Hoy para variar vamos a hablar de
mí, dado que en estos últimos días han sucedido cosas significativas que me han
hecho reflexionar. Por un lado, un amado hermano me llevó recientemente a un
lado para decirme, más o menos, que le tenía alucinado en el sentido de que le
entusiasmaba mi labor como divulgador espiritualista del Camino del Retorno y
por otro lado, le descolocaba mi esporádico lenguaje escatológico y por qué no
soez y mal hablado.
Por otro lado, otro amado hermano
de México muy importante a nivel social y político y que me van a permitir que
por cortesía y discreción no dé su nombre, me honró con la denominación de
famoso y carismático, encomendándome una labor de construcción que esperemos estar
a la altura de su verdadera importancia.
Para terminar, hoy mismo he leído
un post en el Facebook que me ha hecho reflexionar y que ha sido el verdadero
acicate para que ahora estemos hablando sobre lo que viene a continuación y que,
aunque pudiera parecer lo contrario, no es sobre mí persona.
La cosa es que cuestionaba el tipo de educación recibida por sus padres de todos aquellos chavales que gustan
ir vestidos de forma diferente como para llamar la atención y protestar porque
algo no les gusta. Nada más leer el post yo me puse en guardia porque yo si
estoy a favor de esas irreverencias en el vestir y en el romper con conductas
consideradas como normales. De algún modo, es su forma pacífica de revelarse
contra algo, no saben bien qué, que ellos consideran que no está bien y que el resto vemos como
normal porque así se nos ha transmitido de generación en generación.
Imagínense que están viendo en la
televisión un programa interesante y vital para ustedes. Se encuentran sentados
en su sillón favorito; pero les viene el sueño y se quedan adormilados. Resulta
que su compañero o compañera que acaba de salir de la cocina entra en el Living
y lo encuentra en esa situación. Sin pensarlo, le da una pequeña colleja, para
que se despierte, y le dice -Nene que te duermes.
¿Han podido visualizar la
situación? Bien porque cualquiera que nos conozca sabe que de tarde en tarde y
cuando menos se lo esperan, zas, un taco al canto y no tiene otro sentido que
despertarles de la rutina de la lectura. Necesito que sepan que no es porque
sea un ingenuo o simplemente un mal educado. Creemos que si los palabros,
palabrotas, se encuentran en el diccionario, están para ser utilizados aunque
eso sí con moderación y sin abuso. Está todo perfectamente calibrado y soy
consciente que, en determinadas ocasiones, pudiera resultar ofensivo; desde
aquí mis disculpas, pero no mi arrepentimiento.
Otra de las cosas importantes que
quiero que sepan de mí es que no canalizo a ningún tipo ascendido. Las verdades
o boludeces que diga son de mi entera responsabilidad; pero algunos de ustedes,
entonces, se preguntaran ¿De dónde saca esa información tan importante? No, no
se apuren, no se trata de que tenga todos los libros secretos de las
fraternidades y órdenes más importantes y les esté dando una información prohibida.
No se trata de eso, simplemente soy un humilde iluminado que sabe leer en el
Libro de la Naturaleza que todos tenemos en las estanterías de nuestro interior
y que vino con nosotros en el mismo instante de nuestro nacimiento, en nuestro
ADN.
Hubo un tiempo en el que los
humanos, al igual que nuestros primos los primates, teníamos pelo para
protegernos de las inclemencias de nuestro entorno.
Llegó otro en el que nuestro
planeta estuvo sujeto a periodos de muy altas temperaturas durante todo el año
y tanto a nosotros como a nuestros primos, por un simple hecho de adaptación al
medio, se nos calló el pelo que ya no solo era innecesario sino
contraproducente.
Llegan las últimas glaciaciones y
a nuestros primos les vuelve a crecer el pelo tras un largo y terrible proceso
de cambio; pero nosotros que habíamos alcanzado la inteligencia resulta que
empezamos a vestirnos para no morir de frío, como así les estaba sucediendo a
nuestros primos animales. Matamos animales para cubrirnos con sus pieles y obtuvimos
fibras de ciertas plantas y del manto de las ovejas con las que elaboramos otras
prendas de vestir.
Los que sobrevivieron de los
primates les volvió a crecer el pelo; pero como nosotros estábamos cubiertos,
la naturaleza entendió que no era necesario nuestro pelaje y este no volvió a
salir en todo el largo invierno. Este suceso se prolongó durante generaciones y
generaciones de un tiempo en el que no existía la escritura sino tan solo la
tradición oral, en la prehistoria del Hombre.
Se acaba la glaciación y llegan
los tiempos modernos que conocemos hoy donde hay un periodo corto de frío alternado
con otro de calor de una duración similar.
¿Qué sucede? ¿Por qué el Ser
Humano no vuelve a desvestirse, al menos, en los periodos más cálidos? ¿La
costumbre quizá?
No, en absoluto sino porque a un
auténtico hijo de la gran puta se le ocurrió que fuésemos todos vestidos con el
fin de ocultar nuestros atributos naturales.
La Inteligencia del Hombre había prevalecido
sobre otros dones de la naturaleza y ahora el más inteligente o quizá el más astuto, el que mandaba,
tuvo miedo de que la naturaleza demostrara a sus convecinos que era un puro
fraude. Sí, él sabía que tenía una polla pequeñísima y que su corpulencia
física era inexistente. ¿Qué mejor forma de ocultar esa verdad que hacer que
todo el mundo fuese tapado y convertir la desnudez en un tabú generalizado?
Es por dicha circunstancia que la
humanidad viene siendo gobernada por los más ineptos incompetentes y
degenerados desde tiempo inmemorial. Es por ello que, al contrario que en el
resto de la Naturaleza, procrea más el más ladino y enfermo que el más fuerte y
sano y esa es la principal circunstancia de que la humanidad sea una especie
degenerada y enferma respecto al canon normal de la naturaleza. Es una rareza que
se comporta como un puto virus.
Esa raza degenerada de ineptos
está acabando con el Planeta y la única forma de solucionarlo es ponernos, de
nuevo, en sintonía con la naturaleza. Que el Líder deje de ser el más cabrón
e inmoral, sino el más capacitado para convivir armoniosamente con su entorno y
con sus primos animales.
Desde aquí insto a todos mis
lectores a que, progresivamente, nos vayamos despelotando, desnudando y
aceptándonos como somos, diferentes. Unos gordos y otros flacos, unos atléticos
y otras con curvas neumáticas o esqueléticas. Unos con un pene casi retráctil y
otros con unas hermosas pollas de veinticinco centímetros y cojones de toro.
No es broma y sí, es posible que
esté un poco majara; pero ¿Quién no lo está en este mundo? ¿Acaso no nos hemos
dado cuenta que estamos en una prisión siquiátrica sin barrotes? Bueno si hay barrotes;
pero son invisibles y de otra naturaleza. Somos dioses inmortales y sin un
determinado origen, que fuimos encarcelados en estos cuerpos y depositados en
este planeta para purgar nuestras fechorías. Nuestro poder destructivo es
inmenso; pero aquí no podemos utilizarlo de forma directa. Se nos despojó de la
memoria porque eso formaba parte del plan de reinserción.
Por si no se han dado cuenta,
queridos amigos y amigas, hermanos y hermanas fratres y sórores, nosotros somos
los Titanes y este mundo es el Tártaro.
Ha llegado el día del Retorno y
es necesario que nos mostremos los unos a los otros tal y como realmente somos, como
dioses inmaculados con diferentes formas y proporciones porque pronto podremos
conocer cómo somos conocidos y leernos el pensamiento como antaño, antes de ser apresados. ¿Qué sentido tiene
seguir ocultando nuestros dones y atributos naturales a los demás?
Cubrámonos con nuestra desnudez, como los dioses que
somos, nuestros cuerpos; pero también nuestras almas y hagamos que los más aptos, no los ineptos, ocupen los puestos de liderazgo,
Aralba