¿Quién no ha escuchado alguna vez
esta expresión? Pero ¿Nos hemos parado a pensar en lo que significa realmente,
en su verdadero significado oculto?
La Naturaleza es todo lo que nos
rodea, todo lo que somos y su alcance espacio temporal se extiende más allá de
nuestra comprensión y Sabia es su Nombre: Sophía. Es un error, a pesar del
convencionalismo, considerar que la Naturaleza se comporta siempre de forma
sabia en el sentido formal del término, aunque para aceptarlo digamos que somos
incapaces de comprender sus designios.
La Naturaleza se denomina Sophía
porque se trata de una Entidad viva, sintiente y en extremo inteligente. Tengamos en cuenta
que todas las criaturas que vivimos de y en su seno poseemos características inherentes
a su propio Ser.
Pero ¿Qué es la Naturaleza, quién
es Sophía?
Sophía es un Eón eterno, una
Partícula infinitesimal e individual del Infinito Pleroma, al que nuestros
científicos podrían muy bien denominar como el Multiverso. Dicho esto, creo que
no es difícil dilucidar que Sophía, a la que nuestros abuelos denominaban como
La Naturaleza, no es otra cosa que la totalidad de nuestro Universo.
En tiempos más o menos recientes
se la ha venido denominando de otras maneras como Gaia y sí, se habla mucho de
la Consciencia de Gaia a la que la humanidad debería encaminar sus pasos dirigiendo
la aparente inconsciencia de todo lo que nos rodea, e incluso nuestra propia
consciencia individual, hacia una conciencia única y colectiva; pero esa
Consciencia única y colectiva ya existe aunque nuestras consciencias
individuales no sean capaces de percibirlo. Poniendo un ejemplo sería como que
una de las células de nuestro cuerpo, la mano por ejemplo, pretendiera buscar
la consciencia de la totalidad del Ser Humano, sita para este ejemplo, en
alguna parte del cerebro.
Tanto el Teatro de la Vida,
nuestro Universo, como los intérpretes del Libreto somos a modo de células de
la Entidad Sophía; por lo tanto no somos externos ni independientes de la
Naturaleza sino que formamos parte de ella y, por esa misma causa, también
somos la propia Naturaleza. Así como las células del hígado no deben de
ocuparse más que de su propio trabajo y dejar que las otras células del cuerpo
cumplan con su función programada, nosotros debemos preocuparnos de interpretar
nuestra función sin intentar involucrarnos en el trabajo de las otras entidades
que conforman el cuerpo y espíritu de Sophía, de Gaia, de la Naturaleza.
Aún, pareciéndonos inmensa su estructura
ilimitada, Sophía sí posee una determinada limitación espaciotemporal, en sí
misma; pero que va cambiando a cada instante infinitesimal de ahí su dimensión
ilimitada aunque no infinita como sí sucede con la estructura del Pleroma,
donde Sophía, al igual que el resto de sus hermanos eones navegan como si de
diminutas gotas de agua se trataran dentro de un infinito océano acuoso.
La Entidad Sophía funciona a modo
del corazón humano produciéndose contracciones y expansiones, siempre dentro de
su interior aunque también influye en sus hermanos eones adyacentes, así como
lo que sucede en los eones que la rodean también influye en ella; es decir en
nuestro Universo y en nosotros mismos. Esas contracciones y expansiones están
sujetas a una determinada frecuencia vibratoria propia de la Entidad Sophía y
que no sería otra cosa que lo que nuestros científicos denominan como Big Bang y Big Crunch, en una especie de universo cíclico que se encuentra en
permanente actividad desde siempre; es decir, este proceso jamás tuvo un
principio y jamás tendrá un final.
Sophía, nuestra Naturaleza Gaia,
está constituida de dos partes una que podríamos denominar, por convencionalismo,
Antimateria y que formaría a modo de ejemplo uno de los ventrículos de ese
corazón del que hablábamos y la Materia, nuestro Universo Material. Ambos
universos, que no dejan de ser uno solo están comunicados entre sí por una
infinidad de vórtices provocados por singularidades repartidos por todo el
Universo visible, unos dentro de la oscuridad del espacio y otros en el
centro de todas las galaxias. A esos vórtices los científicos humanos los
conocen como agujeros negros.
Generalmente a los eones siempre
se los ha representado a modo de esferas; pero esa forma es en extremo
equivocada, dado que los eones, entre lo que se encuentra nuestra Madre-Padre Sophía,
vienen a ser más parecidos a amebas que vienen modificando su constitución
tanto por los acontecimientos internos que suceden dentro de sus cuerpos finitos e
ilimitados como por las influencias externas de los hermanos que los rodean. De
hecho, aunque todos los eones están modificando continuamente sus formas, el
Pleroma, en su conjunto, no cambia en absoluto, pues allá donde se produce un
cambio, conlleva otros cambios inversos que provocan la permanente inmutabilidad
del infinito Pleroma, en donde se bañan todos los eones. Para poner un ejemplo
sonoro diríamos que el Pleroma se mantendría en pleno silencio dado que si un
eón emite un sonido de una determinada frecuencia, otro emitiría otro sonido de
la misma frecuencia; pero de sentido inverso lo que eliminaría (más bien enmascararía) el sonido emitido
por el primero.
No obstante, dado que cada Eón es
individual y está, por decirlo de algún modo, sellado e independizado del resto
de partículas del Pleroma es por lo que en su interior se pueden dar las
condiciones necesarias para que pueda desarrollarse la actividad que se contempla
en el Teatro de la Vida y de la Consciencia.
Es un absoluto error contemplar
al Pleroma como una Entidad a la que podría denominarse Dios o la Divinidad,
dado que aunque el Pleroma es el Todo, sin embargo, donde se produce la consciencia no es en
otro lugar que en el interior de todos y cada uno de sus eones.
Esperamos que esta breve
explicación nos pueda servir para determinar el lugar que ocupa la célula
humana en el conjunto del Universo de Sophía y del Multiverso del Pleroma; es decir, en el Cuerpo ilimitado y Eterno de Gaia, la Naturaleza y es en ese contexto donde podemos hablar de la Sabiduría de Sophía. Una
Sophía que jamás ha estado inmóvil y estática sino que siempre ha estado en un
permanente y eterno movimiento oscilatorio creando y destruyendo, en su
interior, una cantidad infinita de universos cíclicos.
¿Merece adoración el Pleroma?
Ciertamente hemos visto que no. ¿Merece adoración nuestra Madre-Padre Sophía? No, del
mismo modo que ninguna de sus células, entre las que nos encontramos nosotros, debería
reclamar esa adoración de otras criaturas supuestamente inferiores. Nuestra labor es tan simple y clara como seguir
cumpliendo el cometido para el que hemos sido programados, como así cada uno de
los órganos de nuestro cuerpo debe cumplir con su cometido sin inmiscuirse en el de los otros si no se quiere su
desintegración y consecuente destrucción. Una imposiblidad que tan solo demostraría una aparente paradoja: Que siempre, hagamos lo que hagamos, estamos laborando según nuestro Programa Interno.
Aralba