Cualquier, no iniciado, que leyere por primera vez al Venerable Fratrer Steiner, pensará que fue un individuo con una imaginación delirantemente surrealista; pero queremos recordaros, por enésima vez, Que los fratrers y sorores iluministas se expresan, hacia sus hermanos, mediante el símbolo y la metáfora; dado que sus discursos no van dirigidos al intelecto de la mente del hombre animal sino a la inteligencia emocional de nuestra Alma inmortal.
El Maestre Archivero.
Neuchatel, 1 de 2, Septiembre 1911
Me llena de honda satisfacción estar por primera vez en esta Rama, de reciente
fundación, que lleva el sublime nombre de Christian Rosenkreutz, lo que me permite hablar
por primera vez con más amplitud sobre esta personalidad. ¿En que consiste el misterio de
Christian Rosenkreutz?. En una sola noche no se puede agotar este tema; lo dividiremos en
dos sesiones: dedicaremos nuestra plática de hoy a la figura de Christian Rosenkreutz, y la
de mañana a su obra.
Hablar sobre Christian Rosenkreutz presupone una gran confianza, no en la persona,
sino en los grandes secretos de la vida espiritual, de la misma manera que la fundación de
una nueva Rama presupone siempre la fe en esa vida espiritual.
Christian Rosenkreutz es una individualidad que actúa, lo mismo cuando mora en un
cuerpo físico que cuando no lo habita; actúa, no sólo como entidad física mediante energías
físicas, sino también, y sobre todo, espiritualmente mediante energías superiores.
Como sabemos, el hombre vive no sólo para sí mismo, sino vinculado a la gran
evolución de la humanidad. Cuando el hombre normal muere, su cuerpo etéreo se disuelve
en el universo; pero de ese cuerpo etéreo en vías de disolución, siempre se conserva una
parte, de modo que estamos circundados por doquiera, de restos de cuerpos etéreos, lo que
puede ser benéfico o perjudicial para nosotros, según seamos buenos o malos.
De los cuerpos etéreos de grandes individualidades irradian hacia nosotros efectos de
gran alcance. Así, del cuerpo etéreo de Christian Rosenkreutz emana una gran fuerza que
puede actuar sobre nuestra alma y sobre nuestro espíritu.
Es nuestra tarea llegar a conocer estas fuerzas; a ellas apelamos como rosacruces.
En sentido estricto, el movimiento rosacruz tuvo su origen en el siglo XII. En aquel
entonces, esas fuerzas actuaban con vigor inusitado y dieron origen a una corriente
vinculada con el nombre de Christian Rosenkreutz cuya continuidad en la vida espiritual
sigue subsistiendo. Hay una ley según la cual esa corriente de energía espiritual debe
manifestarse con particular intensidad cada 100 años más o menos.
De esto es manifestación hoy el movimiento teosófico. En sus últimas disertaciones
exotéricas, el propio Christian Rosenkreutz aludió a esta necesidad.
En el año de 1785, las revelaciones esotéricas reunidas por los rosacruces se
compendiaron en la obra “Los Símbolos secretos de los rosacruces” de Hinricus
Madathanus Theosophus.
Esta publicación contiene, aunque en cierto sentido limitado, alusiones a lo que como
corriente rosacruz había actuado durante los cien años anteriores y que sólo halló expresión
en los trabajos reunidos y recopilados por Hinricus Madathanus Theosophus. Otros 100
años después, vemos manifestarse el efecto de la corriente rosacruz en las obras de H.P
Blavatsky, particularmente en su libro “Isis sin velo”.
He aquí una obra que contiene un acervo de sabiduría occidental oculta, no totalmente
aprovechada todavía, si bien el enfoque es a veces bastante confuso. Es interesante comparar
“Los símbolos secretos de los rosacruces” de Hinricus Madathanus Theosophus con la obra
de H. P. Blavastsky. En sus obras posteriores, ella se alejó de esa corriente espiritual
rosacruz, por lo que hemos de saber distinguir entre sus primeras y sus posteriores
publicaciones, aunque ya en las primeras haya infiltraciones de la mente poco crítica de H.
P. Blavastsky. El que digamos esto cuenta con el beneplácito de la propia H. P. Blavatsky
aunque no pueda decírnoslo ahora de viva voz.
Si enfocamos la particularidad de la conciencia humana en el siglo XIII, notamos que
la clarividencia primitiva, esa clarividencia elemental que los hombres de antaño poseían,
había desaparecido paulatinamente. A mediados del siglo XIII se produjo un anticlímax a
este respecto y de repente ya no hubo clarividencia, sino que para todos se extendió la
obscuridad espiritual.
Hasta los espíritus más iluminados, las personalidades más egregias y
aun los iniciados, ya no tenían entonces acceso a los mundos espirituales, y sus
afirmaciones respecto a esos mundos tenían que circunscribirse a lo que conservaban en el
recuerdo. De los mundos espirituales sólo se sabía algo por tradición, o por los iniciados que
evocaban el recuerdo de lo que habían experimentado anteriormente, pues durante una
breve época, ni incluso ellos tenían una visión directa de esos mundos.
Este breve período de ofuscamiento fue necesario para preparar lo preeminente de
nuestra época, la civilización intelectualista que caracteriza la quinta época cultural postatlante.
En la época cultural greco-latina no existía esa civilización en el mismo sentido;
dominaba entonces la intuición directa en vez del pensamiento intelectual. El hombre se
unió, se confundió con lo que veía y oía y hasta con lo que pensaba.
En aquellos tiempos no se sutilizaba tanto como sucede y tiene que suceder hoy, pues en ello consiste la misión de la quinta época post-atlante. Más adelante volverá a alborear la clarividencia de los hombres, y surgirá la clarividencia del porvenir.
El origen de la corriente rosacruz nace en el siglo XIII. En aquel tiempo había que
seleccionar las personas particularmente idóneas para la iniciación; ésta, sin embargo, sólo
pudo tener lugar transcurrido el breve tiempo de ofuscamiento.
En un lugar de Europa que no se puede mencionar todavía, aunque en un futuro no
muy lejano sea permitido identificarlo, se constituyó una logia de alta espiritualidad, un
Colegio de doce hombres que habían asimilado la suma total de la sabiduría espiritual de
los tiempos antiguos y del suyo propio. Esto quiere decir que durante ese período tenebroso
vivían doce hombres, doce espíritus egregios, unidos para fomentar el progreso de la
humanidad.
Ninguno de ellos poseía la visión directa del mundo espiritual, pero todos podían
resucitar dentro de sí el recuero de lo que habían experimentado en una iniciación anterior.
El karma de la humanidad había dispuesto que en siete de estos doce hombres se hallara
incorporado lo que la humanidad había conservado de los restos de la antigua época atlante.
En mi “Ciencia Oculta” ya se ha dicho que los siete antiguos Rishis, los santos
instructores de la época cultural de la India primitiva, conservaban y transmitían lo que
había quedado de la época atlante.
Los siete hombres reencarnados en el siglo XIII, integrantes del Colegio de los Doce,
eran los que podían remontarse a las siete corrientes de la antigua época atlante de
evolución humana y lo que persistía de estas siete corrientes. Cada una de esas siete
individualidades no podía hacer fecunda para aquella época y para hoy más que una de esas
corrientes. A estos siete se incorporaron otros cuatro que no tenían la facultad de retrotraer
su mirada, como los primeros siete sabios, hacia aquellos tiempos prístinos, si bien eran
capaces de remontarse hasta la sabiduría oculta que la humanidad se había apropiado en los
cuatro períodos culturales post-atlante. El primero de ellos podía captar la realidad cultural
de la antigua India, el segundo la de la Persia primitiva, el tercero la egipcio-caldeo-asiria y
el cuarto la greco-latina.
Estos cuatro, unidos con los otro siete, integraron el colegio de Sabios del siglo XIII.
El doceavo miembro era el que menos se asentaba en el pasado; plenamente intelectual
tenía la función de cultivar sobre todo las ciencias exteriores.
Estas doce individualidades no vivían únicamente en las experiencias del ocultismo
occidental, sino que las doce corrientes sapienciales confluían en un cuadro global. Alusión
muy peculiar a esto se hace en el poema de Goethe “Los Secretos”.
De modo que hemos de referirnos a doce individualidades egregias y buscar, a
mediados del siglo XIII, el punto de partida de una cultura nueva. En ese tiempo se había
llegado a una especie de nadir de la vida espiritual. El acceso a los mundos espirituales
estaba vedado incluso a los más desarrollados, y fue entonces cuando se constituyó aquella
logia de alta espiritualidad. En un lugar de Europa no divulgado hasta ahora, se
congregaron los doce hombres que presentaban la suma del saber espiritual de su época y
que representaba las doce tendencias espirituales.
En este Colegio de los Doce existía en parte una clarividencia basada en recuerdos
únicamente y en parte una sabiduría de orden intelectual: los siete sucesores de los siete
Rishis recordaban su antigua sabiduría; los otro cinco representaban la sabiduría de las
cinco culturas post-atlantes.
De manera que en los Doce se conjugaba la suma total de la sabiduría atlante y postatlante:
Once de ellos, privados de la visión espiritual directa, alcanzaban su saber
sumergiéndose en los recuerdos de sus encarnaciones anteriores; y el doceavo era el que
poseía en el más alto grado de su propia sabiduría intelectual.
Empero el punto de partida de una nueva cultura sólo fue posible gracias a que un
treceavo entró en el círculo de los Doce. Este treceavo no era un erudito en el sentido de
aquella época; era una individualidad que había estado encarnada en tiempos del Misterio
del Gólgota. En encarnaciones subsiguientes se había preparado para su misión por un
ánimo devoto y una vida de fervorosa entrega a Dios.
Era una gran alma, un hombre devoto y profundamente místico que tenía innatas estas cualidades, no que las
había adquirido simplemente.
Si ustedes se imaginan a un joven muy devoto, en íntegra e incesante entrega
a su Dios, tendrán ante sus ojos la imagen de cómo era la individualidad del treceavo. Este
treceavo creció enteramente bajo el cuidado y la educación de los Doce y de cada uno de
ellos recibió toda la sabiduría que eran capaces de darle. Se le educó con sumo esmero y de
tal manera que sólo los Doce, y nadie más que ellos, pudieron ejercer una influencia sobre
él. Se le mantuvo aislado del resto del mundo. En aquella encarnación del siglo XIII, era un
niño muy endeble; de ahí que la educación que los Doce le otorgaron tuvo que influir hasta
en su cuerpo físico. Los Doce, a su vez, profundamente compenetrados de sus respectivas
misiones espirituales y profundamente henchidos de Cristianismo, eran conscientes de que
el Cristianismo exterior de la Iglesia no era más que una caricatura del Cristianismo
gnóstico. Pletórico de la grandeza del Cristianismo se les consideraba, exteriormente, como
sus enemigos. Cada uno de ellos estudiaba y profundizaba solamente un aspecto del
Cristianismo, en aspiración de reunir las diversas religiones en una gran unidad; estaban
convencidos de que sus doce corrientes abarcaban la totalidad de la vida espiritual y cada
uno de ellos, en la medida de sus fuerzas, ejercía su influencia sobre el discípulo. Su meta
era llegar a la síntesis de todas las religiones, pero sabían que esto no podía alcanzarse por
teorías sino sólo por la realización práctica de la vida espiritual. Y para esto fue necesario la
correspondiente educación del treceavo.
Mientras las energías espirituales del treceavo se acrecentaban infinitamente, sus
fuerzas físicas disminuían sin cesar. Esto les llevó al extremo de que cesó casi toda
conexión del discípulo con la vida exterior, todo su interés por el mundo físico: vivía
únicamente para el desarrollo espiritual, orientado por los Doce; en él existía un reflejo de la
sabiduría de los Doce. Finalmente el treceavo rehusó todo alimento y lentamente se
consumía. Entonces sobrevino un acontecimiento realizable sólo una vez en la historia, uno
de esos acontecimientos que pueden tener lugar cuando las potencias macrocósmicas, en
atención a sus frutos, obran en conjunto. Tras algunos días, el cuerpo del treceavo se volvió
completamente transparente y durante varios días estuvo como muerto. Entonces, entorno a
él se reunieron los doce a ciertos intervalos, y en esos momentos fluía de su boca toda
sabiduría. En breves fórmulas, comparables a rezos devotos, hacían fluir su sabiduría hacia
el treceavo que yacía como si estuviera muerto. Lo mejor es imaginarse a los Doce
agrupados en forma de círculo en torno al treceavo. Este estado terminó cuando el alma del
treceavo, que había vivido una grandiosa transformación, pareció despertar como alma
nueva.
Existía en ella algo como un renacimiento de las doce sabidurías, de suerte que
también los doce sabios pudieron aprender algo enteramente nuevo de ese joven. También
el cuerpo transparente se vitalizó en forma tal que no puede compararse a nada. El treceavo
pudo en adelante hablar de vivencias completamente nuevas; y los doce pudieron
comprender que él había pasado por la experiencia de Damasco: se trata de una repetición
de la visión que tuvo San Pablo en Damasco. En el curso de pocas semanas, el treceavo
transmitía en forma nueva la sabiduría que había recibido de los Doce. A lo que él les
revelaba, los Doce lo llamaban el Cristianismo gnóstico para diferenciarlo del de la época en que vivían. El
treceavo murió relativamente pronto y los Doce se dieron a la tarea de transcribir en forma
de imaginaciones, en la única forma en que era posible hacerlo, lo que el treceavo les había revelado.
Así nacieron las figuras e imágenes simbólicas contenidas en las obras de Hinricus
Madathanus Theosophus, y también las comunicaciones de H. P. Blavatsky en su obra “Isis
sin velo”. El proceso oculto hemos de imaginar que consistió en que el fruto de la
iniciación del treceavo se conservó en su cuerpo etéreo postmortem y, por lo tanto, persiste
en el aura espiritual de la tierra.
Este fruto tuvo efecto inspirador sobre los Doce así como sobre sus discípulos
posteriores de modo que de ellos pudo originarse la corriente rosacruz oculta. Y el cuerpo
etéreo continuó activo, y al reencarnarse el treceavo de nuevo, ya en el siglo XIV,
compenetró el cuerpo etéreo de éste. Más o menos nació a mediados del siglo y vivió en esa
encarnación más de 100 años; se educó en el círculo de los discípulos y sucesores de los
Doce, de manera semejante pero no tan ajeno al mundo como en su encarnación anterior.
Al llegar a los 28 años de edad surgió en él un ideal extraño. Se sintió impelido a viajar y a
salir de Europa. Primero fue a Damasco, y allí se repitió para él una vez más la Experiencia
que San Pablo había tenido. Esta experiencia debe considerarse como fruto de un germen
de la encarnación anterior. Todas las energías del maravilloso cuerpo etéreo de la
individualidad del siglo XIII habían quedado intactas, y nada de él se desvaneció después
de la muerte en el éter universal; era un cuerpo etéreo íntegro permanente, intacto desde
entonces en las esferas etéreas. Ese mismo cuerpo etéreo, de sutil espiritualidad, iluminaba
e irradiaba desde el mundo espiritual la nueva encarnación que esa individualidad tenía en
el siglo XIV.
De ahí el impulso de volver a vivir el Evento de Damasco. Esta es la individualidad
de Christian Rosenkreutz; él era el treceavo en el círculo de los Doce y de esa encarnación
en adelante se le llamó así. Esotéricamente él ya era Christian Rosenkreutz en el siglo XIII,
pero no se le dio este nombre exotéricamente hasta el siglo XIV y los discípulos del
treceavo, los sucesores de los Doce del siglo XIII, son los rosacruces.
Christian Rosenkreutz viajaba por todo el mundo conocido. Habiendo recibido
instilada toda la sabiduría de los Doce, fecundada por la gran Entidad del Cristo, le resultó
fácil asimilar, en el curso de siete años, toda la sabiduría de esa época. Regresó a Europa
después de siete años de ausencia y aceptó como discípulo a los más avanzados de entre los
discípulos y sucesores de los Doce y fue entonces cuando propiamente comenzó la labor de
los rosacruces.
Gracias a las irradiaciones del maravilloso cuerpo etéreo de Christian Rosenkreutz,
fue posible emprender un enfoque del mundo totalmente nuevo. Ahora bien, el trabajo
realizado por los rosacruces hasta nuestro tiempo ha sido externo e interno. El externo tuvo
por objeto explorar lo que se halla detrás de maya, mundo fenoménico concebido como
imagen falaz. Todo el macrocosmos se basa en un macrocosmos etéreo o cuerpo etéreo, en
analogía al que tiene el hombre. Existe cierta transición limítrofe de la sustancia burda a la
más fina. Dirijamos nuestra mirada sobre el límite entre la sustancia física y etérea. Nada en
el mundo se parece a lo que se encuentra entre la sustancia física y la etérea; no es ni oro ni
plata, ni plomo ni cobre; es una sustancia incomparable con cualquier otra sustancia física:
es la esencia de todas ellas. Tenemos ahí una sustancia que está contenida en todas las
demás substancias físicas, de modo que estas pueden considerarse como modificaciones de
aquélla. Llegar a la visión clarividente de esa sustancia ha sido preocupación de los
rosacruces. Ellos han considerado como preparación para el desarrollo de esa visión la
actividad acrecentada de las energías morales del alma, actividad que luego hace visible la
sustancia: en las energías morales del alma veían la potencia para la visión. Los rosacruces
efectivamente contemplaron y descubrieron esa sustancia; encontraron que vive en forma
determinada en el mundo, tanto en el macrocósmico como en el humano; Fuera, en el
exterior, la veneraron como el gran manto, el ropaje del universo; en el interior, en el
hombre la vieron brotar cuando en él existe una reacción armoniosa entre pensamiento y
voluntad. Veían no tan solo las energías volitivas en el hombre, sino también en el macrocosmos, por
ejemplo, en el trueno y el relámpago. Asimismo, observaban también las energías
intelectivas, por una parte en el hombre y, por otra, en el mundo exterior, en el arco iris o
en el aura. Los rosacruces buscaban en las irradiaciones del cuerpo etéreo del treceavo, de
Christian Rosenkreutz, la energía para realizar en la propia alma esa armonía entre la
voluntad y el pensamiento. Ha sido regla entre los rosacruces que todos sus descubrimientos
permanecieran secretos por cien años y que sólo transcurrido ese tiempo se comunicaran al
mundo. Sólo después de una labor de cien años sobre algo nuevo, se permitía hablar de él
en forma adecuada. Así se preparó del siglo XVII al siglo XVIII, lo que en 1785 halló la
expresión en el libro “Los símbolos secretos de los rosacruces”.
También es de gran importancia saber que la inspiración rosacruz se transmite en cada
siglo en forma tal que su mensajero nunca se identifica exteriormente. Sólo los supremos
iniciados lo saben. Hasta hoy, por ejemplo, no se podía hablar públicamente de los
acontecimientos de cien años atrás, período fijado para que se caractericen, ya que es
demasiado grande la tentación de otorgar a una autoridad personificada, si es portadora de
un mensaje, un culto de idolatría fanática, es lo peor que pudiera suceder. Este peligro es muy
natural, y la discreción es una necesidad, no sólo contra las tentaciones de la ambición y de
la altanería, quizá neutralizables, sino, sobretodo, contra los ataques astrales ocultos que se
dirigían continuamente hacia una individualidad de esas características. De ahí la
importancia de no hablar de esos hechos durante cien años.
A consecuencia de la labor rosacruz, el cuerpo etéreo de Christian Rosenkreutz se
vigorizó y se hizo más potente de siglo en siglo. Ejercía su influencia no sólo a través suyo,
sino asimismo a través de todos los que eran sus discípulos.
Desde el siglo XIV, Christian Rosenkreutz ha encarnado una y otra vez. Todo lo que
se promulga como Teosofía recibe el vigor del cuerpo etéreo de Christian Rosenkreutz, y los
que la proclaman dejan que les haga sombra este cuerpo etéreo que puede actuar sobre ellos
lo mismo cuando Christian Rosenkreutz está encarnado que cuando no lo está.
En el siglo XVIII, el conde Saint-Germain fue la reencarnación esotérica de Christian
Rosenkreutz, sólo que ese nombre se atribuía también a otras personas, de modo que no
todo lo que en diversas partes se dice del Conde de Saint-Germain es válido para el
auténtico Christian Rosenkreutz.
También hoy Christian Rosenkreutz se halla encarnado. De las irradiaciones de su
cuerpo etéreo brotó la inspiración para la obra de H. P. Blavastsky “Isis sin velo”. Esta
misma influencia de Christian Rosenkreutz actuó también, invisible, sobre Lessing y le
inspiró su escrito sobre “La educación del género humano” (1780). Por el alud materialista
se hizo más y más difícil lograr inspiraciones en sentido rosacruz. En el siglo XIX, el
materialismo llegó a pleamar. En consecuencia, mucho pudo presentarse únicamente en
rayos polirefractados. En 1851, Wiedenmann resolvió el problema de la inmortalidad,
en el sentido de la reencarnación; su escrito fue premiado.
Hacia 1850, Drossbach escribió sobre la reencarnacionista desde el punto de
vista de la psicología.
Así es como también en el siglo XIX las irradiaciones del cuerpo etéreo de Christian
Rosenkreutz han seguido actuando. Y fue posible renovar la vida teosófica cuando, en
1899, había expirado el pequeño Kali Yuga. Por esta razón, el acceso al mundo espiritual es
hoy más fácil, y el efecto espiritual es posible en mucha mayor medida. La entrega al ya
poderoso cuerpo etéreo de Christian Rosenkreutz significará para los hombres la nueva
clarividencia y despertará los poderes espirituales latentes, pero esto sólo será posible para
las personas que sigan correctamente la disciplina de Christian Rosenkreutz. Hasta ahora se
requería para ello la preparación rosacruz esotérica; el siglo XX tiene la misión de procurar
que este cuerpo etéreo cobre tanto poder que pueda asimismo obrar exotéricamente. Los
que reciban su influencia, podrán vivir la Experiencia que San Pablo tuvo ante las puertas
de Damasco.
Hasta ahora, ese cuerpo etéreo sólo ha influido sobre el movimiento rosacruz; en el
siglo XX habrá más y más personas que experimentarán ese efecto y de esta manera serán
capaces de vivir la aparición de Cristo en su cuerpo etéreo. La labor de los rosacruces hará
posible que tengamos la aparición etérea de Cristo y que aumente de día en día el número
de quienes puedan percibirla. Hemos de atribuir esta reaparición a la magna labor de los
Doce y del treceavo miembro en los siglos XIII y XIV.
Una vez convertidos ustedes en instrumentos de Christian Rosenkreutz, podrán estar
seguros de que hasta su más pequeño esfuerzo anímico tendrá valor para la eternidad.
Mañana nos ocuparemos de la obra de Christian Rosenkreutz. Un confuso instinto
hacia la ciencia del espíritu palpita hoy en la humanidad. Y podemos estar seguros de que
por doquiera que discípulos rosacruces trabajen seria, y conscientemente, crecerán valores
para la eternidad. Toda labor espiritual, por pequeña que sea, nos hará ascender. Es
necesario brindar comprensión y veneración a la causa sagrada.
Rudolph Steiner
Sacado del Libro del Maestro Steiner (Cristianismo Rosacruz) www.upasika.com