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domingo, 9 de septiembre de 2012

Teosofía de los Rosacruces, Conferencia XI: La Evolución Terrestre de la Humanidad I



En nuestra contemplación hemos llegado al punto evolutivo en el que la Tierra ha concluido el llamado estado lunar. También hemos visto que al estado lunar de la Tierra siguió un estado de sueño de todo el sistema. 

Naturalmente, hay que imaginarse que todos los seres que habitan tal planeta toman parte de estos estados interinos y de transición de tal manera que durante los mismos tienen otras experiencias que en el curso de los estados evolutivos exteriores. Vamos a considerar lo experimentado por dichos seres durante el estado interino entre el período lunar de la evolución de la Tierra y el período terrestre como tal.

Hemos visto que en la Luna vivían tres categorías de seres como precursores -por decirlo así- de los reinos actuales de la Naturaleza: minerales vegetales, vegetales animales y animales humanos. El ser humano mismo estaba en la antigua Luna en un estado de la aún no desarrollada conciencia del yo; quiere decir que el hombre todavía no había llegado a tener un yo dentro de un cuerpo como su morada.

Durante el estado interino sucedió algo muy importante para la parte espiritual -si cabe la expresión- del ser humano. Para representarnos correctamente el antiguo globo lunar, en cierto modo lo podemos caracterizar como un ser de una vida propia, comparable con la de un árbol en que habitan toda clase de seres, pues la Luna misma como un todo era una especie de mineral vegetal. 

Sus rocas no eran otra cosa que una cierta masa mineral-vegetal endurecida; sus vegetales animales crecían en el suelo de esta masa, y lo que podemos llamar animales humanos giraba alrededor de la Luna.  Igualmente tenemos que imaginarnos que todo lo que era conciencia del yo aún vivía -más o menos- en la atmósfera de la Luna, dentro de aquella neblina ígnea, como una parte, como uno de los principios de la entidad superior, en la cual se hallaban todos los yoes que en nuestro tiempo están en el cuerpo, separados unos de otros por la epidermis. 

Quiere decir que aún no existían hombres caminantes como ahora, dotados de la conciencia del yo. Pero en su lugar existía otro aspecto mucho más desarrollado que en la Tierra. Sabemos que en la Tierra del presente ha llegado a ser un concepto bastante abstracto lo que se llama Alma del Pueblo, Alma de la raza. Muchos opinan que lo realmente verdadero es el alma humana individual, la que vive en el cuerpo; y cuando se habla de las Almas del Pueblo, el alemán, el francés, el ruso, la gente lo considera como algo más bien abstracto, como el concepto general, como la suma de las cualidades de los individuos de esos pueblos. Para el ocultista no es así, de modo alguno.

Lo que se llama Alma del pueblo alemán, francés, ruso, es para él algo que existe de un modo absolutamente independiente, pero en la existencia terrestre del presente el Alma del Pueblo sólo existe espiritualmente, perceptible para quien es capaz de ascender al plano astral. Allí no sería posible negarla, pues allí existe efectivamente como ser viviente. Allí uno se encontraría con el Alma del Pueblo lo mismo que en el plano físico nos encontramos con nuestros amigos. En la antigua Luna mucho menos se hubiera negado al Alma de grupos, pues en aquel período tenía aún una existencia mucho más real. El Alma del Pueblo, o de la raza, hacía fluir la corriente sanguínea en los cuerpos de los seres que giraban alrededor de la Luna. 

El hecho de negar los seres que verdaderamente viven en el plano astral y que no son perceptibles aquí en el plano físico, esto es algo que pertenece al destino de nuestra época. Precisamente nos encontramos ahora en la cúspide de la evolución materialista, la que tiende a negar la existencia de semejantes seres como lo son las Almas de un pueblo o de una raza. Entre otros acontecimientos apareció últimamente un libro muy característico para el cual se hace mucha propaganda, un libro al que con razón se considera y se elogia como expresión de nuestro pensar abstracto y objetivo, pues ha sido escrito según el sentimiento del hombre de nuestro tiempo. 

Realmente hacía falta escribirlo. En el mismo se niega todo lo que no se puede percibir con los ojos y no tocar con las manos. Desde el punto de vista del ocultista este libro es un escándalo, pero un libro excelente desde el punto de vista del modo de pensar actual. Me refiero al libro de Fritz Mauthner (1849-1923) "Crítica del Lenguaje". En el mismo se desechan radicalmente todas las cosas que no se pueden tocar con las manos. Nuestro tiempo debió producirlo como una necesidad. No lo digo para criticar sino para caracterizar el contraste entre el pensar oculto y el del tiempo moderno. En este libro se puede conocer exactamente lo opuesto del modo de pensar oculto; es el más perfecto producto de una corriente cultural en extinción del presente. Desde tal punto de vista es realmente excelente.

Será comprensible que en la antigua Luna efectivamente existía una conciencia común en mayor grado que aquí en la Tierra, donde el hombre se siente como individuo aislado. En la Luna era diferente, pues reinaba vivamente el Alma grupal, la que más tarde apareció en la Tierra en forma tan rarificada, como Alma del Pueblo.  Todo el globo lunar tenía una conciencia común en alto grado, y esta conciencia común se sentía a sí misma como de índole femenina; y -como lo sabemos- el Sol bañaba con sus rayos la Luna. Y al Sol se lo sentía como de índole masculina. Esto lo expresa el antiguo mito egipcio, donde la Luna aparece como Isis, de carácter femenino, el Sol como Osiris, de carácter masculino; solo que en la Luna faltaba absolutamente la conciencia del yo, encerrada en el cuerpo humano. Esta conciencia la contenía la atmósfera de la Luna.

Durante el estado interino diversas entidades obraron desde la atmósfera de la Luna en tal sentido que el cuerpo etéreo y el cuerpo astral del ser humano alcanzaron la capacidad de acoger la conciencia del yo. ¿Qué apareció cuando el Sol que aún contenía la Luna y la Tierra, volvió a brillar? En torno del globo solar, despertado nuevamente, se encontraban entonces los seres que ahora constituyen vuestras almas; ellos estaban en torno del globo solar en tal forma que poseían la conciencia del yo incorporada en los cuerpos astral y etéreo durante el estado interino. El cuerpo físico aún no la poseía; por de pronto el mismo volvió a aparecer como animal humano, tal como había existido en la Luna. En esta forma las dos partes ya no estaban concordantes, como esto había sido el caso en la Luna.

Lo que se había sumergido en los cuerpos astral y etéreo, ya no estaba bien concordante con la que existía abajo, y la consecuencia de ello fue que, antes de posibilitar la concordancia hacía falta repetir los anteriores estados de Saturno, Sol y Luna, de modo que hubo tres repeticiones antes de aparecer realmente nuestra Tierra. En primer lugar apareció el estado saturnal con los cuerpos físicos de los hombres animales, pero en cierto respecto ya no tan sencillos como habían sido en Saturno, cuando existían los gérmenes de los órganos sensorios, mientras que ahora ya se habían agregado los órganos glandulares y nerviosos, pero incapaces de acoger lo que se hallaba arriba. Por esta razón debió realizarse una breve repetición del estado saturnal.

Los Espíritus de la Yoidad, de la Personalidad, debían volver a obrar sobre los cuerpos físicos con el fin de implantarles la capacidad de acoger el yo. Después debía repetirse el estado solar para que los cuerpos físicos, con respecto a los desarrollados en el Sol, se hiciesen capaces de acoger un yo, y lo mismo el estado lunar para que también el sistema nervioso se hiciese apto para ello.

Repito que primero hubo una suerte de repetición del estado saturnal, durante la cual los seres que antes habían sido animales humanos, caminaban por la Tierra como autómatas, como algo parecido a máquinas. Luego llegó el tiempo en el que la repetición del estado saturnal se transformó en el estado solar. Los cuerpos humanos eran entonces como plantas durmientes. Después se realizó la repetición del estado lunar en que el Sol ya se había desprendido, dejando atrás lo que ya antes se había desprendido como Luna. Quiere decir que volvió a repetirse todo el ciclo lunar, sólo que a los seres se les implantó la capacidad de acoger un yo.

Para la Tierra la repetición del ciclo lunar fue -si cabe la expresión- un período duro de su evolución, puesto que, considerándolo espiritualmente, al cuerpo humano que sólo estaba compuesto de los cuerpos físico, etéreo y astral, se le había implantado el yo, sin el pensar depurador. Dentro del período, cuando el Sol ya se había desprendido y la Tierra aún no había arrojado la Luna, el ser humano se hallaba en un estado en que su cuerpo astral era el portador de los más indómitos apetitos, puesto que se le habían implantado toda clase de fuerzas malignas, y no existía ninguna fuerza contraria. 

Para expresarlo ahora se puede decir que después de la separación del Sol había una masa dentro de la cual los hombres efectivamente eran todavía almas grupales, pero de extrema voluptuosidad, con las peores pasiones. Bajo la influencia del Sol que se había separado, no solamente del Sol físico, sino también de los seres solares, retirados al Sol, el tránsito por el verdadero infierno durante la repetición del estado planetario lunar, condujo paulatinamente a la madurez de este último para poder arrojar las horribles pasiones y potencias, reteniendo en la Tierra lo evolutivo. 

Al retirarse la Luna actual desaparecieron todas las fuerzas voluptuosas. Como resultado de ello tenemos en la Luna actual el resto, también en su significado espiritual, de todas las influencias nocivas que en aquel período existían en el mundo del ser humano; y esto también representa un influjo degradante de la Luna. En cambio, lo que después del desprendimiento de Sol y Luna quedó en la Tierra, fue lo evolutivo. Consideremos ahora, ante todo, los hombres animales mismos. Ellos habían alcanzado paulatinamente la madurez que permitía incorporarles el yo. Tenemos pues ahora al ser humano caminando por la Tierra, constituido por cuatro principios: cuerpo físico, cuerpo etéreo, cuerpo astral y yo. Por primera vez cambia ahora la anterior posición nadadora y cernida y paso a paso el hombre llega a la posición erguida. 

Su columna vertebral y su cordón nervioso del tórax llegan a la posición vertical en contraste a la horizontal del período lunar. Paralelamente con este erguirse se extendió la masa de la médula espinal para formar el cerebro; y asimismo tuvo lugar otra evolución. Para el movimiento cernido y nadador que al ser humano le había sido propio tanto en el período lunar como durante su repetición, cuando aún existían en la atmósfera las fuerzas de la neblina ígnea, era necesario algo parecido a una vejiga natatoria, la que efectivamente pertenecía a la naturaleza del ser humano, tal como la poseen los peces de ahora. 

Paso a paso y lentamente desaparecieron las neblinas ígneas. Las hemos llamado Ruach. Sin embargo, el aire permanecía lleno de espesos vapores de agua; pero lo peor desapareció y con ello comenzó el tiempo en que de la respiración branquial el hombre pasó a tener la respiración pulmonar. La vejiga natatoria se transformó en los pulmones. Esto le hizo capaz de acoger en sí los principios espirituales superiores, o sea, la primera disposición al principio más elevado que el yo, el Yo espiritual o Manas.

La Biblia expresa la transformación de la vejiga natatoria en los pulmones con las palabras maravillosas monumentales: "Dios alentó en su nariz soplo de vida; y fue el hombre en alma viviente". Con esto se da expresión a lo que en el curso de miles de años sucedió en la evolución del ser humano. En ese período todos los seres que hemos llegado a conocer, tanto los animales vegetales, como los hombres animales de la Luna y sus descendientes durante el período lunar de la Tierra, aún no tenían la sangre roja; poseían, eso sí, algo parecido al humor todavía no rojo de los actuales animales inferiores. Substancia de carácter sanguíneo fluía de ellos y penetraba en ellos. 

Para poder poseer la sangre roja hacía falta otra cosa más. Lo comprenderemos si nos enteramos de que en la evolución de nuestro planeta hasta el momento de arrojar la Luna, no tenía importancia el hierro; no había hierro en nuestro planeta. Lo recibió por el hecho de que el planeta Marte atravesó nuestra Tierra, dejando en ella, por decirlo así, el hierro. Por esta razón el influjo del hierro dentro de la sangre roja proviene de Marte. La saga lo conserva bien, atribuyendo a Marte las cualidades que el hierro dio a la sangre, la potente fuerza, la fuerza guerrera; y esto condujo a que el influjo relacionado con el proceso respiratorio ha sido favorecido por la adición del hierro a nuestro organismo. Esto ha tenido mucha importancia para la evolución de la Tierra. 

A raíz de estas influencias el organismo humano se perfeccionó a tal punto que se puede decir: con la fuerza del yo el ser humano comenzó a depurar los principios de su naturaleza recibidos en los períodos de Saturno, Sol y Luna. Se entiende que tal trabajo comenzó con respecto al principio que como el último se le ha dado, el cuerpo astral, y esta depuración del cuerpo astral es nuestra cultura.

Quien pudiera observar al ser humano que aún estaba haciendo la transformación para crear los pulmones y que daba los primeros pasos para llegar a tener la sangre roja, lo encontraría bastante poco parecido a nuestra actual figura humana. Era tan distinto que realmente se podría vacilar en describir aquel hombre, pues para el pensador materialista de ahora le parecería grotesco. Ese hombre aproximadamente tenía el valor evolutivo de un anfibio, o un reptil que está empezando a respirar por pulmones; y partiendo del anterior movimiento cernido y nadador comenzaba a aprender a apoyarse
sobre el suelo.

Si decimos que la forma de moverse del ser humano del Período lemuriano varía entre dando saltitos, apenas dando pasos, elevándose después al aire, a lo sumo tenemos algo parecido en los antiguos saurios. De aquella forma no se ha conservado nada que el geólogo podría descubrir como restos endurecidos o petrificados, puesto que el cuerpo del ser humano era muy blando y en el mismo aún no se habían formado huesos.

¿Cuál fue entonces el aspecto de la Tierra, después de haberse liberado de la Luna? Antes había estado envuelta por la neblina ígnea, como encontrándose en un calderón hirviente, pero poco a poco se habían retirado los densos vapores de agua. Ahora la Tierra evolucionó de tal forma que sólo tenía una delgada capa endurecida bajo la cual se encontraba ese mar burbujeante de llamas, como el resto de la neblina ígnea de la antigua atmósfera. Paulatinamente aparecían pequeñas isletas, los primeros indicios del reino mineral de ahora.

Mientras que en la Luna aún existía un reino mineral vegetal, se estructuraban entonces, por medio del endurecimiento, de mineralización de dicha masa, los primeros vestigios de las rocas y piedras de ahora. Anteriormente ya se había transformado el reino de los vegetales animales en el reino vegetal de ahora. Y los seres que en la Luna eran animales humanos se habían dividido en dos diferentes masas de seres. Una parte había alcanzado la meta de la evolución, la figura humana, pero también había seres que no habían participado en la evolución; éstos son los animales superiores del presente.

Habían quedado retrasados en un nivel anterior, ya causa del no adaptarse a las condiciones de la evolución, quedaron cada vez más retrasados. Todos los animales mamíferos y otros que ahora existen son restos de animales humanos retrasados del período lunar. Esto significa que jamás hay que imaginarse que alguna vez el hombre haya sido semejante animal como los que ahora viven en la Tierra.  En aquel período los cuerpos de esos animales no eran capaces de acoger en sí el yo, pues permanecieron retrasados en el estado del alma grupal de la Luna. Los últimos -por decirlo así- que casi podrían haber alcanzado el nivel correspondiente, pero que más tarde resultaron ser demasiado débiles para dar morada a un alma individual, son los simios, la especie de los monos del presente, pero tampoco éstos jamás fueron verdaderamente ascendientes de la humanidad, sino que son seres decaídos.

En el antiguo período lemuriano la Tierra era una masa ígnea en la que casi todo el mineral de ahora estaba disuelto en estado líquido, tal como el hierro en un taller siderúrgico de nuestro tiempo. Ese estado se transformó con el tiempo en la primera masa mineral aislada. En tal isla mineral se movían a saltitos, o cernidos, los precursores de la humanidad. 

El Yo espiritual se esforzaba por adueñarse paulatinamente de esos seres humanos. Resulta pues que en cierto modo tenemos que imaginarnos el período ígneo de la Tierra como un tiempo en el que aún existía un último remanente de las fuerzas de la Luna misma, fuerzas que paso a paso desaparecieron; las mismas encontraban su expresión por el dominio de la voluntad humana sobre las substancias y fuerzas de la Naturaleza. Es que en la Luna el ser humano estaba aún enteramente unido con la Naturaleza; el alma grupal configuraba la existencia humana. Esto cambió durante el período ígneo de la Tierra; pero siguió existiendo un nexo mágico entre la voluntad humana y las fuerzas ígneas. 

El ser humano, cuando tenía un carácter afable, actuaba de tal manera que el elemento ígneo de la Naturaleza se calmaba, ya raíz de esto se añadía más tierra; pero el hombre apasionado actuaba mágicamente a través de su voluntad, con el efecto de que lis masas ígneas se tornaban tempestuosas, enfurecidas y rompían la delgada capa térrea. Esto conducía a que la fuerza indómita, apasionada, que el ser humano había adquirido en la Luna y durante la repetición del período lunar en la Tierra, se manifestase en las nuevamente aparecidas almas humanas individuales. 

Las pasiones hicieron revolucionar las masas ígneas de modo que gran parte del territorio habitado por los lemurianos quedó destruido. Solamente una pequeña parte de ellos sobrevivió y siguió procreando la humanidad. Las almas humanas de ahora pertenecen a las que se habían alvado de las tempestuosas masas ígneas de la Lemuria. Los hombres que entonces se habían salvado emigraron al territorio que conocemos como la Atlántida y que esencialmente se extendía entre el actual continente europeo y el americano.

De la Atlántida hacia los tiempos posteriores la humanidad siguió multiplicándose. Con el correr del tiempo la atmósfera de la Tierra había cambiado a tal punto que todos los restos del humo habían desaparecido, de modo que el aire solamente quedó saturado de una enorme masa de neblina. La saga germánica ha conservado el recuerdo correspondiente en la denominación "Niflheim " o "Nebelheim ", como nombre del territorio constantemente cubierto por tales masas pesadas de neblina.

¿Cuáles han sido las fuerzas que desde fuera obraron hasta en el período lemuriano? Primero, durante el período saturnal, obraron las entidades a las cuales llamamos los Espíritus del Egoísmo, del sentido de autonomía, o independencia. Durante el período solar obraron los Arcángeles, los Espíritus del Fuego; durante el período lunar, las entidades que fueron los Espíritus benignos del período lunar, los Angeles, según la denominación cristiana; la ciencia espiritual los llama también los "Espíritus del Crepúsculo". Al conductor más sublime de ellos le hemos llamado el Espíritu Santo; al regente de los Espíritus del Fuego, el Cristo; y al regente de Saturno, el Dios Padre. 

Por consiguiente, el último que ha obrado con sus demás seres ha sido el Espíritu al que el cristianismo llama el Espíritu Santo, esto es, el regente de la evolución lunar, el Espíritu que aún obraba durante la repetición terrestre del período lunar. Fue el mismo Espíritu que entonces edificaba desde afuera y que en cierto modo hacía fluir en el ser humano un rayo de su propia naturaleza. En el principio de la época lemuriana hemos de distinguir entre dos categorías de Espíritus: los Espíritus que preparan la corporeidad inferior, que implantan la conciencia del yo y que construyen las envolturas humanas, por un lado, y aquel Espíritu que entró, él mismo, en estas envolturas en el instante en que el hombre aprendió a respirar físicamente.

Si ahora se tiene presente que todo aquello que en Saturno tenía aún la forma de una masa de fuego, envuelta en una atmósfera más tenue, llegó a ser gaseiforme en el Sol, y envuelto en las referidas masas de neblina ígnea en la Luna, es preciso considerar el proceso evolutivo de la Tierra como una purificación, tal como la evolución de la humanidad misma es una purificación.  Lo que ahora se llama aire, sólo paulatinamente llegó a quedar libre de todo lo que antes contenía como una suerte de humo y vapor. Hay que tener presente que aquello que se ha separado de la atmósfera, son las substancias mediante las cuales se ha plasmado toda corporeidad; y el aire es lo más puro de lo restante y es a la vez la mejor corporeidad para los Espíritus conductores de la Luna, llamados Angeles en la expresión cristiana, y por ello el hombre sentía en el aire, ya purificado y separado, la corporeidad de los Espíritus conductores de la Tierra, el ahora Espíritu conductor, Jehová.

En el soplar del viento se tenía la sensación de lo que guiaba y dirigía a la Tierra; y así se experimentaba el tránsito al período atlante, cuyo territorio continental forma ahora el fondo del Océano Atlántico. En el soplo del aliento se sentía la corporeidad del Dios. Paulatinamente desapareció el poder mágico que sobre el mar ígneo, y sobre los sucesos de la Tierra el ser humano había poseído; en su lugar había quedado otra condición en el comienzo del período atlante, pues el hombre aún poseía entonces cierto poder mágico sobre el crecimiento de las plantas.

Si él alzaba la mano, la que entonces aún tenía una forma muy distinta, sobre una planta, era capaz, por medio de su voluntad, hacerla crecer rápidamente, pues aún poseía una íntima relación con los seres de la Naturaleza. La vida entera del hombre atlante correspondía a su correlación con la Naturaleza. En aquel tiempo aún no existía lo que ahora se llama el sentido combinatorio, la inteligencia, el pensar lógico. En cambio, el hombre había desarrollado en alto grado otras facultades, por ejemplo, la memoria de cuyo desarrollo fabuloso no podemos tener idea. No sabía calcular, ni siquiera representarse que 2 x 2 son 4, si bien lo sabía de memoria, pues cada vez recordaba lo anteriormente experimentado. 

En el período atlante también se había conservado la facultad de que, si bien ya no se sentía en sí mismo espontáneamente la realidad del Alma del Pueblo, como en la Luna, no obstante se sentía el resultado del actuar de las antiguas Almas de un pueblo o una raza. Tal influencia era tan intensa que hubiera sido totalmente imposible que un hombre que pertenecía a una Alma del Pueblo o de la Raza se ligase con otro, perteneciente a otra raza.  Entre las poblaciones de distintas Almas del Pueblo existía una profunda antipatía. Sólo se amaban los que vivían dentro del obrar de la misma Alma del Pueblo. Se puede decir que la sangre común, la que en el período lunar desde el Alma del Pueblo había fluido en el ser humano, era la causa de la unidad; y se tenía claramente el recuerdo de lo vivido por los antepasados. 

Por la sangre común el hombre se consideraba como eslabón de la cadena de los antepasados, del mismo modo que ahora se siente la mano como un miembro del organismo. Tal sensación de la unidad estaba en relación con los hechos de la evolución, debido a que durante el tiempo de transición que tuvo lugar por el desprendimiento del Sol y la expulsión de la Luna, se realizó otro importante acontecer.  Esto se relaciona con lo que como un proceso de endurecimiento sucedió en la Tierra. Se formó el reino mineral y al mismo tiempo también se desarrolló semejante proceso de endurecimiento en el interior de la naturaleza humana. La masa blanda se transformó paso a paso en una substancia más dura, la que primero se endureció al cartílago, después hasta el hueso, y sólo con la formación de la masa ósea comenzó el movimiento caminante del hombre.

Paralelamente con la estructuración de la masa ósea tuvo lugar otro proceso. Con la posterior evolución del hombre, debido a la expulsión de la masa lunar de la Tierra, dejando atrás solamente lo apto para desarrollarse, se generaron en los seres que habitaban la Tierra dos clases de fuerzas.  Al encontrarse afuera el Sol y la Luna, las fuerzas de ambos influían desde afuera sobre la Tierra. De la mezcla de las fuerzas solares y lunares que antes se habían encontrado en la Tierra misma y que ahora irradiaban hacia ella, se generó lo que llamamos el paso a la vida sexual, pues todas las fuerzas que encuentran su expresión en la vida sexual están bajo la influencia de las fuerzas del Sol y de la Luna.

Todas las fuerzas que en los tiempos antiguos en que el Sol, la Luna y la Tierra estaban todavía unidas actuando de tal manera que se lo podría calificar como de índole femenina, todo esto fue fecundado por las fuerzas del Sol mismo, por decirlo así. El Sol se sentía a sí mismo como de carácter masculino, la Luna como de carácter femenino. Pero la Luna se retiró, y las fuerzas de ambos cuerpos se mezclaron. En general podemos calificar como seres de carácter femenino a todos aquellos que se habían generado antes de expulsar la Luna, pues todas las fuerzas fecundantes provienen de afuera, de la fuerza del Sol; sólo en la Tierra que había expulsado la Luna, de modo que el Sol irradiaba sobre un cuerpo totalmente distinto, fue posible que el no diferenciado antiguo elemento femenino se separase en lo masculino y lo femenino, de modo que con el proceso de endurecimiento y osificación se realizó a la vez el tránsito a la sexualidad. y con ello se dio la posibilidad de desarrollar el yo, de la justa manera.

Rudolph Steiner