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miércoles, 18 de abril de 2012

Teosofía de los Rosacruces, Conferencia IX: La Evolución Planetaria I




Para comprender la evolución de la humanidad a través de las tres incorporaciones anteriores a la terrestre, las de Saturno, Sol, Luna, lo más adecuado será contemplar una vez más los estados del ser humano de sueño y ensueño. Cuando el hombre duerme, el vidente percibe el cuerpo astral y encerrado en el mismo el yo, como suspendidos sobre el cuerpo físico. El cuerpo astral está entonces fuera del cuerpo físico y el etéreo, pero permanece ligado con ellos. En cierto modo hace fluir corrientes hacia el cuerpo universal del cosmos, y al mismo tiempo está sumergido en el mismo, de modo que en el hombre que está dormido tenemos los cuerpos físico, etéreo y astral, pero este último extiende tentáculos hacia la corporalidad astral universal.

Si nos imaginamos este estado como permanente; si en este plano físico sólo se encontrasen hombres con el cuerpo físico impregnado por el cuerpo etéreo y suspendida sobre ellos un alma astral con el yo, esto sería el estado en que la humanidad se hallaba en la Luna, sólo que entonces el cuerpo astral no estaba muy separado del cuerpo físico, sino que estaba sumergido en el cuerpo físico con la misma fuerza con que se extendía en el cosmos. En cambio, si nos imaginamos el estado enteramente así como ahora reina durante el sueño, pero de tal manera que ni siquiera existe la posibilidad del ensueño, esto sería el estado en que la humanidad estaba en el Sol.

Y si ahora nos imaginamos al hombre muerto, de modo que su cuerpo etéreo, unido con el cuerpo astral y el yo, también está desprendido, pero en forma tal que la ligación no está totalmente cortada, sino que lo que está fuera, en el seno de la masa cósmica circundante, irradia hacia adentro de la corporeidad física, obrando sobre ella, esto era el estado en que la humanidad se hallaba en Saturno. Abajo el globo saturnal únicamente contenía lo perteneciente a la corporeidad humana puramente física, envuelta, por así decirlo, en una atmósfera etéreo-astral, en cuyo seno se encontraban los yoes.

El ser humano efectivamente ya existió en Saturno, pero con una conciencia muy, muy opaca. La tarea de esas almas consistía en mantener activo lo que allí abajo formaba parte de ellas; desde arriba influían sobre su cuerpo físico. Así como el caracol elabora su concha, dichas almas actuaban desde afuera como mediante un instrumento para la formación de los órganos físicos. Vamos a describir el aspecto de aquello sobre lo cual las almas influían desde arriba; y un poco tenemos que describir lo físico de Saturno y las condiciones en general de Saturno. Ya les he dicho que en la corporeidad física fueron elaborados los gérmenes de los órganos sensorios. En la superficie de Saturno las almas influían sobre lo que en el hombre vivía como germen sensorio. Ellas realmente se encontraban en el espacio cósmico alrededor de Saturno; y abajo estaba su lugar de obrar, donde ellas elaboraban los modelos típicos para ojos y oídos y otros órganos sensorios.

¿De qué consistía la calidad fundamental de la masa de Saturno? Es difícil de definirla, puesto que en el lenguaje corriente cuesta encontrar el término adecuado. Las palabras del lenguaje común están totalmente materializadas; sólo corresponden al plano físico. No obstante, hay una palabra que sirve para expresar el trabajo fino que allí se ejecutó. Se puede caracterizarlo mediante la expresión: reflejarse. La masa de Saturno tenía en todas sus partes la propiedad de reflejar lo que de afuera se le acercaba como luz, como sonido, olor, sabor. Todo se reflejaba, y este hecho en cierto modo se percibía como un reflejarse en el espejo de Saturno. Esto sólo se puede comparar con que, al mirar en el ojo del prójimo, se nos mira a nosotros, desde el mismo, nuestra propia imagen. De este modo se percibían a sí mismas todas las almas de los seres humanos, pero no solamente como imagen en colores, sino que ellas se saboreaban, percibían sus olores tenían de sí mismas una determinada sensación de calor. En esta forma Saturno era un planeta reflejante. Las almas que vivían en la atmósfera echaban en aquel sus naturalezas, y de las imágenes que así se formaban se generaban los gérmenes de los órganos sensorios, pues las imágenes ejercían un efecto creador. Quien se imagina hallarse ante un espejo en el cual se refleja la propia imagen, y que ésta empiece a obrar, porque no es una imagen muerta como en el caso de un espejo inánime como los de ahora, entonces tiene ante sí la actividad creadora de Saturno, la forma de cómo los hombres vivían en Saturno y hacían su trabajo.

Lo descripto tenía lugar abajo en el globo de Saturno; arriba las almas tenían la apagada conciencia en trance, a la que en la conferencia anterior me he referido. No sabían nada del reflejo, sino que solamente lo producían. En la apagada conciencia de trance tenían en sí todo el universo cósmico, y así su ser reflejaba todo el universo cósmico. Ellas mismas se encontraban en el seno de una substancia elemental espiritual. No eran independientes, sino tan sólo una parte integrante de la espiritualidad circundante de Saturno. Debido a ello no eran capaces de percibir espiritualmente. Espíritus superiores percibían por su intermedio. Eran los órganos de los Espíritus que en el período saturnal percibían.

Un gran número de Espíritus superiores se encontraban en torno de Saturno. Todo lo que el esoterismo cristiano ha llamado mensajeros de la Divinidad, Angeles, Arcángeles, Principados, potencias reveladoras, pertenecía a la atmósfera de Saturno. Así como la mano forma parte del organismo, así también las almas pertenecían a dichas entidades, y así como la mano no tiene una conciencia por sí misma, así tampoco tenían aquellas una conciencia propia. Ellas obraban por influjo de la conciencia de Espíritus superiores, esto es, de la conciencia superior del universo, y de este modo configuraban las imágenes de sus órganos sensorios, imágenes que después llegaban a ser creadoras, e igualmente estructuraban la masa de Saturno. A ésta no hay que imaginársela tan densa como la actual masa de la carne humana. El estado más denso de Saturno que por último pudo alcanzar, no tuvo ni la densidad del aire físico de ahora.

Saturno llegó a ser físico, pero sólo alcanzó la densidad que ahora se llama la densidad del fuego, del calor, al que la física del presente ya no considera como substancia. Pero para el ocultista el calor es una substancia más sutil que los gases, la que posee la propiedad de expandirse cada vez más. Y debido a que Saturno consistía de tal substancia, tenía la propiedad de dilatarse desde su interior, irradiarlo todo, reflejar. Tal cuerpo lo irradia todo, no tiene el deseo de retenerlo en sí. Con todo, Saturno no fue una masa homogénea, sino de tal carácter que dentro de la misma se hubiera podido notar una diferenciación, una configuración. Más tarde los órganos e redondearon, adquiriendo el aspecto de células globulares; sólo que las células de ahora son diminutas, mientras que aquéllas eran formas esféricas grandes, similares a las de la mora, o zarzamora.

En Saturno no se hubiera podido percibir, pues todo reflejo irradiaba hacia afuera toda la luz que le llegaba. Dentro de la masa de Saturno reinaba absoluta obscuridad. Unicamente hacia el fin de su evolución Saturno despedía algún resplandor. En la atmósfera circundante de la masa de Saturno había cierto número de seres. La preparación de los gérmenes de los órganos sensorios no la hacía el hombre por sí solo, ya que la evolución del alma del hombre aún no había llegado a tal punto que hubiera podido obrar sola. Obraba juntamente con otras entidades espirituales -expresado de un modo trivial- bajo la dirección de ellas.

Determinadas entidades que en el período saturnal habían alcanzado el grado evolutivo del hombre, obraban entonces tan independientemente como el hombre de nuestro tiempo trabaja. Ellas no podían tener la configuración del hombre actual, puesto que el calor fue la única substancia de Saturno. Pero en cuanto a su inteligencia y su conciencia del yo se hallaban en el nivel del hombre de ahora, sin que hubieran podido formar un cuerpo físico, un cerebro. Considerémoslas algo más concretamente. El hombre del presente está constituido por cuatro principios: el cuerpo físico, el etéreo, el astral y el yo; además, preformado en el yo, el Yo espiritual, el Espíritu vital y el Hombre-Espíritu: Manas, Buddhi, Atma. La corporalidad física es el principio inferior, si bien considerándolo por sí solo, el más perfecto de nuestro planeta Tierra; le sigue el cuerpo etéreo, después el cuerpo astral y el yo. Pero también hay seres que no tienen cuerpo físico y cuyo principio inferior es el cuerpo etéreo. Ellos no tienen necesidad de un cuerpo físico para obrar en nuestro mundo sensible; en su lugar tienen un principio por encima del séptimo humano.

Otras entidades tienen el cuerpo astral como principio inferior, y correspondientemente un noveno principio. Además hay entidades cuyo principio inferior es el yo y un décimo principio como el más alto. Considerando las entidades cuyo principio inferior es el yo, resulta que ellas se constituyen por el yo, el Yo espiritual, Espíritu vital y Hombre Espíritu, y después el octavo, noveno y décimo principio, o sea, lo que el esoterismo cristiano llama: Espíritu Santo, Hijo o Verbo, Padre.

En la literatura teosófica se acostumbra llamarlos los tres Logoi. Las entidades cuyo principio inferior es el yo, fueron precisamente aquellas que entran en consideración para nuestra contemplación de la evolución saturnal. Se hallaban entonces en el nivel evolutivo en que ahora está el ser humano. Podían obrar mediante su yo bajo condiciones totalmente distintas, como las he caracterizado. Eran los precursores de nuestra humanidad del presente, los hombres de Saturno. Mediante su yoidad, su naturaleza más exterior, irradiaban hacia la superficie de Saturno. Ellas fueron quienes implantaban su yoidad en la corporalidad física que se formaba en la superficie de Saturno. Ellas velaban por la preparación del cuerpo físico de tal manera que más tarde el mismo pudiera llegar a ser el portador del yo. Unicamente un cuerpo físico como el que ahora se nos presenta, con pies, manos y cabeza, como asimismo los órganos sensorios, pudo hacerse portador del yo en el cuarto escalón, la Tierra.

Para ello se le debió implantar el germen en Saturno. A esos seres de un yo, en Saturno, también se los llama Espíritus del Egoísmo. (A estos Espíritus se los llama en la "Ciencia Oculta" Espíritus de la Personalidad, Principados) Egoísmo es una palabra de doble aspecto: de aspecto sublime y de despreciable. Si en Saturno y en los posteriores estados planetarios no se hubiera implantado, siempre de nuevo, la naturaleza del egoísmo, el hombre no hubiera alcanzado jamás el grado de un ser independiente, capaz de decir "yo" a sí mismo. A la corporeidad humana ya desde Saturno se le ha inculcado la suma de la fuerza que le da el sello de un ser independiente y que le separa de todos los demás seres. Para este fin tuvieron que obrar los Espíritus del Egoísmo, los Asuras.

Entre ellos existen dos categorías, sin contar matices insignificantes. Una de las mismas es la que ha desarrollado el egoísmo de un modo noble, independiente y que se ha elevado a grados evolutivos cada vez más altos del sentido de libertad: la independencia sublime del egoísmo. Estos Espíritus condujeron a la humanidad a través de todos los posteriores períodos planetarios; se convirtieron en los educadores del hombre a la independencia. Pero en cada período planetario también hay Espíritus que han quedado retrasados en su evolución, que permanecieron estacionarios y no quisieron seguir progresando. Esto nos hará conocer una ley: si lo supremo cae, si comete el "gran pecado" de no seguir con la evolución, llega a ser precisamente lo peor.

Por el decaimiento el noble sentido de libertad se ha pervertido en lo opuesto. Son los Espíritus de la tentación, los que apenas entran en consideración y que inducen al egoísmo más condenable. Hasta en el presente están en el mundo circundante, dichos Espíritus malos de Saturno. Todo lo malo recibe su fuerza de los mismos. Al haber concluido su evolución, cada uno de los planetas vuelve al estado espiritual y, por así decirlo, ya no existe, pues pasa por un estado de sueño, para salir del mismo más tarde.

También Saturno. Su próxima incorporación es el Sol, aquel Sol que se nos presentaría si mezcláramos como en un gran recipiente todo lo existente en el Sol, la Luna y la Tierra de ahora, juntamente con todos los seres terrestres y espirituales. Lo que caracteriza la evolución solar reside en que el cuerpo etéreo penetró en el cuerpo físico del hombre previamente preparado. La corporeidad del Sol es más densa que la de Saturno, la podemos comparar con la densidad del aire del presente. En el Sol la corporalidad física humana, el cuerpo propio al que el hombre se formó, resultó impregnado del cuerpo etéreo. El ser humano mismo pertenecía a un cuerpo aéreo, de un modo similar a como en Saturno a un cuerpo de calor. El cuerpo etéreo ya se encontraba abajo, pero en la atmósfera del Sol se hallaba el cuerpo astral con el yo, insertado en el gran cuerpo astral general del Sol y de allí influía hacia abajo, sobre el cuerpo físico y el etéreo, análogamente a como ahora durante el sueño, cuando el cuerpo astral está afuera y obra sobre el cuerpo físico y el etéreo. Así el ser humano preparaba los gérmenes de todo lo que en nuestro tiempo son los órganos del crecimiento, de la digestión y la procreación, y transformaba los gérmenes de los órganos sensorios, preparados en Saturno; algunos mantenían su carácter, otros se transformaban en glándulas y órganos del crecimiento. Todos los órganos del crecimiento y la procreación son órganos sensorios transformados, acogidos en el cuerpo etéreo.

Si se compara el cuerpo del Sol con Saturno, se nota cierta diferencia. Saturno todavía tenía el carácter de una superficie reflectora, reflejaba irradiando todo lo que recibía de sabor, olor, todas las percepciones sensorias. En el Sol era distinto, mientras que Saturno reflejaba directamente todo, sin apoderarse del mismo, el Sol se compenetraba de lo recibido y después lo irradiaba. Esto se debía a que tenía un cuerpo etéreo. Su cuerpo, penetrado del cuerpo etéreo, hacía lo mismo que ahora la planta hace con la luz del Sol: la recibe, se compenetra de ella y después la devuelve. Si se pone la planta en un lugar obscuro, pierde su color y se marchita. Sin luz no existiría la clorofila. En el Sol nuestro propio cuerpo se impregnaba con luz, pero también con otros ingredientes; y así como la planta devuelve la luz, después de haberse fortalecido mediante ella, el Sol de aquel período la reflejaba, después de haberla transformado.

Pero se impregnaba no solamente con la luz, sino también con el sabor, olor, calor, con todo, y después lo irradiaba hacia afuera. Por lo tanto nuestro propio cuerpo se hallaba en el Sol en el estado de los vegetales. No tenía el aspecto de una planta en el sentido actual, pues ésta no se generó sino en la Tierra. Lo que ahora tenemos en el interior de nuestro organismo, esto es, las glándulas, nuestros órganos del crecimiento y de la procreación, existía en el Sol tal como ahora en la Tierra las montañas y rocas. Transformábamos aquello como hoy se cultiva y se trabaja en una huerta. El Sol irradiaba reflejando el contenido del universo, resplandecía en los colores más hermosos. Del Sol emanaban sonidos maravillosos, un aroma delicioso. El Sol antiguo fue un ser maravilloso en el universo. Los hombres trabajaban en el Sol para desenvolver su propia corporeidad de un modo análogo a como ciertos seres, por ejemplo los corales, trabajan de afuera para la formación de su estructura.

Esto se realizaba bajo la dirección de seres superiores, los que existían en la atmósfera del Sol. Tenemos que hablar especialmente sobre una categoría de dichos seres, o sea, sobre los que en aquel período se encontraban en el nivel evolutivo en que ahora está el hombre. En Saturno existían los Espíritus del Egoísmo que implantaban el sentido de la libertad y el sentido de la independencia. Espíritus que entonces estaban en el nivel evolutivo del ser humano. En el Sol había otros seres en este último nivel, seres cuyo principio inferior no era el yo, sino el cuerpo astral. Se constituían por el cuerpo astral, el yo, el Yo espiritual, el Espíritu vital y el Hombre Espíritu, además el octavo principio, al que el esoterismo cristiano llama Espíritu Santo, y finalmente como el noveno principio, el Hijo, el "Verbo" en el sentido del Evangelio de San Juan. Aún no poseían el décimo principio en su lugar tenían hacia abajo el cuerpo astral. Estos Espíritus obraban en el Sol, dirigiendo todo el trabajo astral. Del hombre de ahora se diferencian por el hecho de que este último respira aire, puesto que el aire forma la atmósfera de la Tierra. En cambio, aquellos Espíritus respiraban calor o fuego.

El Sol mismo era entonces algo así como una masa de aire. A su derredor se encontraba la substancialidad que antes había constituido Saturno: el fuego, el calor. La parte que se había densificado había formado el Sol gaseiforme, y lo que no podía densificarse era un mar fluctuante de fuego. Esas entidades podían entonces vivir en el Sol de tal manera que inhalaban y exhalaban calor, fuego; por lo tanto se las llama Espíritus de Fuego. En el Sol estaban en el nivel evolutivo de la humanidad y trabajaban al servicio de la misma. Se las llama Espíritus del Sol o del Fuego. El ser humano tenía entonces el grado de conciencia del sueño, mientras que los Espíritus Sol-Fuego ya tenían la conciencia del yo. Desde entonces siguieron desarrollándose y ascendieron a grados superiores de conciencia. En el esoterismo cristiano se los llama Arcángeles. y el Espíritu que alcanzó el más alto grado evolutivo, el que se hallaba en el Sol como Espíritu del Fuego y que en el presente está actuando en la Tierra, con la conciencia evolutiva suprema, ese Espíritu del Solo del Fuego, es el Cristo, lo mismo que el Espíritu saturnal de evolución suprema es el Dios Padre. Resulta pues que para el esoterismo cristiano estaba encarnado en el cuerpo físico del Cristo Jesús un Espíritu Sol-Fuego, esto es, el supremo, el Soberano de los Espíritus del Sol. Para poder venir a la Tierra debió servirse de un cuerpo físico. Para poder actuar aquí debió vivir en las mismas condiciones terrestres que el hombre.

Nuestro Sol es, por lo tanto, un cuerpo-Sol, en cierto modo un cuerpo del planeta Sol, con Espíritus de un Yo, los que son Espíritus de Fuego, y un Soberano de este Sol, el Espíritu-Sol de evolución suprema, el Cristo. Cuando la Tierra era Sol, dicho Espíritu había sido el Espíritu central del Sol. Cuando la Tierra era Luna había llegado a un grado evolutivo más alto.

Cuando la Tierra se hacía Tierra, dicho Espíritu había alcanzado el desarrollo supremo y permaneció con la Tierra, al haberse unido con ella, después del Misterio de Gólgota. De este modo El es el Espíritu planetario supremo de la Tierra. En el presente la Tierra es su cuerpo, lo mismo que entonces el Sol había sido su cuerpo. En virtud de ello se debe entender literalmente lo expresado por el evangelista Juan: "El que come pan conmigo, pone sobre mí los pies". Pues la Tierra es el cuerpo de Cristo, y cuando el hombre que come el pan tomado del cuerpo de la Tierra, camina sobre ésta, está poniendo los pies sobre el cuerpo de Cristo. Hay que tomar literalmente estas palabras tal como en general todos los documentos religiosos se deben entender literalmente.

Pero primero hay que conocer el verdadero significado de la letra, para luego buscar el espíritu. Finalmente, otro hecho: Dentro de la masa del Sol no todos los seres alcanzaron el grado evolutivo a que acabo de referirme. Algunos quedaron retrasados en el nivel del período saturnal. No fueron capaces de acoger en sí mismos lo que irradiando penetraba en el espacio planetario y de reflejarlo, una vez acogido. Debían devolverlo directamente sin poder compenetrarse de ello. Debido a este hecho, dichos seres aparecieron en el Sol como una suerte de englobamientos obscuros, como algo incapaz de irradiar luz propia. y debido a que estaban encerrados en la masa solar, envueltos por una masa que irradiaba luz propia, aparecían como lugares obscuros. Por eso debemos distinguir entre regiones solares que irradiaban hacia el espacio cósmico lo que habían recibido, y las partes que no podían irradiar nada; estas últimas aparecían c6mo intercalaciones obscuras dentro de la masa solar, como seres que en Saturno no habían progresado. Lo mismo que en el cuerpo humano no hay por todas partes glándulas y órganos de crecimiento, sino que en el mismo se encuentran también elementos inánimes, englobados, el Sol tenía en sí esas intercalaciones obscuras.

Nuestro Sol de ahora es la continuación de la antigua masa solar-terrenal. Ha arrojado de sí la Luna y la Tierra, reteniendo lo más excelso. Lo que en la antigua masa solar existía como restos de Saturno, se halla en el Sol de ahora como rudimentos en forma de las llamadas manchas del Sol; estas son los últimos rudimentos de Saturno, que en la luciente masa del Sol permanecieron como intercalaciones obscuras. La sabiduría oculta revela las fuentes espirituales inexploradas de los hechos físicos. En cambio, la ciencia física registra las causas físicas de las manchas del Sol, pero las causas espirituales residen en aquellos remanentes de Saturno. Preguntemos ahora: ¿Cuáles fueron los reinos de Saturno? Uno solo, cuyos últimos rudimentos se conservan en el mineral de ahora. Cuando hablamos del paso evolutivo del hombre por el reino mineral, no debemos pensar en el mineral de ahora, antes bien hemos de imaginarnos que nuestros ojos, oídos y demás órganos sensorios son los últimos estados evolutivos del mineral de Saturno, los que en nuestro organismo son en el mayor grado de carácter físico, mineral. El aparato del ojo es como un instrumento físico que después de la muerte permanece incólume durante cierto tiempo.

En el Sol el reino único de Saturno asciende a cierto estado vegetal. El cuerpo propio del ser humano se le presenta como una planta. Lo retrasado como reino saturnal fue una suerte de reino mineral del Sol y tenía el carácter de órganos sensorios atrofiados que no podían llegar a cumplir su finalidad. Pero todos los seres del Sol con carácter de cuerpos humanos en desarrollo, aún no tenían en sí un sistema nervioso; este último sólo llegó a englobarse en la Luna, por el actuar del cuerpo astral. Los vegetales de ahora tampoco poseen un sistema nervioso, y debido a ello tampoco tienen la facultad de sentir. Es un error atribuirles sensación. Pero los referidos cuerpos astrales, particularmente los de los Espíritus del Fuego hacían fluir cierta corriente en la corporeidad que existía allí abajo como cuerpos físicos y etéreos. Estas corrientes luminosas se dividían de un modo arboriforme. El último rudimento de estas afluencias en el Sol, las que más tarde se densificaron para tomar formas exteriores, es el órgano que conocemos como el plexo solar, como la última reminiscencia de las antiguas afluencias en el Sol, densificadas a la substancialidad.

De ahí el nombre plexus solaris. Los cuerpos de los seres humanos en el Sol los debemos imaginarnos como si de arriba penetrasen en ellos rayos que se entrelazan de un modo arboriforme, quiere decir que el Sol se nos presenta en las numerosas ramificaciones de nuestro plexo solar. Las mismas se representan en la mitología germana por medio del Fresno del Mundo, el que, por cierto, tiene además otros significados. Finalmente el Sol pasó al estado de sueño y se transformó en lo que en sentido oculto llamamos la Luna. Con ella se nos presenta una tercera incorporación de la Tierra con la cual nuevamente aparece un Espíritu central. Así como el soberano supremo de Saturno, el Espíritu- Yo, nos aparece como Dios Padre; el soberano supremo, el Dios supremo del Sol, el Dios Sol, aparece como el Cristo, así nos aparecerá el soberano de la configuración lunar de la Tierra, como Espíritu Santo, con sus huestes que en el esoterismo cristiano se llaman los Mensajeros de la Divinidad, los Angeles.

Con lo ahora expuesto hemos descripto dos días de la Creación que en el lenguaje esotérico se denominan Dies Saturni y Dies Solis. A estos sigue Dies Lunae, el Día Luna. Siempre se ha sido consciente de que existían divinidades dirigentes de Saturno, Sol y Luna. La palabra "dies"=día y "deus"=Dios tienen el mismo origen, de modo que "dies" se puede traducir lo mismo con "día" como con "divinidad"; quiere decir que en lugar de "Dies Solis" lo mismo podemos decir día Sol como Dios Sol, la que al mismo tiempo significa Espíritu Cristo.

Rudolph Steiner