domingo, 22 de enero de 2012

El Terrorífico problema de confiar en maestros, gurús y otros supuestos guías espirituales


No queremos ser incomprendidos por habernos explicado de mala manera. Nosotros mismos hemos dicho, en alguna ocasión: Jesús es mi Maestro o uno de los grandes maestros ha sido Max Heindel y más recientemente que Rudolph Steiner ha sido mi verdadero maestro esotérico. No tratamos de decir que los diferentes maestros espirituales que ha generado la historia Universal no hayan servido para nada. Nada más lejos de nuestra intención, lo que tratamos de indicar es que cada Genio surge en su Tiempo para los habitantes de su tiempo. El Profeta, nos gusta más utilizar dicho término, aparece cuando se lo necesita por una generación determinada.

Para los niños recién nacidos no hay mejor alimento que la leche materna; pero ese alimento deja de ser útil cuando el infante comienza su ulterior desarrollo somático. Con ello, pretendemos concienciar  a nuestros lectores de que cada etapa del Ser humano y, consecuentemente, de la humanidad requiere de un determinado alimento intelectual, filosófico y espiritual. Cuando, por problemas educacionales, el niño se niega a crecer para convertirse en adulto se produce un estancamiento de su desarrollo personal y que impide un desenvolvimiento correcto en el futuro, dentro de su entorno, creándose problemas de conducta.

Con los dos párrafos anteriores, hemos querido mostrar no que las enseñanzas de los profetas hayan sido inútiles en su contexto histórico sino que pueden ser nefastas o al menos inútiles en nuestro propio tiempo. Podemos quedar rezagados si nos aferramos a las doctrinas creadas por los seguidores de los profetas de la lejana antigüedad, llámense Buda, Cristo, Manes, Zoroastro, Goethe o Rudolph Steiner… El conceder a los profetas de la antigüedad más crédito que a los contemporáneos nuestros es como si dijéramos que todo lo viejo es mejor que lo nuevo; cuando por el contrario, ahora somos capaces de procesar mayor cantidad de información y de mejor calidad que en el pasado.

El error proviene de considerarnos, a nosotros mismos, como simples animales evolucionados gracias a  un proceso circunstancial y que hay solo algunos de nuestros hermanos que han sido ungidos por algún determinado Dios. Es decir, damos por hecho que algunos, pocos, de nuestros congéneres están por encima de lo que jamás pudiéramos estarlo nosotros. Ese error de apreciación, tan común en la especie humana, es lo que hace que terminemos idolatrando a algunos hermanos de nuestra propia especie y terminemos convirtiéndolos, primero en líderes como Napoleón, Alejandro o Hitler y después en dioses como el caso de Jesús de Nazaret o Gautama Buda.

No obstante, siempre hay algo de cierto en todo ello y es como si depositando nuestra confianza en ese segundo o tercer personaje mítico, huyésemos de nuestra propia responsabilidad espiritual. Cuando los profetas, de los diferentes periodos de tiempo, se han dirigido a sus oyentes ha sido para indicarles que abran sus oídos y sus ojos a la voz y luz del Espíritu Eterno que mora en ellos, desde antes de su propio nacimiento. Al tratar al propio mensajero, pues de eso se trata, como si del propio creador del mensaje se tratase, sería como confundir al Pregonero del pueblo con su Alcalde, que al fin y al cabo ha sido quien ha realizado el pregón.

Tanto Zaratustra, como Gautama o Jesús, Mahoma o Steiner solo fueron los pregoneros de Dios; pero al no saber ubicar a semejante Entidad, la cubrimos con la corporeidad de los profetas que nos vinieron a hablar acerca de algo, alguna cosa trascendente, que se encuentra en todas partes y por lo tanto, también, dentro de nosotros mismos. Los Profetas, con unas u otras palabras nos vienen gritando que despertemos y abramos los ojos y nosotros, lo hacemos. Sí, nos despertamos a las seis, siete u ocho de la mañana para ir a trabajar y abrimos los ojos para que no nos roben en el metro o entendamos bien las directrices de nuestros jefes en el puesto de trabajo; pero como se habrán podido dar cuenta, en absoluto se trata de eso.

Lo que debe despertar es algo que duerme en nuestro interior y por lo cual nacimos y por lo cual seguimos vivos. Debemos abrir los ojos para comprender la Verdad y que, en la mayor de las ocasiones, no se corresponde con la realidad ilusoria que vivimos cada día. Sí, el peor pecado contra lo que llevamos en nuestro interior es delegar nuestra responsabilidad en los profetas que nos precedieron y que sus contemporáneos convirtieron en líderes y que nosotros mantenemos como gurús, maestros y guías espirituales si no dioses. En demasiados ámbitos, de la actual New Age, se habla de los maestros ascendidos o de lo que nos intentan enseñar Saint Germain, Cagliostro, Kuthumi, El Morya u otros.

Los seres humanos no somos solo seres animados condenados a la inexistencia, tras la muerte, salvo que algún Redentor nos salve y nos lleve con él a un cielo, edén o lugar parecido. Los Seres Humanos somos TEMPLOS DEL ESPÍRITU SANTO. En unos, ese espíritu está profundamente dormido, en otros está incipientemente abriendo sus divinos ojos; pero en algunos está plenamente despierto y conocen a su divino habitante del mismo modo que ellos son conocidos por aquel.

El hecho concreto del bautismo de Jesús es bastante explícito al respecto, dado que a nadie se le pasa por la cabeza pensar que Juan Bautista, el Profeta, era superior a Jesús el Maestro, incluso, cuando aún no se había posado el Espíritu, en forma de paloma, sobre éste. Cosa que sucede tras haber sido sumergido Jesús en las aguas del río Jordán de manos de su pariente Juan. Es el propio Juan quien nos indica, con sus palabras, en el evangelio que él no es digno ni de desatar las sandalias de aquel que viene tras él, Jesús el Maestro.

La función de los mensajeros, pregoneros, profetas, supuestos gurús, maestros y guías es hablarnos, de un modo u otro, para que comprendamos que debemos de despertar a la Verdad y ¿Cuál es la Verdad? ¡Que el Espíritu mora dentro de nosotros, que se encuentra dormido y que debemos hacer lo posible porque despierte!, ¡Que el Espíritu una vez que despierte debe ocupar el trono de la voluntad de su vehículo de manifestación, nosotros! Eso es, el Maestro es ese Espíritu que dirige al Hombre por el camino de su Destino divino de forma consciente, plenamente despierto y desarrollado en este plano de manifestación.

Mientras sigamos enganchados a doctrinas y religiones comandadas por sacerdotes ajenos a nuestro propio Ser Interno, estaremos atrapados por el engaño de que no somos nadie sin el apoyo de alguien externo a nosotros mismos. El niño tiene que aprender a desembarazarse de los brazos de su madre para convertirse en un Ser Humano completo. El Hombre deberá aprender, algún día, a desprenderse del cálido abrazo de la madre tierra para transformarse en el Ser Cósmico que realmente es. De eso trata su divino destino.

La única forma de hacerlo es del siguiente modo: Escuchemos todo lo que venga de otros, sean libros, conferencias o pláticas con el máximo respeto e interés; pero nunca como algo que debamos hacer porque sí. Nuestra intuición divina, más o menos desarrollada, nos indicará lo que debemos hacer con dicho conocimiento y desechará, hasta que pueda ser útil, todo aquello que, en ese instante, no le sirva y ese será el alimento que hará que nuestro espíritu crezca hasta tomar plena consciencia de su vehículo de manifestación o cuerpo humano. Es entonces cuando el Jinete, Maestro, toma las riendas de su montura y la dirige por el camino que mejor le conviene para cumplir con su escrito destino; pero nadie externo a nosotros mismos podrá indicarnos cual es ese camino, dado que el Maestro y el Plano de nuestras vidas  lo llevamos, en nuestro interior, con nosotros.

Aralba