martes, 22 de julio de 2014

Fraude en el lenguaje

Viene de antiguo. En la antigua Grecia un nutrido grupo de eruditos denominados sofistas hacían estragos en las mentes de los ciudadanos que se congregaban en las plazas públicas con el fin de disfrutar de una oratoria barroca y falta de contenido. Solo el más grande de los filósofos que anduvieron sobre aquellas tierras, Sócrates, supo desenmascararlos usando la Razón y la Lógica; pero lo cierto es que los sofistas no han dejado de medrar, en torno a la falsa filosofía, hasta nuestros días escondiendo sus sofismas en términos tan rimbombantes como es el metalenguaje.

Metalenguaje es un término más o menos moderno que indica que el orador o escritor esconde una serie de mensajes, más o menos trascendentes, en un lenguaje coloquial; es decir, sería otra forma de indicar que se trata de algún tipo de sucedáneo de la antigua y  conocida metáfora; pero lo cierto es, que el Metalenguaje al que nos tienen acostumbraos algunos modernos sofistas es justo todo lo contrario; dado que, utilizando un rico lenguaje que no duda en hacer uso de palabras moribundas, extranjerismos e incluso argot específico de determinadas materias, convierten un discurso en algo incomprensible y barroco, al menos para una mayoría de personas que no poseen una cultura, digamos, renacentista y que generalmente no posee un fondo verdadero; es decir, no se quiere decir otra cosa que: ¿Os dais cuenta de todo lo que sé?

Por regla general, la mayoría de la concurrencia, a dichos espectáculos lingüísticos, tan utilizado por los modernos políticos, se quedan anonadados ante la capacidad oratoria de los susodichos, salvo aquellos que son capaces de tener un espíritu crítico, los verdaderos filósofos, que al no comprender nada porque nada hay, se sienten engañados y estafados; pero lo que es peor, sufren viendo como la generalidad del público aplaude a rabiar tras un discurso insulso y que les consta que nadie ha comprendido.

Me consta que todos los racionalistas que nos lean saben a lo que nos referimos cuando al escuchar a algún moderno sofista, se quedan pensando, por un instante, y se dicen: Curioso discurso, es absolutamente imposible de rebatir y me está diciendo que las cosas son blancas y negras al mismo tiempo, intentando contentar a todos los asistentes. No me intenta decir nada salvo la gran capacidad egoíca del orador y la falta de respeto por sus oyentes o lectores, en caso de tratarse de algo escrito.

Cantos de sirenas saliendo de piquitos de oro. Encantadores de serpientes que cubren su falta de carisma con una técnica oratoria muy elaborada.

El niño que aún mantiene la inocencia del ser humano aún no pervertido por el etéreo humo de un barroquismo inconsistente ve al Emperador desnudo; muy a pesar de que el sofista nos quiera hacer comulgar con piedras de molino haciéndonos ver que el Monarca se encuentra arropado de los más lujosos y bellos ropajes. El Niño es el Filósofo para el que todo es desconocido y no hace más que cuestionar y hacerse preguntas.

Cuando asistamos a algún evento oratorio o leamos algún trabajo literario, actuemos como niños inocentes y con espíritu crítico. No dejemos que nos intenten manipular con etéreas entelequias sin consistencia alguna. Lo verdadero, con palabras sencillas se muestra y aún, siendo el filósofo barroco, su discurso siempre será meridianamente claro y comprensible.

Aralba