También hemos visto que en tal momento pueden producirse para el hombre ciertos estados anormales. Antes de proseguir contestaremos a una pregunta que para algunos puede ser de importancia cuando elevan la mirada espiritual hacia el devachan. Me refiero a la pregunta: ¿qué tiene lugar en cuanto a la convivencia de los hombres entre la muerte y un nuevo nacimiento? Debemos tener en cuenta que hay una convivencia, un estar juntos los hombres, no solamente aquí en la Tierra física, sino también allá en los mundos superiores.
Exactamente de la misma manera como el trabajo de los hombres en la región espiritual guarda relación con el mundo físico, así también ejercen su efecto sobre el país espiritual, todas las relaciones entre hombre y hombre, todos los conexos, todos los vínculos recíprocos que aquí abajo se tejen. Vamos a ilustrarlo mediante un ejemplo concreto: el vínculo entre madre e hijo. Puede surgir la pregunta: ¿existe entre ellos una relación que perdura hasta en el más allá? Ciertamente existe e incluso mucho más íntima, más firme que cualquier relación que aquí en la Tierra se puede tejer. Al principio el amor materno tiene un carácter animal, pues se manifiesta como una especie de instinto natural.
A medida que el niño va creciendo este vínculo toma un carácter moral, ético, espiritual. Cuando madre e hijo aprenden a pensar y tener sentimientos en común, el instinto natural va manifestándose cada vez menos, pues sólo había dado la oportunidad para que pudiera enlazarse el bello vínculo que en el sentido más profundo encierran en sí el amor materno y el cariño infantil. Lo que así se desenvuelve como comprensión mutua e íntimo amor, continúa viviendo hasta en las regiones espirituales, si bien por el hecho de que una de ambas partes muera antes que la otra, esta última aparentemente queda separada del difunto durante cierto tiempo.
Después de tal período el lazo que aquí se ha tejido sigue siendo vivaz e íntimo; las dos partes están juntas, sólo que ambas primero deben desprenderse de todos los instintos animales y puramente naturales. Lo que aquí en la Tierra se teje entre un ser y el otro como sentimiento y pensamiento del alma, no se reprime allí arriba por las limitaciones que aquí existen. Por el contrario, al devachan se le da un cierto aspecto, una cierta estructura por las relaciones que aquí se han tejido.
Consideremos otro ejemplo. Se contraen amistades o vínculos que se originan en afinidades anímicas. Tales vínculos tienen su continuación hasta en el devachan, y de ellos surgen los nexos sociales de la próxima vida terrenal. De esta manera, enlazando vínculos del alma, trabajamos con respecto a la configuración que se da al devachan.
Todos nosotros, sin excepción, hemos trabajado así, enlazando vínculos de amor de hombre a hombre, creando algo que no solamente tiene importancia para la Tierra sino que también genera las relaciones en el devachan. Se podría decir: lo que aquí tiene lugar sobre la base del amor, amistad, íntimo entendimiento mutuo, todo esto son piedras de edificar templos allí arriba en la región espiritual; y para los hombres compenetrados de tal certidumbre ha de ser un sentimiento de íntima satisfacción el saber que, al enlazarse ya en la Tierra vínculos de alma a alma, esto constituye el fundamento de un eterno devenir.
Supongamos que algún otro planeta físico tuviera seres carentes de simpatía mutua y sin poder enlazar vínculos de amor: ellos tendrían un devachan muy pobre. Sólo en los territorios planetarios en los que se enlazan vínculos de amor de hombre a hombre, puede haber un devachan substancial y ampliamente estructurado.
El que ya está en lo alto del devachan, sin que los hombres comunes sean capaces de percibirle, posee, según su grado evolutivo, la conciencia más o menos clara de su vínculo con los seres que todavía están en la Tierra, e incluso existe la posibilidad de incrementar la unión. Si a nuestros difuntos les hacemos llegar pensamientos de amor, pero no de índole egoísta, fortalecemos el sentimiento de estar unidos con ellos.
Es un error creer que en el devachan el hombre tiene una conciencia vaga y opaca. Por el contrario, hemos de subrayar que el grado de conciencia que el hombre haya alcanzado, ya no lo podrá perder, si bien en ciertos momentos de tránsito pueden producirse mitigaciones, de modo que en definitiva el hombre efectivamente tiene en el devachan, por medio de sus órganos espirituales, una conciencia clara de lo que sucede aquí en lo terrestre. El ocultismo nos enseña que el ser humano que vive en el mundo espiritual, vive conscientemente con lo que acontece aquí en la Tierra.
Vemos pues que la vida en el devachan, considerándola de acuerdo con la verdad, pierde todo la no satisfactorio, y que el hombre, si no la considera desde el punto de vista egocéntrico terrestre, la podrá sentir como algo inmensamente sublime, aparte de que el estar libre del cuerpo físico, libre de los miembros inferiores en que el hombre terrestre está encerrado, da un sentimiento de intensa satisfacción. El hecho de por sí de que las limitaciones ya no existen y que el hombre ya no está restringido por esas ataduras, encierra en sí un sentimiento de felicidad. Todo esto hace del tiempo en el devachan un libre desplegarse hacia todos los lados, de un modo tan fecundo, tan amplio, sin impedimentos, como el hombre jamás lo ha conocido en la Tierra.
Hemos visto que, al descender el hombre a un nuevo nacimiento, entidades espirituales de jerarquía parecida a la de los Espíritus de Pueblo le han dado la envoltura de un nuevo cuerpo etéreo. Este cuerpo etéreo no resulta enteramente adaptado al hombre. Aún menos adaptado le queda lo que él recibe como envoltura física. A grandes rasgos vamos a elucidar la incorporación del hombre en el mundo físico. Algunos aspectos de la misma escapan en cierto respecto a la consideración pública.
Sabemos que según las cualidades que le son inmanentes el hombre se envuelve en un cuerpo astral. En virtud de lo que hay en este cuerpo astral el hombre posee una fuerza de atracción referente a determinados seres de la Tierra. Por el cuerpo etéreo se le atrae al pueblo ya la familia (en el sentido más amplio) en los cuales nace nuevamente. Por la característica del desarrollo de su cuerpo astral se le atrae a la parte materna de sus padres, quiere decir que la esencia, la substancia, la estructuración del cuerpo astral, le atraen a la madre. El yo atrae al nuevo hombre hacia la parte paterna de los padres.
Sabemos que el yo estuvo presente en tiempos remotos cuando el alma desde el seno de la divinidad descendió por primera vez en un cuerpo terreno. Este yo se ha desarrollado a través de muchas encarnaciones. El yo de cada individualidad es diferente del yo de otra, y en su estado de nuestro tiempo ejerce particularmente la fuerza de atracción hacia e! padre. El cuerpo etéreo atrae hacia el pueblo, la familia; el cuerpo astral ante todo hacia la madre; el yo hacia el padre. De todo lo descripto depende la configuración
del individuo que se propone descender a la nueva encarnación.
Puede suceder que el cuerpo astral es atraído a la parte materna, mientras que el yo no quiere unirse con el padre correspondiente. En tal caso el yo continúa su peregrinación hasta que encuentre una pareja adecuada.
En el ciclo evolutivo del presente el yo representa el elemento de la voluntad, de los impulsos sensitivos; en el cuerpo astral se hallan las cualidades de la fantasía y las del pensar. Por lo tanto la madre transmitirá por herencia -como se dice- éstas últimas cualidades, y el padre las primeras. Esto nos indica que la individualidad que va a encarnarse escoge, por sus fuerzas inconscientes, al padre y la madre que le deben dar el cuerpo físico.
Lo que acabo de describir tiene lugar en tal forma que en lo esencial queda concluido aproximadamente hasta al cabo de la tercera semana después de la concepción. Si bien desde el instante de la concepción este ser humano constituido por el yo, el cuerpo astral y el etéreo está absolutamente cerca de la madre que tiene en sí el germen humano fecundado, esta individualidad, no obstante, influye desde afuera.
Al cabo de dicho tiempo, aproximadamente en la tercera semana, el cuerpo astral y el etéreo en cierto modo se apoderan del germen humano y empiezan a participar en la formación del organismo humano. Hasta tal instante el desarrollo del cuerpo físico humano se realiza sin el influjo del cuerpo astral y el etéreo; ya partir de entonces estos últimos participan en el desarrollo de la criatura, y ellos mismos estructuran la ulterior conformación del germen humano.
De esto se infiere que con respecto al cuerpo físico en mayor grado es válido lo que se ha dicho referente al cuerpo etéreo; quiere decir que con relación. a aquél es aún menos posible el que haya una adaptación concordante. Este importante hecho hace comprender mucho de lo que acontece en el mundo.
Hasta ahora hemos descripto el desarrollo normal del hombre común del presente. Esto no es válido para todo lo referente a un individuo que en la última encarnación anterior haya comenzado un desarrollo oculto. Cuanto más haya avanzado en tal desarrollo tanto más temprano llegará al punto en que él mismo comenzará a influir sobre su cuerpo físico, a fin de hacerlo más apto para la misión que le toca cumplir en la Tierra.
Cuanto más tarde logre apropiarse del germen físico, tanto menos podrá ejercer el dominio sobre el cuerpo físico. En las individualidades humanas del más alto grado evolutivo, los que son los conductores de la parte espiritual de nuestro mundo, dicho apropiarse ya tiene lugar con la concepción. Para ellas no sucede nada sin su propia acción. Ellas guían su cuerpo físico hasta la muerte y comienzan a formar el nuevo, tan pronto que se presente el primer estímulo.
Las substancias que constituyen el cuerpo físico cambian constantemente. Al cabo de aproximadamente siete años quedan renovadas todas las partículas. Se cambia la substancia, pero la forma se conserva inalterada. Entre el nacimiento y la muerte tenemos que volver a generar la substancia continuamente, pues ella es lo cambiante. Lo que entre el nacimiento y la muerte se desarrolla hacia un estado superior, hasta más allá
de la muerte, se mantiene incólume y forma un organismo nuevo.
Lo que el hombre hace inconscientemente entre el nacimiento y la muerte, el iniciado lo realiza conscientemente desde la muerte hasta el nuevo nacimiento: conscientemente ya formando su nuevo cuerpo físico. Por esta razón el nacimiento es para él nada más que un acontecimiento radical. A este hecho se debe la gran semejanza de la figura (Gestalt) de tales individualidades de una encarnación a otra, mientras que en los hombres poco desarrollados no existe absolutamente ninguna semejanza entre las figuras de sus distintas encarnaciones.
Cuanto más se desarrolla el hombre, tanto más semejantes resultan ser dos encarnaciones sucesivas. El ojo clarividente permite observarlo decididamente. Existe una expresión bien definida para esta condición que se forma para el hombre de un grado superior de desarrollo. Se dice que él de ninguna manera nace en otro cuerpo, como de un hombre común tampoco se dice que cada siete años recibe un cuerpo nuevo. Con respecto al maestro se dice: ha nacido en el mismo cuerpo.
Lo usa durante siglos y hasta milenios. Esto tiene lugar en la gran mayoría de las individualidades conductoras. Una excepción se nos presenta en ciertos maestros los que tienen una misión peculiar. En ellos se mantiene incólume el cuerpo físico, de modo que para ellos no sobreviene la muerte. Son los maestros que tienen que velar por la transición de una raza (período cultural) a otra.
Ahora se nos presentan dos preguntas más, o sea la pregunta: ¿Cuánto tiempo dura la permanencia en otros mundos? y la otra se refiere al sexo en encarnaciones sucesivas. De la investigación oculta resulta que por término medio el hombre reencarna al cabo de 1000 a 1300 años. El sentido de esto consiste en que el hombre, cuando retorne, encontrará la faz de la Tierra cambiada, lo que da la posibilidad para nuevos hechos. Lo que en la Tierra cambia está en íntima relación con determinadas constelaciones estelares; y esto es un hecho muy importante. Al comienzo de la primavera (del hemisferio septentrional) el Sol sale en un determinado signo del zodíaco.
Ochocientos años antes de J.C. el Sol salía en la constelación de Aries (el Cordero), anteriormente en la constelación continua, la de Tauro. En el curso de 2160 años pasa por una constelación, y el paso por las doce constelaciones del zodíaco se llama en el ocultismo un año del mundo.
Los pueblos antiguos siempre sentían profundamente lo relacionado con este paso por el zodíaco. Con devoción sentían en el alma: En la primavera asciende el Sol, la naturaleza se renueva después del reposo hibernal. El divino rayo solar de la primavera la despierta del sueño profundo. Esta nueva fuerza de primavera se unía con la constelación desde la que resplandecía el Sol.
Ellos decían: Esta constelación es quien nos envía las fuerzas nuevas del Sol, la nueva fuerza divina creadora. Para los hombres de una época, hace dos mil años, apareció así el Cordero como benefactor de la humanidad. Todas las sagas relativas al Cordero tienen su origen en esa época. Con este símbolo se relacionan conceptos divinos.
En los primeros siglos de nuestra era se ha simbolizado al Redentor mismo, al Cristo Jesús por medio del símbolo de la Cruz y al pie de la misma el Cordero; y sólo en el siglo VI se presenta al Redentor en la Cruz. También la conocida saga de Jasón, la conquista de la pelleja de oro del cordero, el Vellocino de Oro, se origina en aquel hecho.
En la época que terminó aproximadamente en el año 800 antes de Jesucristo el Sol pasaba por la constelación de Tauro, y en ese período teníamos en Egipto la veneración del Toro Apis y en Persia la del Toro de Mithra. En el período anterior a éste el Sol pasaba por la constelación de Géminis. En mitos indios y germánicos efectivamente se alude a los Gemelos.
Los carneros gemelos del carruaje del Dios Donar representan un tardío remanente de ello. Remontándonos aún más llegamos al período del Cáncer el que ya nos aproxima al cataclismo atlante. Cayó en la decadencia una cultura antigua y surgió otra nueva. Este hecho se caracteriza mediante un determinado signo oculto, la vértebra, signo que a la vez representa el símbolo de Cáncer, tal como figura en cada calendario.
De la manera descripta los pueblos siempre tuvieron la clara conciencia de cl que sucede en el firmamento, paralelamente a los cambios en la Tierra. Cuando el Sol termina de pasar por una constelación zodiacal, la faz de la Tierra también ha cambiado en el sentido de que para el hombre resulta importante volver a la vida terrenal; y en virtud de ello el momento de la reencarnación depende del cambio del punto vernal.
El tiempo que el Sol necesita para pasar por una constelación zodiacal, es el período aproximado durante el cual el ser humano se reencarna dos veces, una vez como varón, la otra como mujer, pues las experiencias y acontecimientos que al hombre le pueden tocar en un organismo masculino o femenino, son tan profundamente diferentes para la vida espiritual del hombre, que él se incorpora una vez como mujer y otra vez como varón, en la misma faz de la Tierra. De ello resulta el tiempo aproximado entre dos encarnaciones de unos 1000 a 1300 años, término medio.
Lo que precede contesta a la vez la pregunta referente al sexo: por regla hay alternación, pero de esta regla se producen excepciones, de tal manera que pueden sucederse tres, hasta cinco, pero nunca más de siete encarnaciones del mismo sexo.
Es contrario a todas las experiencias ocultas, si se afirma que existe la regla de siete encarnaciones sucesivas del mismo sexo.
Antes de pasar ahora a estudiar el k arma del individuo, debemos tomar en consideración un hecho fundamental. Existe un karma colectivo, no determinado por un hombre individualmente, si bien encuentra su compensación en el curso de las encarnaciones del individuo. Voy a dar un ejemplo concreto.
Cuando en la edad media los hunos invadieron los países europeos, causando guerras perturbadoras, esto fue algo de significado espiritual. Los Hunos son los últimos restos de antiguos pueblos atlantes. Se hallan en profunda decadencia, la que se pone de manifiesto en cierto proceso de descomposición de sus cuerpos astral y etéreo. Las substancias de tal descomposición encontraron suelo vegetativo favorable en el miedo y el terror que los hunos causaron en todos los pueblos respectivos, y debido a ello estos últimos inocularon a sus cuerpos astral es semejantes substancias en descomposición; y esto a su vez se transmitió al cuerpo físico de una generación posterior.
La epidermis aspira lo astral acogido, y la consecuencia de ello fue una enfermedad de la edad media: la lepra. Naturalmente, el médico físico aduciría causas físicas de la lepra. No voy a combatir lo que dice el médico, pero él emplea una deducción como la siguiente: En una pelea a raíz de un viejo sentimiento de venganza, una persona lesiona a otra con un cuchillo. Alguien dice después que la lesión fue causada por el sentimiento de venganza; otro dice que el cuchillo fue la causa. Ambos tienen razón. El cuchillo fue la causa física definitiva, pero detrás de la misma se halla la espiritual.
Quien busca causas espirituales siempre reconocerá las físicas. Lo expuesto nos enseña de qué manera acontecimientos históricos ejercen un significativo efecto que se extiende sobre generaciones, y de ello aprendemos cómo podemos actuar corrigiendo, por largos tiempos, hasta en lo profundo de las condiciones de la salud.
En el curso de los últimos siglos, a raíz de los progresos técnicos, se ha generado un proletariado de la industria en la población europea, y paralelamente se ha formado un inmenso odio de raza y de posición social. Estos sentimientos de odio están localizados en el cuerpo astral humano y repercuten físicamente en la tuberculosis pulmonar. La investigación oculta conduce a este conocimiento.
Dentro de semejante karma colectivo muchas veces no es posible prestar ayuda al individuo, de modo que con el corazón oprimido debemos ver el sufrimiento del enfermo; no podemos darle salud ni felicidad puesto que él está sujeto al karma colectivo. Sólo podemos ayudar al individuo si logramos mejorar el karma en común. No se trata de favorecer al ser egoísta individual, sino que debemos actuar en beneficio de toda la humanidad.
Voy a dar otro ejemplo que se relaciona directamente con la situación general de nuestro tiempo: Observaciones ocultas dieron por resultado que entre los seres astrales que en la guerra ruso-japonesa (1904/05) intervinieron en diversas batallas, hubo rusos difuntos que actuaron contra su propio pueblo. Esto se debía a que en los últimos tiempos históricos del pueblo ruso perecieron muchos nobles idealistas por su encarcelamiento y el cadalso. Eran hombres de altos ideales, pero aún no desarrollados lo suficiente como para poder perdonar.
Habían muerto llenos de un profundo sentimiento de odio contra los que habían causado su muerte. Esto repercutía en el período de kama-loka, pues esos sentimientos sólo allí encuentran su respuesta. Después de la muerte estos difuntos rusos influyeron sobre las almas de los japoneses combatientes, infundiéndoles odio y sentimientos de venganza contra el pueblo al que aquellos mismos habían pertenecido. Si ya hubieran estado en el devachan, habrían dicho: perdono a mis enemigos, pues en el devachan habrían reconocido lo pavoroso e indigno de los sentimientos que entonces se les habían presentado desde afuera. Este ejemplo nos muestra de cómo pueblos enteros están bajo la influencia de sus antepasados.
Las aspiraciones ideales del tiempo moderno no pueden alcanzar su realización, porque únicamente quieren trabajar con medios físicos en el plano físico. Así, por ejemplo, el movimiento pacifista, el que meramente con medios físicos quiere alcanzar la paz. Sólo si llegamos a aprender a influir también sobre el plano astral, podremos saber cuáles son los medios adecuados.
Sólo entonces podremos actuar en forma tal que el hombre, cuando vuelva a nacer en el mundo terreno, lo encuentre en las condiciones que le permitirán trabajar en el mismo saludablemente.
Rudolph Steiner