martes, 20 de septiembre de 2011

Conferencia del Maestre Iluminista Rudolph Steiner (El Misterio de Christian Rosenkreutz)

Cualquier, no iniciado, que leyere por primera vez al Venerable Fratrer Steiner, pensará que fue un individuo con una imaginación delirantemente surrealista; pero queremos recordaros, por enésima vez, Que los fratrers y sorores iluministas se expresan, hacia sus hermanos, mediante el símbolo y la metáfora; dado que sus discursos no van dirigidos al intelecto de la mente del hombre animal sino a la inteligencia emocional de nuestra Alma inmortal.

El Maestre Archivero.





Neuchatel, 1 de 2, Septiembre 1911


Me llena de honda satisfacción estar por primera vez en esta Rama, de reciente

fundación, que lleva el sublime nombre de Christian Rosenkreutz, lo que me permite hablar

por primera vez con más amplitud sobre esta personalidad. ¿En que consiste el misterio de

Christian Rosenkreutz?. En una sola noche no se puede agotar este tema; lo dividiremos en

dos sesiones: dedicaremos nuestra plática de hoy a la figura de Christian Rosenkreutz, y la

de mañana a su obra.


Hablar sobre Christian Rosenkreutz presupone una gran confianza, no en la persona,

sino en los grandes secretos de la vida espiritual, de la misma manera que la fundación de

una nueva Rama presupone siempre la fe en esa vida espiritual.


Christian Rosenkreutz es una individualidad que actúa, lo mismo cuando mora en un

cuerpo físico que cuando no lo habita; actúa, no sólo como entidad física mediante energías

físicas, sino también, y sobre todo, espiritualmente mediante energías superiores.

Como sabemos, el hombre vive no sólo para sí mismo, sino vinculado a la gran

evolución de la humanidad. Cuando el hombre normal muere, su cuerpo etéreo se disuelve

en el universo; pero de ese cuerpo etéreo en vías de disolución, siempre se conserva una

parte, de modo que estamos circundados por doquiera, de restos de cuerpos etéreos, lo que

puede ser benéfico o perjudicial para nosotros, según seamos buenos o malos.


De los cuerpos etéreos de grandes individualidades irradian hacia nosotros efectos de

gran alcance. Así, del cuerpo etéreo de Christian Rosenkreutz emana una gran fuerza que

puede actuar sobre nuestra alma y sobre nuestro espíritu.


Es nuestra tarea llegar a conocer estas fuerzas; a ellas apelamos como rosacruces.

En sentido estricto, el movimiento rosacruz tuvo su origen en el siglo XII. En aquel

entonces, esas fuerzas actuaban con vigor inusitado y dieron origen a una corriente

vinculada con el nombre de Christian Rosenkreutz cuya continuidad en la vida espiritual

sigue subsistiendo. Hay una ley según la cual esa corriente de energía espiritual debe

manifestarse con particular intensidad cada 100 años más o menos.


De esto es manifestación hoy el movimiento teosófico. En sus últimas disertaciones

exotéricas, el propio Christian Rosenkreutz aludió a esta necesidad.


En el año de 1785, las revelaciones esotéricas reunidas por los rosacruces se

compendiaron en la obra “Los Símbolos secretos de los rosacruces” de Hinricus

Madathanus Theosophus.


Esta publicación contiene, aunque en cierto sentido limitado, alusiones a lo que como

corriente rosacruz había actuado durante los cien años anteriores y que sólo halló expresión

en los trabajos reunidos y recopilados por Hinricus Madathanus Theosophus. Otros 100

años después, vemos manifestarse el efecto de la corriente rosacruz en las obras de H.P

Blavatsky, particularmente en su libro “Isis sin velo”.


He aquí una obra que contiene un acervo de sabiduría occidental oculta, no totalmente

aprovechada todavía, si bien el enfoque es a veces bastante confuso. Es interesante comparar

“Los símbolos secretos de los rosacruces” de Hinricus Madathanus Theosophus con la obra

de H. P. Blavastsky. En sus obras posteriores, ella se alejó de esa corriente espiritual

rosacruz, por lo que hemos de saber distinguir entre sus primeras y sus posteriores

publicaciones, aunque ya en las primeras haya infiltraciones de la mente poco crítica de H.

P. Blavastsky. El que digamos esto cuenta con el beneplácito de la propia H. P. Blavatsky

aunque no pueda decírnoslo ahora de viva voz.


Si enfocamos la particularidad de la conciencia humana en el siglo XIII, notamos que

la clarividencia primitiva, esa clarividencia elemental que los hombres de antaño poseían,

había desaparecido paulatinamente. A mediados del siglo XIII se produjo un anticlímax a

este respecto y de repente ya no hubo clarividencia, sino que para todos se extendió la

obscuridad espiritual.

Hasta los espíritus más iluminados, las personalidades más egregias y

aun los iniciados, ya no tenían entonces acceso a los mundos espirituales, y sus

afirmaciones respecto a esos mundos tenían que circunscribirse a lo que conservaban en el

recuerdo. De los mundos espirituales sólo se sabía algo por tradición, o por los iniciados que

evocaban el recuerdo de lo que habían experimentado anteriormente, pues durante una

breve época, ni incluso ellos tenían una visión directa de esos mundos.


Este breve período de ofuscamiento fue necesario para preparar lo preeminente de

nuestra época, la civilización intelectualista que caracteriza la quinta época cultural postatlante.

En la época cultural greco-latina no existía esa civilización en el mismo sentido;

dominaba entonces la intuición directa en vez del pensamiento intelectual. El hombre se

unió, se confundió con lo que veía y oía y hasta con lo que pensaba.

En aquellos tiempos no se sutilizaba tanto como sucede y tiene que suceder hoy, pues en ello consiste la misión de la quinta época post-atlante. Más adelante volverá a alborear la clarividencia de los hombres, y surgirá la clarividencia del porvenir.

El origen de la corriente rosacruz nace en el siglo XIII. En aquel tiempo había que

seleccionar las personas particularmente idóneas para la iniciación; ésta, sin embargo, sólo

pudo tener lugar transcurrido el breve tiempo de ofuscamiento.


En un lugar de Europa que no se puede mencionar todavía, aunque en un futuro no

muy lejano sea permitido identificarlo, se constituyó una logia de alta espiritualidad, un

Colegio de doce hombres que habían asimilado la suma total de la sabiduría espiritual de

los tiempos antiguos y del suyo propio. Esto quiere decir que durante ese período tenebroso

vivían doce hombres, doce espíritus egregios, unidos para fomentar el progreso de la

humanidad.


Ninguno de ellos poseía la visión directa del mundo espiritual, pero todos podían

resucitar dentro de sí el recuero de lo que habían experimentado en una iniciación anterior.

El karma de la humanidad había dispuesto que en siete de estos doce hombres se hallara

incorporado lo que la humanidad había conservado de los restos de la antigua época atlante.

En mi “Ciencia Oculta” ya se ha dicho que los siete antiguos Rishis, los santos

instructores de la época cultural de la India primitiva, conservaban y transmitían lo que

había quedado de la época atlante.


Los siete hombres reencarnados en el siglo XIII, integrantes del Colegio de los Doce,

eran los que podían remontarse a las siete corrientes de la antigua época atlante de

evolución humana y lo que persistía de estas siete corrientes. Cada una de esas siete


individualidades no podía hacer fecunda para aquella época y para hoy más que una de esas

corrientes. A estos siete se incorporaron otros cuatro que no tenían la facultad de retrotraer

su mirada, como los primeros siete sabios, hacia aquellos tiempos prístinos, si bien eran

capaces de remontarse hasta la sabiduría oculta que la humanidad se había apropiado en los

cuatro períodos culturales post-atlante. El primero de ellos podía captar la realidad cultural

de la antigua India, el segundo la de la Persia primitiva, el tercero la egipcio-caldeo-asiria y

el cuarto la greco-latina.


Estos cuatro, unidos con los otro siete, integraron el colegio de Sabios del siglo XIII.

El doceavo miembro era el que menos se asentaba en el pasado; plenamente intelectual

tenía la función de cultivar sobre todo las ciencias exteriores.


Estas doce individualidades no vivían únicamente en las experiencias del ocultismo

occidental, sino que las doce corrientes sapienciales confluían en un cuadro global. Alusión

muy peculiar a esto se hace en el poema de Goethe “Los Secretos”.


De modo que hemos de referirnos a doce individualidades egregias y buscar, a

mediados del siglo XIII, el punto de partida de una cultura nueva. En ese tiempo se había

llegado a una especie de nadir de la vida espiritual. El acceso a los mundos espirituales

estaba vedado incluso a los más desarrollados, y fue entonces cuando se constituyó aquella

logia de alta espiritualidad. En un lugar de Europa no divulgado hasta ahora, se

congregaron los doce hombres que presentaban la suma del saber espiritual de su época y

que representaba las doce tendencias espirituales.


En este Colegio de los Doce existía en parte una clarividencia basada en recuerdos

únicamente y en parte una sabiduría de orden intelectual: los siete sucesores de los siete

Rishis recordaban su antigua sabiduría; los otro cinco representaban la sabiduría de las

cinco culturas post-atlantes.


De manera que en los Doce se conjugaba la suma total de la sabiduría atlante y postatlante:

Once de ellos, privados de la visión espiritual directa, alcanzaban su saber

sumergiéndose en los recuerdos de sus encarnaciones anteriores; y el doceavo era el que

poseía en el más alto grado de su propia sabiduría intelectual.


Empero el punto de partida de una nueva cultura sólo fue posible gracias a que un

treceavo entró en el círculo de los Doce. Este treceavo no era un erudito en el sentido de

aquella época; era una individualidad que había estado encarnada en tiempos del Misterio

del Gólgota. En encarnaciones subsiguientes se había preparado para su misión por un

ánimo devoto y una vida de fervorosa entrega a Dios.

Era una gran alma, un hombre devoto y profundamente místico que tenía innatas estas cualidades, no que las

había adquirido simplemente.

Si ustedes se imaginan a un joven muy devoto, en íntegra e incesante entrega

a su Dios, tendrán ante sus ojos la imagen de cómo era la individualidad del treceavo. Este

treceavo creció enteramente bajo el cuidado y la educación de los Doce y de cada uno de

ellos recibió toda la sabiduría que eran capaces de darle. Se le educó con sumo esmero y de

tal manera que sólo los Doce, y nadie más que ellos, pudieron ejercer una influencia sobre

él. Se le mantuvo aislado del resto del mundo. En aquella encarnación del siglo XIII, era un

niño muy endeble; de ahí que la educación que los Doce le otorgaron tuvo que influir hasta

en su cuerpo físico. Los Doce, a su vez, profundamente compenetrados de sus respectivas

misiones espirituales y profundamente henchidos de Cristianismo, eran conscientes de que

el Cristianismo exterior de la Iglesia no era más que una caricatura del Cristianismo

gnóstico. Pletórico de la grandeza del Cristianismo se les consideraba, exteriormente, como

sus enemigos. Cada uno de ellos estudiaba y profundizaba solamente un aspecto del

Cristianismo, en aspiración de reunir las diversas religiones en una gran unidad; estaban

convencidos de que sus doce corrientes abarcaban la totalidad de la vida espiritual y cada

uno de ellos, en la medida de sus fuerzas, ejercía su influencia sobre el discípulo. Su meta

era llegar a la síntesis de todas las religiones, pero sabían que esto no podía alcanzarse por

teorías sino sólo por la realización práctica de la vida espiritual. Y para esto fue necesario la

correspondiente educación del treceavo.


Mientras las energías espirituales del treceavo se acrecentaban infinitamente, sus

fuerzas físicas disminuían sin cesar. Esto les llevó al extremo de que cesó casi toda

conexión del discípulo con la vida exterior, todo su interés por el mundo físico: vivía

únicamente para el desarrollo espiritual, orientado por los Doce; en él existía un reflejo de la

sabiduría de los Doce. Finalmente el treceavo rehusó todo alimento y lentamente se

consumía. Entonces sobrevino un acontecimiento realizable sólo una vez en la historia, uno

de esos acontecimientos que pueden tener lugar cuando las potencias macrocósmicas, en

atención a sus frutos, obran en conjunto. Tras algunos días, el cuerpo del treceavo se volvió

completamente transparente y durante varios días estuvo como muerto. Entonces, entorno a

él se reunieron los doce a ciertos intervalos, y en esos momentos fluía de su boca toda

sabiduría. En breves fórmulas, comparables a rezos devotos, hacían fluir su sabiduría hacia

el treceavo que yacía como si estuviera muerto. Lo mejor es imaginarse a los Doce

agrupados en forma de círculo en torno al treceavo. Este estado terminó cuando el alma del

treceavo, que había vivido una grandiosa transformación, pareció despertar como alma

nueva.


Existía en ella algo como un renacimiento de las doce sabidurías, de suerte que

también los doce sabios pudieron aprender algo enteramente nuevo de ese joven. También

el cuerpo transparente se vitalizó en forma tal que no puede compararse a nada. El treceavo

pudo en adelante hablar de vivencias completamente nuevas; y los doce pudieron

comprender que él había pasado por la experiencia de Damasco: se trata de una repetición

de la visión que tuvo San Pablo en Damasco. En el curso de pocas semanas, el treceavo

transmitía en forma nueva la sabiduría que había recibido de los Doce. A lo que él les

revelaba, los Doce lo llamaban el Cristianismo gnóstico para diferenciarlo del de la época en que vivían. El

treceavo murió relativamente pronto y los Doce se dieron a la tarea de transcribir en forma

de imaginaciones, en la única forma en que era posible hacerlo, lo que el treceavo les había revelado.

Así nacieron las figuras e imágenes simbólicas contenidas en las obras de Hinricus

Madathanus Theosophus, y también las comunicaciones de H. P. Blavatsky en su obra “Isis

sin velo”. El proceso oculto hemos de imaginar que consistió en que el fruto de la

iniciación del treceavo se conservó en su cuerpo etéreo postmortem y, por lo tanto, persiste

en el aura espiritual de la tierra.


Este fruto tuvo efecto inspirador sobre los Doce así como sobre sus discípulos

posteriores de modo que de ellos pudo originarse la corriente rosacruz oculta. Y el cuerpo

etéreo continuó activo, y al reencarnarse el treceavo de nuevo, ya en el siglo XIV,

compenetró el cuerpo etéreo de éste. Más o menos nació a mediados del siglo y vivió en esa

encarnación más de 100 años; se educó en el círculo de los discípulos y sucesores de los

Doce, de manera semejante pero no tan ajeno al mundo como en su encarnación anterior.

Al llegar a los 28 años de edad surgió en él un ideal extraño. Se sintió impelido a viajar y a

salir de Europa. Primero fue a Damasco, y allí se repitió para él una vez más la Experiencia

que San Pablo había tenido. Esta experiencia debe considerarse como fruto de un germen

de la encarnación anterior. Todas las energías del maravilloso cuerpo etéreo de la

individualidad del siglo XIII habían quedado intactas, y nada de él se desvaneció después

de la muerte en el éter universal; era un cuerpo etéreo íntegro permanente, intacto desde

entonces en las esferas etéreas. Ese mismo cuerpo etéreo, de sutil espiritualidad, iluminaba

e irradiaba desde el mundo espiritual la nueva encarnación que esa individualidad tenía en

el siglo XIV.


De ahí el impulso de volver a vivir el Evento de Damasco. Esta es la individualidad

de Christian Rosenkreutz; él era el treceavo en el círculo de los Doce y de esa encarnación

en adelante se le llamó así. Esotéricamente él ya era Christian Rosenkreutz en el siglo XIII,

pero no se le dio este nombre exotéricamente hasta el siglo XIV y los discípulos del

treceavo, los sucesores de los Doce del siglo XIII, son los rosacruces.


Christian Rosenkreutz viajaba por todo el mundo conocido. Habiendo recibido

instilada toda la sabiduría de los Doce, fecundada por la gran Entidad del Cristo, le resultó

fácil asimilar, en el curso de siete años, toda la sabiduría de esa época. Regresó a Europa

después de siete años de ausencia y aceptó como discípulo a los más avanzados de entre los

discípulos y sucesores de los Doce y fue entonces cuando propiamente comenzó la labor de

los rosacruces.


Gracias a las irradiaciones del maravilloso cuerpo etéreo de Christian Rosenkreutz,

fue posible emprender un enfoque del mundo totalmente nuevo. Ahora bien, el trabajo

realizado por los rosacruces hasta nuestro tiempo ha sido externo e interno. El externo tuvo

por objeto explorar lo que se halla detrás de maya, mundo fenoménico concebido como

imagen falaz. Todo el macrocosmos se basa en un macrocosmos etéreo o cuerpo etéreo, en

analogía al que tiene el hombre. Existe cierta transición limítrofe de la sustancia burda a la

más fina. Dirijamos nuestra mirada sobre el límite entre la sustancia física y etérea. Nada en

el mundo se parece a lo que se encuentra entre la sustancia física y la etérea; no es ni oro ni

plata, ni plomo ni cobre; es una sustancia incomparable con cualquier otra sustancia física:

es la esencia de todas ellas. Tenemos ahí una sustancia que está contenida en todas las

demás substancias físicas, de modo que estas pueden considerarse como modificaciones de

aquélla. Llegar a la visión clarividente de esa sustancia ha sido preocupación de los

rosacruces. Ellos han considerado como preparación para el desarrollo de esa visión la

actividad acrecentada de las energías morales del alma, actividad que luego hace visible la

sustancia: en las energías morales del alma veían la potencia para la visión. Los rosacruces

efectivamente contemplaron y descubrieron esa sustancia; encontraron que vive en forma

determinada en el mundo, tanto en el macrocósmico como en el humano; Fuera, en el

exterior, la veneraron como el gran manto, el ropaje del universo; en el interior, en el

hombre la vieron brotar cuando en él existe una reacción armoniosa entre pensamiento y

voluntad. Veían no tan solo las energías volitivas en el hombre, sino también en el macrocosmos, por

ejemplo, en el trueno y el relámpago. Asimismo, observaban también las energías

intelectivas, por una parte en el hombre y, por otra, en el mundo exterior, en el arco iris o

en el aura. Los rosacruces buscaban en las irradiaciones del cuerpo etéreo del treceavo, de

Christian Rosenkreutz, la energía para realizar en la propia alma esa armonía entre la

voluntad y el pensamiento. Ha sido regla entre los rosacruces que todos sus descubrimientos

permanecieran secretos por cien años y que sólo transcurrido ese tiempo se comunicaran al

mundo. Sólo después de una labor de cien años sobre algo nuevo, se permitía hablar de él

en forma adecuada. Así se preparó del siglo XVII al siglo XVIII, lo que en 1785 halló la

expresión en el libro “Los símbolos secretos de los rosacruces”.


También es de gran importancia saber que la inspiración rosacruz se transmite en cada

siglo en forma tal que su mensajero nunca se identifica exteriormente. Sólo los supremos

iniciados lo saben. Hasta hoy, por ejemplo, no se podía hablar públicamente de los

acontecimientos de cien años atrás, período fijado para que se caractericen, ya que es

demasiado grande la tentación de otorgar a una autoridad personificada, si es portadora de

un mensaje, un culto de idolatría fanática, es lo peor que pudiera suceder. Este peligro es muy

natural, y la discreción es una necesidad, no sólo contra las tentaciones de la ambición y de

la altanería, quizá neutralizables, sino, sobretodo, contra los ataques astrales ocultos que se

dirigían continuamente hacia una individualidad de esas características. De ahí la

importancia de no hablar de esos hechos durante cien años.


A consecuencia de la labor rosacruz, el cuerpo etéreo de Christian Rosenkreutz se

vigorizó y se hizo más potente de siglo en siglo. Ejercía su influencia no sólo a través suyo,

sino asimismo a través de todos los que eran sus discípulos.


Desde el siglo XIV, Christian Rosenkreutz ha encarnado una y otra vez. Todo lo que

se promulga como Teosofía recibe el vigor del cuerpo etéreo de Christian Rosenkreutz, y los

que la proclaman dejan que les haga sombra este cuerpo etéreo que puede actuar sobre ellos

lo mismo cuando Christian Rosenkreutz está encarnado que cuando no lo está.


En el siglo XVIII, el conde Saint-Germain fue la reencarnación esotérica de Christian

Rosenkreutz, sólo que ese nombre se atribuía también a otras personas, de modo que no

todo lo que en diversas partes se dice del Conde de Saint-Germain es válido para el

auténtico Christian Rosenkreutz.


También hoy Christian Rosenkreutz se halla encarnado. De las irradiaciones de su

cuerpo etéreo brotó la inspiración para la obra de H. P. Blavastsky “Isis sin velo”. Esta

misma influencia de Christian Rosenkreutz actuó también, invisible, sobre Lessing y le

inspiró su escrito sobre “La educación del género humano” (1780). Por el alud materialista

se hizo más y más difícil lograr inspiraciones en sentido rosacruz. En el siglo XIX, el

materialismo llegó a pleamar. En consecuencia, mucho pudo presentarse únicamente en

rayos polirefractados. En 1851, Wiedenmann resolvió el problema de la inmortalidad,

en el sentido de la reencarnación; su escrito fue premiado.


Hacia 1850, Drossbach escribió sobre la reencarnacionista desde el punto de

vista de la psicología.


Así es como también en el siglo XIX las irradiaciones del cuerpo etéreo de Christian

Rosenkreutz han seguido actuando. Y fue posible renovar la vida teosófica cuando, en

1899, había expirado el pequeño Kali Yuga. Por esta razón, el acceso al mundo espiritual es

hoy más fácil, y el efecto espiritual es posible en mucha mayor medida. La entrega al ya

poderoso cuerpo etéreo de Christian Rosenkreutz significará para los hombres la nueva

clarividencia y despertará los poderes espirituales latentes, pero esto sólo será posible para

las personas que sigan correctamente la disciplina de Christian Rosenkreutz. Hasta ahora se

requería para ello la preparación rosacruz esotérica; el siglo XX tiene la misión de procurar

que este cuerpo etéreo cobre tanto poder que pueda asimismo obrar exotéricamente. Los

que reciban su influencia, podrán vivir la Experiencia que San Pablo tuvo ante las puertas

de Damasco.


Hasta ahora, ese cuerpo etéreo sólo ha influido sobre el movimiento rosacruz; en el

siglo XX habrá más y más personas que experimentarán ese efecto y de esta manera serán

capaces de vivir la aparición de Cristo en su cuerpo etéreo. La labor de los rosacruces hará

posible que tengamos la aparición etérea de Cristo y que aumente de día en día el número

de quienes puedan percibirla. Hemos de atribuir esta reaparición a la magna labor de los

Doce y del treceavo miembro en los siglos XIII y XIV.


Una vez convertidos ustedes en instrumentos de Christian Rosenkreutz, podrán estar

seguros de que hasta su más pequeño esfuerzo anímico tendrá valor para la eternidad.

Mañana nos ocuparemos de la obra de Christian Rosenkreutz. Un confuso instinto

hacia la ciencia del espíritu palpita hoy en la humanidad. Y podemos estar seguros de que

por doquiera que discípulos rosacruces trabajen seria, y conscientemente, crecerán valores

para la eternidad. Toda labor espiritual, por pequeña que sea, nos hará ascender. Es

necesario brindar comprensión y veneración a la causa sagrada.


Rudolph Steiner

Sacado del Libro del Maestro Steiner (Cristianismo Rosacruz) www.upasika.com