otromodo.

Cuando la humanidad entró en el período atlante todavía no hablaba ningún idioma articulado, pues éste sólo se desarrolló en el período atlante. Quiere decir que el jefe no hubiera podido expresar sus órdenes por medio de un lenguaje. Por otra parte aquellos hombres tenían la capacidad de comprender el lenguaje de la Naturaleza. De esto no tiene ni idea el hombre del presente; tendrá que aprenderlo nuevamente. Imagínense, por ejemplo, un manantial que les refleja la propia imagen. En el alma del ocultista esto hace surgir un sentimiento extraño, pues él dice: Mi propia imagen se me presenta por el reflejo de esta fuente, y esto es la última señal de cómo en el antiguo Saturno todo se había reflejado hacia el espacio circundante.

En el ocultista se suscita el recuerdo del antiguo Saturno cuando él percibe en la fuente la imagen reflejada. y en el eco que hace resonar la propia expresión se suscita el recuerdo de cómo en Saturno volvía como eco todo lo que resonaba hacia el espacio cósmico. Otro ejemplo: se percibe una Fata Morgana, un espejismo en el que en cierto modo el aire ha acogido y va devolviendo ciertas imágenes. Esto despierta en el ocultista el recuerdo del período solar, cuando el Sol gaseiforme recogía en sí y transformaba lo que le llegaba del universo, para reflejarlo unido con su propia naturaleza. En el antiguo planeta Sol se hubiera percibido que en su seno se había preparado todo como Fata Morgana, como una imagen luminosa, dentro de los gases del estado solar. De tal modo, sin ninguna fantasía, se aprende a formarse la imagen del mundo; y esto representa un medio importante para el desarrollo hacia los mundos superiores.

En los tiempos antiguos el hombre comprendía en alto grado la Naturaleza. Es sumamente distinto el que se viva en una atmósfera como la presente, o en la del período atlante, pues en aquel tiempo el aire estaba lleno de densas masas de neblina, el Sol y la Luna circundados de un gigantesco halo de arco iris. Hubo un tiempo en que las masas de neblina estaban tan densas que no se podían ver las estrellas y en que el Sol y la Luna estaban aún obscurecidos; sólo en el curso del tiempo se hicieron visibles para el hombre. En el Génesis se describe magníficamente la aparición del Sol, la Luna y las estrellas en el firmamento. Lo que allí se describe realmente ha tenido lugar, como asimismo mucho más.

El atlante poseía aún la comprensión de la Naturaleza a su derredor. El murmurar del manantial, lo que suena en el viento tempestuoso, sonidos inarticulados para el hombre del presente, los percibía el atlante como lenguaje inteligible. No había mandamientos, pero el espíritu se manifestaba a través de la atmósfera acuosa, hablando al ser humano. La Biblia lo expresa mediante las palabras: "y el Espíritu de Dios se movía sobre la haz de las aguas." El hombre oía al Espíritu hablando desde los elementos, desde el Sol, la Luna y las estrellas, y dichas palabras de la Biblia expresan claramente lo que sucedía en torno del ser humano.

Llegó el tiempo en que una parte del género humano particularmente progresada y que vivía en una región que ahora también es fondo del mar, cerca de Irlanda de ahora, experimentó el ya mencionado fuerte amoldamiento del cuerpo etéreo y a raíz de ello una más amplia inteligencia. Bajo la conducción de la personalidad más progresada, dicha parte de la población atlante comenzó a migrar hacia el Este, mientras enormes masas de agua paulatinamente inundaban al continente atlante.

La parte más evolucionada de esas poblaciones se trasladó hasta Asia, donde fundó el centro de las culturas que designamos como las culturas post-atlantes; y de este centro irradió toda la cultura ulterior. Esta tuvo su origen en la corriente humana que más tarde avanzó más hacia el Este y que, partiendo del Asia Central fundó en la India la primera cultura post-atlante, la que todavía mostraba importantes reminiscencias de la cultura atlante. El habitante de la antigua India aún no poseía la conciencia como la nuestra, pero se dio la posibilidad para la misma cuando los dos puntos a que nos hemos referido se unieron. Antes de este amoldamiento aún vivía en el atlante la conciencia en imágenes, la que le permitía percibir entidades espirituales.

No solamente oía un claro lenguaje en el murmurar del manantial, sino que de éste veía ascender la ondina que en el agua se incorpora. En las corrientes del aire percibía las sílfides, en el crepitar del fuego, las salamandras. Todo esto lo veía y de ello nacieron los mitos y las sagas que en su forma más pura se conservaron en territorios europeos, en los cuales habían permanecido partes de los atlantes que no migraron hasta la India.

Las sagas y los mitos germanos son restos de lo que los antiguos atlantes habían percibido en las masas de neblinas. Los ríos, como el Rin, vivían en la conciencia de los antiguos atlantes como si con aquellos se hubiese unido la sabiduría proveniente de las neblinas del antiguo Nitlheim. Esta sabiduría parecía hallarse en los ríos en forma de las Ondinas del Rin, o seres similares.

En la forma descripta vivían en Europa restos de la cultura atlante, mientras que en la India surgía otra, la que todavía mostraba reminiscencias del antiguo mundo de imágenes. Este último mundo había desaparecido, pero el habitante de la India guardaba el anhelo de lo que ese mundo expresa. El atlante había oído el lenguaje de la sabiduría de la Naturaleza, el indio, a su vez, sentía el anhelo de la unidad con la Naturaleza y así se nos presenta el carácter de la antigua cultura india por el hecho de que la misma quiere volver al tiempo en que antes había vivido la humanidad como en su elemento natural.

El antiguo indio era un soñador. Si bien ante él se extendía lo que nosotros llamamos la realidad, no obstante sentía el mundo de los sentidos como maya, como ilusión. Lo que el antiguo atlante aún había percibido como Espíritus moviéndose cernidos, lo buscaba el antiguo indio a través del anhelo del contenido espiritual del mundo, el Brahma. Esta forma de volver a la antigua conciencia onírica del atlante se ha conservado en la enseñanza oriental, en la búsqueda de la antigua conciencia.

Más hacia el Norte existía la primitiva cultura persa de los medos y persas. Mientras que la cultura india hacía abstención de la realidad, el persa a su vez se hacía consciente de que la debe tomar en cuenta. Por primera vez el ser humano aparece como trabajador, consciente de que debe emplear sus fuerzas espirituales, no solamente para aspirar al conocimiento, sino también para transformar la tierra. Al principio la tenía ante sí como elemento contrario; él debía vencerla y este contraste se expresa en Ormuzd y Ahrimán, la Divinidad del Bien y la del Mal, como asimismo en la lucha entre ambas.

Cada vez más el hombre quería hacer fluir el mundo espiritual en el terrenal; pero todavía no era capaz de reconocer el reinar de leyes en el mundo exterior, las leyes de la Naturaleza. La antigua cultura india en verdad poseía el conocimiento de mundos superiores, pero no basado en una ciencia natural, puesto que todo lo terrestre se relacionaba con la maya; el persa, en cambio, sólo llegó a conocer la Naturaleza como lugar de trabajo.

Ahora pasamos a los caldeos, los babilonios y las poblaciones egipcias, es decir a la época en la que el hombre llegó a conocer el reinar de las leyes en la Naturaleza. Alzando la mirada hacia las estrellas, no solamente buscaba dioses tras ellas, sino que examinaba las leyes de ellas, y esto condujo a la maravillosa ciencia que se nos presenta en los caldeos. El sacerdote egipcio no consideraba lo físico como antagónico, sino que incorporaba a su suelo, su país, la espiritualidad que se le revelaba en la geometría.

Se llegó a conocer las leyes que rigen en la Naturaleza exterior. En la sabiduría caldeobabilonio-egipcia se enlaza íntimamente la astronomía exterior con el conocimiento acerca de los dioses que dan alma a las estrellas. Esta es la tercera etapa de la evolución cultural.

Sólo en la cuarta etapa de la evolución post-atlante el hombre llega al punto de hacer fluir en la cultura lo que en él mismo vive como espiritualidad. Esto se realiza en la época greco-latina, en la que mediante la obra de arte el hombre impregna en la materia su propia espiritualidad, tanto en el arte plástico como en la poesía dramática. En la misma época también se realizan los comienzos de la formación de ciudades, una formación bien distinta de la que existía en el Egipto y en Babilonia, donde los sacerdotes alzaban la vista hacia las estrellas, estudiando sus leyes, mientras en sus obras arquitectónicas creaban el trasunto de lo observado en el firmamento. A raíz de ello sus torres evidencian la evolución en siete escalones, la que el hombre primero había descubierto en los cuerpos celestes, y también sus pirámides muestran condiciones cósmicas.

En el principio de la historia romana, la de los siete reyes de Roma, se expresa maravillosamente el tránsito de la sabiduría sacerdotal a la realidad de la sabiduría humana. ¿Qué son estos siete reyes? Recordemos que la primitiva historia de Roma tiene su origen en Troya, la que aparece como el último resultado de antiguas comunidades de sacerdotes que habían organizado los Estados según las leyes de las estrellas. Con el tránsito a la cuarta época cultural la inteligencia humana se sobrepone a la sabiduría sacerdotal. La imagen de aquélla la representa la astucia de Ulises. Más expresivamente lo hace comprender la imagen que es símbolo del sobreponerse el discernimiento humano a la sabiduría sacerdotal, pues como símbolo de la sabiduría humana siempre ha sido considerado la serpiente.

El grupo escultórico de Laocoonte expresa que las serpientes, que representan la inteligencia y la sabiduría del hombre, vencen a la sabiduría sacerdotal de la antigua Troya. Las autoridades que actúan en el curso de los milenios bosquejaron entonces los sucesos a realizarse, y según ellos debió transcurrir la historia. Los que se encontraron en el sitio del origen de Roma determinaron de antemano la cultura septenaria de Roma, tal como la misma figura en los libros sibilinos.

Reflexionando sobre los mismos se descubrirán en los nombres de los siete reyes reminiscencias de los siete principios del ser humano, hasta tal punto que el quinto rey romano, el etrusco, llega de afuera; él representa aquella parte del principio Manas, del Yo espiritual, que actúa como eslabón entre los tres principios inferiores y los tres superiores. Los siete reyes romanos representan los siete principios de la naturaleza humana.

Los vínculos espirituales se expresan en estos sucesos. El Estado romano republicano no es otra cosa que la sabiduría humana que alterna con la sabiduría sacerdotal; y así la tercera cultura se convirtió en la cuarta. En sus grandes obras de arte, en sus poesías dramáticas y en el derecho el hombre hizo brotar de sí mismo lo que él tenía en el alma. Anteriormente todo el derecho se había recibido de las estrellas. Los romanos llegaron a ser un pueblo del derecho, porque aquí el hombre ha creado según sus propias necesidades el derecho necesario correspondiente, el Jus romano.

Nosotros mismos vivimos en la quinta época. ¿Cómo se expresa en ella el sentido de toda la evolución? Desapareció la antigua autoridad; el hombre se torna cada vez más concentrado en sí mismo, su actuar y trabajar exterior es cada vez más un reflejo de su interioridad. Las comunidades étnicas se deshacen, el hombre se individualiza cada vez más. En esto se basa el germen de la religión que dice: El que no abandone a padre y madre, hermano y hermana, no puede ser mi discípulo.

Esto significa que todo amor basado en el parentesco natural ha de cesar; los vínculos deben de formarse de hombre a hombre, y el alma ha de encontrar al alma. Es nuestra tarea hacer descender un tanto más al plano físico lo que en la época grecolatina había fluido del alma; y con ello el hombre llega a ser cada vez más una entidad sumergida en la materia. Mientras que en sus obras de arte el griego creaba un reflejo idealizado de su vida anímica, vertiéndolo en la forma humana, y el romano en sus preceptos jurídicos algo que más bien da expresión a necesidades personales, nuestra época, a su vez, se caracteriza principalmente por las máquinas como expresión materialista de necesidades enteramente personales.

La humanidad descendió cada vez más del cielo, y nuestra quinta época ha descendido al más bajo plano y se halla enredada en la materia en el más alto grado. Si el griego aún había elevado al hombre sobre el hombre a través de sus creaciones artísticas -pues Zeus representa al hombre elevado sobre sí mismo-, si en los preceptos jurídicos romanos todavía se encuentra algo del hombre que lo eleva sobre sí mismo, pues el romano aún daba más importancia a su posición como ciudadano romano que a su calidad de hombre personal; en nuestra época, en cambio, se halla el hombre que se sirve del espíritu con el fin de satisfacer sus necesidades materiales.

Pues ¿a qué finalidad sirven las máquinas, los buques de vapor, ferrocarriles y todos los demás inventos complejos? Mientras que el antiguo caldeo satisfacía del modo más simple sus necesidades alimentarias, en nuestro tiempo se emplea para ello una inmensa sabiduría. Sabiduría humana cristalizada se utiliza para saciar el apetito de comer y beber. No hay que ilusionarse: emplear la sabiduría en tal sentido significa descender a un nivel debajo de sí mismo, hasta en la materia.

Todo cuanto en el pasado el hombre había traído de lo espiritual debió descender hasta debajo de su propio ser, a fin de poder ascender nuevamente. Pero en ello consiste la misión de nuestra época. Mientras que en el hombre antiguo fluía la sangre que le unía con su comunidad étnica, con su tribu, resulta que en nuestro tiempo se ha quebrantado cada vez más el amor que aún fluía en la sangre antigua. En su lugar debe de haber un amor de índole espiritual, y esto nos permitirá volver a ascender a la espiritualidad.

El haber descendido de la espiritual se justifica plenamente, pues el hombre debe de experimentar el descenso, para volver a encontrar por su propia fuerza el camino hacia la espiritualidad. Es precisamente la misión de la corriente científico-espiritual enseñar a la humanidad el camino hacia lo alto.

Hemos contemplado el curso evolutivo de la humanidad hasta el tiempo al que nosotros mismos hemos llegado. Ahora nos incumbe mostrar cómo ha de seguir su evolución y cómo el hombre que experimente la iniciación puede, ya en nuestro tiempo, pasar anticipadamente por un determinado nivel evolutivo de la humanidad, a través de su sendero de conocimiento y sabiduría.

Rudolph Steiner