jueves, 25 de octubre de 2012

ZOROASTRO (El Precursor Gnóstico-Rosacruz)

AHURA MAZDA. Una simbiosis de simbología Sumeria y Egipcia

¿PROFETA O FIGURA LEGENDARIA?
 
Profeta de una religión nueva, reformador del mazdeísmo -la antigua religión popular iraní, antigua Persia- o simple figura mítica, Zoroastro sigue siendo un misterio. Según algunos historiadores fue  personaje influyente dentro del sistema religioso persa quién hacia el año 600. a. de C., predicó en el norte de Persia y con sus ideas provocó varios cambios en la cosmovisión persa.

Zoroastro predicaba que el hombre tenía la necesidad de actuar acorde a la justicia, diciendo siempre la verdad y evitar las mentiras. Zoroastro establecía un sistema religioso de carácter dual, basado en la lucha entre la Verdad  y la Mentira , valores y conceptos que, incluso, llegaron a ser personificados. (Dualismo Gnóstico que incorporarían, con posterioridad, los maniqueos)


Un origen confuso 

 
Platón fue el primero en revelarle a Occidente el nombre de este profeta, a quien denominaba Zoroastro. El célebre filósofo afirmaba que Zoroastro era iraní, y que había vivido justo antes de la  fundación del Imperio Persa por  Ciro el Grande (hacia el año 550 a.C.).

La tradición hizo nacer a Zoroastro en una pequeña comunidad de estilo arcaico del noreste de Irán, ya sea en Rages (ahora Raí), en Media, o bien en Atropatena, el actual Azerbaíján. Sin embargo, es más verosímil que haya visto la luz en Bactriana, en el norte de Afganistán. Sus discípulos aseguraban que pertenecía a un clan descendiente de los madai del Génesis, que se establecieron entre Media y Bactriana. 

Así que este hombre sería de linaje glorioso, puesto que habría pertenecido a la raza de Jafet, tercer hijo de Noé (Mito incorporado, con probabilidad, mucho tiempo después). Zoroastro tuvo sus primeras revelaciones a los 30 años de edad. Apartado del mundo en las montañas del Khorasán, en el noreste de Irán, meditó muchos días ante el fuego, objeto de culto para los antiguos. Su pensamiento nos ha llegado a través de los gatha -o estrofas- del Avesta, recopilación de textos sagrados de la religión mazdeísta.

¿Rumbo a un monoteísmo?
 
Los iraníes antiguos se habían alejado progresivamente de muchas prácticas y creencias de los indios, aunque compartían con ellos; orígenes comunes. Le daban un lugar preponderante a un gran Dios al que llamaban Ahura Mazda, maestro de la Sabiduría y creador del mundo. Este Dios no era otro que el Ser absoluto, que genera y contiene a todo los seres, y que no se esconde en las imágenes de la abstracción sino que se expresa a través de la boca de los profetas. 

Pues bien fue a Ahura Mazda a quien Zoroastro anunció ante sus primeros discípulos, los pastores de ovejas y cabras de las montañas adonde se había retirado. Zoroastro afirmaba que el Dios benefactor no les pedía a los humanos sino tres cosas: un pensamiento puro, una palabra pura y una acción pura (Una mente pura, un corazón noble y un cuerpo sano son el Lema de la Fraternidad Rosacruz)

Esta tríada era la puerta de salvación que se ofrecía a todos. Bajo la influencia de Zoroastro, los iraníes antiguos empezaron a rechazar a otras divinidades, las daiva, potencias del Mal dirigidas por Ahrimán, el destructor, hermano gemelo de Ahura Mazda (Tema tratado, con gran profundidad, en la Obra de Rudolph Steiner), desposeído y opuesto a él.

Esta religión, con ciertas características monoteístas de un Dios supremo, fue aceptada sobretodo por las capas dirigentes del Imperio. Si bien la mayor parte de la población mantuvo a Ahura - Mazda en un lugar superior, lo rodeó de otras divinidades inferiores, personificadas por las fuerzas naturales.

Una doctrina sin violencia:
 
Al parecer, Zoroastro predicó sin violencia y se presentó como un profeta sin espada. Consideraba que en el cielo no había cólera alguna y que ésta no existía más que en la tierra y en el "astral". Su Dios no era un dios furibundo ni vengativo que reclamara masacres sin cesar. Por su parte, Zoroastro proscribió los sacrificios humanos y de  animales, reminiscencias de ritos aceptados  por  los daivas.

Asimismo, Zoroastro condenó el ritualismo mecánico, el fetichismo y su folclore, y también la práctica de la magia negra. Asimismo, aprobaba el deseo de conocer el porvenir, tan tenaz en el corazón de los hombres, y desaprobaba la magia que pretendiendo controllar las fuerzas invisibles, no hacía más que atraer a los espíritus malos e ignorantes.

Por último, Zoroastro fomentó la agricultura, pregonó la sedentarización de las tribus nómadas y conminó a la gente a instaurar un imperio fundado en la justicia.

De este modo, el pensamiento de Zoroastro es una afirmación de la forma y de la sustancia en el plano de lo invisible y de lo visible. Sólidamente estructurado, insiste en la responsabilidad y en la libertad humana, que es el punto de contacto entre el Bien y el Mal. Esta prédica se topó con la hostilidad del clero tradicional iraní, pero el profeta recibió el apoyo de Vishtapa, un príncipe de Bactriana. Nunca se supo la fecha de su muerte y la leyenda dice que fue asesinado.

En la filosofía de Zoroastro, el espíritu del mal había tenido su origen de una duda surgida en la mente de Dios. Cuando una persona muere, según Zoroastro, el espíritu sigue vagando alrededor del cuerpo durante unos días, hasta que el viento se lo lleva, atraviesa la laguna (al estilo de la mitología griega), y se encuentra ante una balanza donde hay que pesar sus buenas y malas acciones (reminiscencia egipcia recogida también en las Bodas Químicas de Christian Rozentkreutz). El castigo y el premio son provisionales, pues en el momento del juicio universal todo quedará borrado y las almas extremadamente perversas serán reducidas a la nada, aniquiladas, pues en la eternidad sólo existirá el bien.

La religión de Zoroastro se extendió de una manera considerable. En tiempos de Ciro el Grande puede afirmarse que todo el Asia occidental era creyente de esta religión. El cuerpo de doctrina estaba contenido en el Avesta, una especie de Biblia de Zoroastro.

Como vemos, esta religión tuvo un marcado contenido moral (Principio masónico esencial): el hombre puede y debe optar entre el bien o el mal. El hombre debe trabajar, colaborar con la comunidad, tener muchos hijos  fomentar una tranquila convivencia social y respetar las costumbres de los otros. El culto era esencialmente el cumplimiento de esos deberes, complementados con la veneración del fuego. Zoroastro condenaba las ofrendas y los sacrificios sangrientos, aunque los magos los practicaban igualmente.

El texto del libro
 
Este relato tradicional de la vida y de la obra de Zoroastro plantea, pese a todo, algunos problemas. Si nos referimos al Avesta, y particularmente a las palabras del profeta, tal como aparecen en las gatha del libro sagrado, nos daremos cuenta de que él no predicaba en favor de la agricultura sino del mejoramiento de la cría de bovinos. Tampoco pretendió fundar una nueva religión -ni siquiera reformar la antigua-, sino tan sólo restablecer la pureza de la doctrina y del culto, alterada por los malos sacerdotes.

Por otra parte, ¿podría asegurarse verdaderamente que Zoroastro quiso suprimir el sacrificio animal, si se sabe que los dos pueblos que reclaman al profeta como suyo -los guebros de Irán y los parsis de la India occidental- practicaban tales ceremonias? Además, si bien es cierto que condenó la idolatría, en cierta forma reintegró a los dioses antiguos en el panteón bajo la forma de arcángeles (Arcontes o legisladores).

Un culto depurado
 
A causa de estas contradicciones, hay quienes incluso han llegado a negar la existencia de Zoroastro, viéndolo sólo como una simple "entidad litúrgica". Sin embargo, otros, más favorables, han declarado que fue para el mazdeísmo lo que Calvino para el cristianismo; es decir, aquel que, esencialmente, despojó al culto de todos sus excesos, valorando la "buena actitud ritual" en detrimento de la "mala".

Ante tantos hechos contradictorios y opiniones opuestas, Zoroastro quedaría como un desconocido; sin embargo, las gatha dan testimonio de una fortísima personalidad, y sería paradójico menospreciar el papel de una figura que ejerció una influencia tan decisiva en la evolución de la religión iraní durante un milenio.