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viernes, 23 de marzo de 2012

Mi Ángel es de Venus y Elisa se llama

Lo que voy a contar está en clave, faltaría más, dado que ¿Quién o Qué es el Ser Humano para dar a conocer el nombre de los dioses? Lo que viene a continuación son sentimientos que no había sentido en cientos sino miles de años y que se han venido transmitiendo en mi esencia por muchas, muchas generaciones.

Dicen que entre los humanos el incesto es pecado; pero que entre los dioses es cosa común. Bienaventurados los dioses que no tienen problemas genéticos que se puedan transmitir. Aquí sucede un tanto lo mismo dado que se trata de simple literatura o ¿no? El caballero lleva cabalgando solitario por las estepas del universo y en su pecho lleva dibujado, a sangre y fuego, el rostro de su amada hermana. Aquella que un día dejara en el Olimpo de los dioses para bajar al mundo de los mortales y así entender la vida del Ser Humano.

El Caballero intuye que su amada bajó a ese mismo mundo un tantito después que él; pero su rostro solo puede intuirlo y los lagos y cristales de hielo no reflejan ese rostro tatuado de su pecho. A cada pueblo que llega, en cada región en la que descabalga a su jaco echa un vistazo, por doquier. Quizá, llora el Caballero, quizá allí pudiera estar su Hermana del Alma, su Ángel de la guarda. Aquella alma polar que lo ame como el la ama a ella. Pequeños rastros vienen a su mente. Rasgos borrosos como cubiertos por un ligero y traslúcido velo.  En sueños ha venido viendo a su amada del alma; pero nunca con la suficiente claridad como para definir su rostro con total claridad.

Arriba duermen las estrellas desde el Sol hasta Antares desde Betelgeuse hasta Sirio. Desde Arturo a Vega o de Rigel a Altaír. Su larguísimo sueño ya dura demasiado y eso lo conoce el Caballero. Desde hace varias generaciones, con los mismos nacimientos que muertes, lo viene intuyendo; pero hasta hace poco, en esta última vida, no tuvo la suficiente Luz como para descubrir la Verdad. Sí, se sabe el Sereno y Guardián de los dioses y su sueño, el de los gigantes de fuego, ya dura en demasía. ¿Acaso estén las estrellas vacías? ¿Acaso allí solo viva un inmortal espíritu abandonado por su alma bipolar? ¿Acaso esas almas viven en algunos de los mundos creados por ellos mismos? ¿Acaso esas almas no se anden buscando unas a otras? Ya no tiene duda el Caballero, eso es lo que pasa.

Durante el transcurso de su vida por los mundos de la materia ha intentado colocar una determinada cara a su amada y ha escrito sobre la luz que se entierra en su corazón acerca del plan cósmico de todos los seres pensantes o no. Una y otra vez, el caballero se equivocaba y ninguna de aquellas era su amada Dama. En sueño profundo se encontraba el Caballero y ya su pena inundaba su luminosa alma hasta cegarla de tinieblas. Casi perdida la esperanza siente una fuerte atracción por su antigua y fraternal Casa. Allí regresa a retomar sus trabajos templarios de dura, fatigosa y sin embargo alegre construcción.

Entonces se produce un encuentro que cualquier profano pudiera denominar como fortuito; pero nada más lejos de eso, dado que todo nuestro destino se encuentra grabado en el Cosmos y en nuestros genes. Poco antes, en un páramo solitario, durante un profundo sueño el caballero tuvo una esclarecedora visión. Él había tenido diversos encuentros nocturnos con íncubos y súcubos que le proferían harto placer; pero también fatiga a la hora del despertar. Siempre las imágenes de tales ángeles o demonios eran vagas, casi invisibles por su sutileza e indefinición. No, en este caso era distinto, se veía plácidamente descansando acurrucado junto a su dulce y bella dama del alma. Era paz, serenidad y tranquilidad lo que se desprendía de aquella vivencia nocturna, no guerra y ansiedad como en el resto de los casos mencionados; pero este sueño era algo distinto. Es cierto que ambos venían estando desnudos enrollados en límpidas sábanas de satén blanco; pero en esta ocasión el Caballero podía ver el rostro de su Amada del Alma. Era un rostro blanco de pelo castaño y singular y serena belleza. Allí no existía stress ni para  la dama ni para el caballero. Nadie sabría decir si antes o después habría algún tipo de relación más carnal que la escena que allí el caballero, sobre sí mismo, visualizaba; pero una cosa si es cierta y es que la imagen de su Gemela del Alma quedó grabada a sangre y fuego en su cerebro y retinas.

De esa guisa estaba cuando dentro de la fraternidad una hermana le dice que hay alguien, no fuera sino dentro, que conocerte necesita o quiere. Bien, el Caballero siempre ha estado dispuesto en proteger a doncellas y profanos, cuanto más a hermanos y hermanas de dentro de la fraternidad. Así estaban las cosas, pensando el Caballero que dado que el mundo, por la globalización, ha quedado tan chico que ningún problema hay para confraternizar a diestro y siniestro con hermanos y hermanas de mas allá del atlántico charco, solo conociéndola mediante fríos y velados retratos que nada del alma pueden agarrar. Hete aquí que la susodicha Dama le indica al caballero que el océano ha cruzado y que su mismo aire respira. Como no puede ser de otro modo, los hermanos quedan para conocerse y saludarse como miembros de la familia fraternal que son.

El día llega y no parece que sean el sol o los cantores pajarillos quienes den la bienvenida a los inéditos amantes. La lluvia y su negro cielo, por un solo día, ese tan señalado, es quien da la bienvenida a la Dama que de tan lejos ha llegado y al caballero que pacientemente, por generaciones y eones ha esperado. La sorpresa es mayúscula cuando el Caballero no reconoce la imagen que en su mente había grabado de los retratos mencionados. No, no podía ser. La Dama contempla la extrañeza del Caballero; pero quizá no entiende que más que por el no reconocimiento se trata por el reconocimiento de algo más grande celeste, cósmico y divino. No puede ser, se dice para su interior. No puede ser Dios mío, estoy soñando, sigo soñando. Esto no es real, no puede estar sucediendo. Mis ojos me engañan. Quiero ver lo que quiero ver y no veo lo que debiera, la realidad. Eso es, me auto engaño.

Dada la inclemencia, los castos amantes se refugian en un hostal comercial de renombre, en el kilómetro cero, y allí dan buena cuenta de humildes y suntuosas viandas. El Caballero no deja de observar el rostro de la Dama. Sigue sin dar crédito a sus ojos; pero se pregunta ¿Y si la Dama también hubiere soñado conmigo, lo digo o me lo quedo, será cosa del destino o solo una simple autosugestión, tan falsa como el resto del ilusorio universo? El Caballero, durante amena charla entrambos, ayudado por buen caldo rojo de Ribera del Duero, rompe su natural timidez y le cuenta a la Dama su onírica experiencia. La Dama escucha con atención; pero no da muestras de haber sentido lo mismo que sintiera el  Caballero. Demasiado bonito para ser cierto, se dice. Demasiado hermoso para que pueda durar, llora para sus adentros.

No existen las casualidades sino las causalidades, le dice ella. Una lámpara se enciende en su alma. Una lámpara de esperanza le dice que no desfallezca; pero que tampoco se precipite. Tantas veces se habrán encontrado en diversas vidas. Quizá el uno siendo bebé y el otro anciano a punto de viajar al oriente eterno. Uno buscando a la otra. Una buscando al otro, una y otra y otra vida, como en el día de la marmota. Podría ser tu Hija, te dices. No estás a su altura te vuelves repetir una y otra vez; pero sois hermanos carajo, te corriges. El mestizaje, eso es el mestizaje en todos los niveles de la Vida: Pobreza y riqueza, fealdad y belleza, juventud y madurez. Todo eso es accesorio, te dices. Lo importante es que ella pueda, como tú, descubrir la Luz de que tú eres parte de ella como tú sabes que ella es parte de ti. Quizá los sueños, atemporales, hayan sucedido en ambas almas; pero quizá ella aún no recuerde o quizá su sueño esté por llegar al Mundo de los efectos. No tengas miedo, te dices, tranquilidad y paciencia. Dá tiempo a la Verdad y al Amor que solo uno son y que ya son en el Mundo de las causas.

Casualidades, causalidades, casualidades, causalidades.

Ese rostro dios mío, no puedo quitármelo de la cabeza y ya no dejo de llorar. Lloro porque tal belleza en el mundo no puede estar aconteciendo  ¿Porque no Caballero? ¿Porque te niegas la evidencia? ¡Ah, ya sé! No quieres sufrir. No es necesario que sufras, déjate fluir como el Tao. Sigue siendo la espiga de trigo y no te conviertas, ahora, en el rígido tronco de un roble. Lo que tenga que ser será. No lo fuerces, no lo cubras de ansiedad. ¡Pero ella tiene que saberlo, de algún modo tiene que saberlo! ¿Saber qué Caballero? Que yo soy su Alma y ella es la mía. Que ambos formamos un solo ser espiritual y que nuestra estrella nos espera arriba, en el cielo estrellado. ¿Tratas de convencerla acaso? ¡No, no! No quiero, no debo…! Ella tiene que descubrirlo por sí misma si es que ya no lo haya hecho.  No puede ser de otro modo. No, nunca…

Un lugar, la vida es un Teatro, un lugar que se repite y te lleva a tu nacimiento e infancia. Todo como la flecha del destino te conduce hacia ese lejano lugar. El lugar donde al penetrar en el mundo olvidaste tu divinidad.  Allí, está ahora tu Amor, tu amada del alma, a la que solo has tocado levemente sus mejillas para darle el múltiple beso fraternal. A la que has tomado su mano para darle los toques de identificación. Electricidad has notado, una fuerte electricidad ha viajado por tu espina dorsal ¿Qué será cuando lentamente, sin prisas, os miréis a los ojos? A los ojos se mira con la intención de descubrir el brillo de nuestro común espíritu el aliento de las bocas mezcla las almas de ambos y en una se convertirán. Todo eso no ha sucedido y quizá, quien sabe, todavía no suceda o a lo peor jamás.

El día que vuestras almas se reconozcan mutuamente habrá sido por mirarse a los ojos y lo inevitable sucederá con un prolongado beso de amor, donde las almas fluyan hasta fundirse en una sola y jamás volverse a separar. El resto, ya está escrito en otro lugar, en vuestro sagrado corazón.

Que sea la hora o no, en vuestras manos está.
Aralba