lunes, 28 de noviembre de 2011

Teosofía de los Rosacruces: Conferencia II Los nueve principios de la entidad humana



En la conferencia anterior hemos hablado de la forma en que el llamado método rosicruciano establece su relación con el hombre y con toda la cultura. Aunque todos los conocimientos de los mundos superiores sólo se pueden adquirir por el vidente, por medio del desarrollo de las fuerzas espirituales superiores, dicho método también trabaja de tal manera que los resultados de la teosofía rosicruciana pueden comprenderse por el uso de la lógica común. Estos conocimientos se alcanzan mediante el sentido superior del vidente, mas para la comprensión basta la lógica humana común. Pero no hay que creer que lo expuesto en una sola conferencia ya puede resistir a toda supuesta crítica.

Esto sólo se logra si se examinan los hechos tomando en consideración todas las razones asequibles. Otra peculiaridad hemos señalado en la conferencia anterior, a saber, la de que el método rosicruciano se esfuerza por llevar la ciencia espiritual a la vida práctica. Por esta razón queremos dar todos los hechos en tal forma que los mismos puedan arraigarse en la vida de la realidad. Pero también con respecto a esta cuestión tengo que pedirles paciencia, pues al principio habrá aspectos que no parecen ser apropiados para penetrar en la vida práctica. Sin embargo, si con la vista se abarca el todo, se notará que las cosas en particular tienen en sí las condiciones que les permitirán fluir en los quehaceres cotidianos. El método rosicruciano puede dar a la investigación científica una sabiduría útil para la vida.

En primer lugar se dará un cuadro conjunto de la naturaleza humana. Llegaremos a conocer los distintos principios de la misma. Sólo si avanzamos objetivamente de grado en grado, sin perder nada de la vista, notaremos que todo está estructurado orgánicamente. Después vamos a considerar el destino del alma humana después de la muerte, como asimismo al hombre en su estado de vigilia, durante el sueño, y también al hombre muerto, con respecto a los distintos principios de la naturaleza humana. Además tendremos que contemplar lo que realiza el hombre desde la muerte hasta el nuevo nacimiento. Es una opinión muy generalizada que en el período después de la muerte el hombre es inactivo; pero no es así. Por el contrario, tiene que actuar y realizar un trabajo que en el cosmos tiene importancia. Después tendremos que explicar lo que es la reencarnación y el karma, el destino, en su relación con la evolución del hombre, mostrando también cómo la humanidad se ha desarrollado en tiempos pasados y cuál es la perspectiva de la futura evolución de la humanidad.

En esta conferencia me incumbe caracterizarles brevemente la naturaleza del ser humano. Hablando sobre este tema hay que tener presente que ante el ojo del que con ya desarrollados órganos espirituales de percepción va a contemplar la naturaleza humana, ésta se presenta mucho más compleja que para la observación sensorial común, la que se fundamenta en el intelecto humano, lo que sólo le permite observar una mínima parte de todo el hombre. Ya hemos aludido a que desde el punto de vista del ocultismo es erróneo llamar cuerpo físico lo que se presenta a simple vista. Este cuerpo físico, tal como se nos presenta, ya tiene en sí el cuerpo etéreo y el cuerpo astral; es la unión de estos tres cuerpos, y sólo si se pudiera sacar los otros dos cuerpos, se tendría ante sí la realidad del cuerpo físico humano. Este cuerpo físico es el miembro de la entidad humana el que ésta Posee en común con toda la naturaleza circundante, minerales, vegetales y animales.

Sólo observamos este cuerpo físico humano adecuadamente si nos decimos que el mismo se extiende hasta lo que abarca la afinidad del ser humano con el reino mineral que le circunda; pero es preciso tener presente que dicho miembro de la entidad humana no puede de ningún modo considerarse separado de lo demás del cosmos, pues las fuerzas que actúan en el cuerpo físico humano obran desde las vastedades del cosmos. Quien sabe apreciarlo lo siente aproximadamente del mismo modo como se experimenta el fenómeno del arco iris. Para que aparezca el arco iris es preciso que haya una bien definida constelación de la expansión de la luz solar, de las nubes cargadas de lluvia, etc.

No se puede hacer desaparecer el arco iris mientras exista la correspondiente constelación entre las nubes de lluvia y la luz del sol. Resulta pues que el arco iris es algo así como una consecuencia, un fenómeno que se configura por causas exteriores. En el mismo sentido el cuerpo físico es un mero fenómeno.

Las fuerzas que mantienen la forma del cuerpo físico se deben buscar en la totalidad del mundo que nos circunda. Ahora hemos de preguntar ¿dónde se hallan y cuáles son verdaderamente las fuerzas que conducen a que nuestro cuerpo físico aparezca dotado de una determinada forma? Esta pregunta nos hace ascender a mundos superiores, pues en el mundo físico sólo se percibe lo que es el fenómeno del cuerpo físico, y las fuerzas que componen este fenómeno se hallan en un mundo espiritual muy elevado. Por consiguiente tenemos que hablar un poco de los mundos que existen fuera de nuestro mundo físico.

Si el ocultista habla de mundos superiores, se trata de mundos que nos envuelven en todo instante; sólo hace falta abrir los sentidos para percibirlos, así como es preciso abrir el ojo para ver el mundo de los colores. Cuando se abren ciertos sentidos anímicos, los que son de un grado más elevado que los sentidos físicos, resulta que el mundo que nos circunda aparece penetrado de lo que se llama el mundo astral. La teosofía rosicruciana lo llama el mundo imaginativo, entendiéndose por imaginativo algo mucho más real que comúnmente se entiende por tal expresión. Se percibe un continuo aparecer y desaparecer de imágenes. El color que por lo común está fijo en los objetos, se halla en un múltiple transformarse dentro del mundo astral.

Más adelante llegaremos a conocerlo más exactamente. En el método rosicruciano popularizado, o sea, en el movimiento que se ha adherido a los rosicrucianos, dicho mundo también se llama el mundo elemental, de modo que en sentido rosicruciano las tres expresiones, mundo imaginativo, astral y elemental tienen el mismo significado. Después se percibe un mundo todavía más elevado, si se abren sentidos aún superiores: el mundo de las armonías de las esferas, el que penetra en el mundo de las imágenes y los seres de los colores. A este mundo se le llama el devachan, o el mundo mental, o también el Rupa devachan; en el lenguaje rosicruciano, el mundo de las armonías de las esferas, o el mundo de la inspiración, porque el sonido es el elemento inspirativo, cuando los sentidos están abiertos para el mismo. En el movimiento que se ha adherido al rosicruciano, también se ha llamado a dicho mundo el celestial. Nombres equivalentes son. el mundo inferior, o Rupa-devachan, mundo devachan, mundo de la inspiración, mundo celestial.

Finalmente tenemos un mundo todavía más elevado, el que abre sentidos aún superiores. El método rosicruciano lo denomina el mundo de la verdadera intuición, entendiéndose por intuición algo mucho más sublime de lo que se piensa según el uso trivial de esta palabra en la vida común. El verdadero sentido es: un identificarse, un introducirse en los seres, un conocerlos desde lo interior. En el movimiento que se ha adherido a los rosicrucianos se llama a ese mundo el de la razón. Se trata de un mundo tan por encima del mundo común que sólo hace caer una sombra en el mundo humano. Los conceptos racionales son débiles sombras de lo que en este mundo son realidades.

Por lo tanto, si queremos comprender la verdadera configuración del mundo, tenemos que nombrar, además de nuestro mundo físico, tres otros mundos. Detrás de las fuerzas que mantienen la integridad del mundo físico, hemos de buscar las fuerzas en el mundo supremo, el mundo intuitivo. Comparado con lo que en este último se puede encontrar como esencialidad, se nos presenta como débiles sombras lo que el físico encuentra en el mundo físico. Quien ascendiese al más alto de los mundos, encontraría entidades vivientes correspondientes a cada concepto que podemos formarnos de un cristal, o del ojo humano, etc.

Lo que aquí son conceptos, son sombras de las imágenes de entidades de ese mundo supremo, de modo que nuestro mundo físico está compuesto por fuerzas que en su verdadera formación aparecen en el Arupa-devachan, según el término teosófico. Podemos formarnos una idea todavía más clara si nos preguntamos qué se nos da en semejante contemplación del reino mineral. El hombre posee la conciencia del yo. Del mineral decimos que no tiene conciencia; sin embargo esto sólo es cierto mientras permanecemos en el plano físico. Si ascendemos a los mundos superiores, el mineral ya no carece de conciencia. Ciertamente, no encontramos el yo del mundo mineral, si entramos en el mundo elemental, puesto que para encontrar la conciencia del yo del mineral, tenemos que ascender al mundo supremo de los ahora enumerados. Así como un dedo no tiene conciencia, sino que para encontrar la conciencia del mismo, tenemos que pasar a nuestro yo, así también el mineral conduce a su yo a través de las corrientes cuyo curso podemos seguir hasta en la región suprema del universo. La uña de un dedo pertenece a todo el organismo humano; en el yo se encuentra su conciencia.

La uña está en relación con nuestro organismo de la misma manera como el mineral con el supremo mundo espiritual. Así existe un yo de todo el organismo, y al igual que el mineral, las uñas son la más extrema expresión del endurecimiento de la vida. El cuerpo físico humano tiene con los minerales en común el hecho de que al cuerpo físico, en cuanto el mismo es puramente físico, le corresponde la conciencia en lo alto del mundo espiritual. Como hombre dotado de una conciencia puramente física, sin saberlo, como hombre que posee un cuerpo físico que tiene su conciencia en las alturas, le corresponde la peculiaridad de que desde lo alto se influye sobre el cuerpo físico. Sobre lo que configura a nuestro cuerpo físico, no podemos influir. Al igual que nuestro yo actúa cuando movemos la mano, influye sobre nosotros un mundo superior en la referente a nuestro cuerpo físico; y así la conciencia del yo basada en el cuerpo físico promueve en nosotros los procesos materiales del cuerpo. Sólo el iniciado que se eleva hasta la intuición alcanza el dominio sobre su cuerpo físico, de tal manera que ninguna corriente nerviosa fluye por sus nervios, sin que ello sepa. Sólo así puede el iniciado unirse con los seres que viven allí en las alturas y que dirigen su cuerpo físico.

El segundo principio de la naturaleza humana tiene el hombre en común con el mundo vegetal y el mundo animal; me refiero al cuerpo etéreo o cuerpo vital. Para el vidente oculto dicho cuerpo se presenta con su forma aproximadamente igual a la del cuerpo físico. Es un cuerpo de fuerza. El que pudiera hacer abstracción del cuerpo físico, tendría ante sí el cuerpo etéreo, como cuerpo de fuerza al que atraviesan líneas de fuerza, las que han formado el cuerpo físico. El corazón humano jamás podría formarse dotado de la forma que le es propia, si en el cuerpo etéreo que impregna al físico no existiera el corazón etéreo. Este último contiene determinadas fuerzas y corrientes, las que son los arquitectos, los escultores del corazón físico. Esto es análogo a que, si se refrigerara agua en un recipiente, se obtendrían endurecimientos, formaciones de hielo. Este hielo es entonces agua endurecida; y las formaciones del hielo ya existían en el agua como líneas de fuerza. Así también se ha formado del corazón etéreo el corazón físico, y éste es simplemente un corazón etéreo endurecido, y las corrientes de fuerza del corazón etéreo le han dado la forma a aquello.

Quien pudiera hacer abstracción del cuerpo físico, percibiría el cuerpo etéreo, principalmente sus partes superiores, bastante parecidas al cuerpo físico. Pero tal semejanza sólo se extiende hasta la mitad del cuerpo, pues el cuerpo etéreo en realidad muestra una gran diferencia, en comparación con el cuerpo físico. Esto les resultará comprensible si les digo que el cuerpo etéreo del varón es femenino, y el de la mujer, masculino. Sin este conocimiento muchas cosas de la vida práctica permanecen incomprensibles. Por lo demás, el cuerpo etéreo aparece como una configuración luminosa y por todas las partes se extiende un poco por encima del cuerpo físico. El cuerpo etéreo lo tiene el hombre en común con el mundo vegetal.

Al cuerpo etéreo le es propio algo parecido a lo relativo al cuerpo físico: las fuerzas que mantienen la coherencia del cuerpo etéreo las encontramos en el mundo denominado el inspirante, o el mundo del Rupa-devachan, el mundo celeste. Todas las fuerzas que al cuerpo etéreo dan la coherencia son de un grado más bajo que las similares del cuerpo físico. Por esta razón es preciso contemplar esta cuestión de tal manera que se busque la conciencia del yo de los vegetales en dicho mundo de la inspiración, el devachan inferior; y en este mundo de las armonías de las esferas, en que se encuentra la conciencia del yo del mundo vegetal, se halla también la conciencia del yo que impregna el cuerpo etéreo del hombre, y que vive en nosotros sin que lo sepamos.

Ahora vamos a considerar el tercer principio de la entidad humana, el cuerpo astral, o, según la denominación rosicruciana: el cuerpo anímico. El hombre lo tiene en común con los animales únicamente. Donde se producen placer y pena, alegría y dolor, afectos y pasiones, tenemos el cuerpo astral como portador de tales experiencias interiores de un ser. Los deseos, las apetencias, etc. también están arraigados en el cuerpo astral. Al cuerpo astral a su vez hay que caracterizarlo diciendo: en él existe lo que igualmente existe en el mundo animal. El mundo animal también tiene conciencia. La naturaleza astral de los hombres y los animales mantiene su coherencia por fuerzas que se hallan en el mundo astral, el imaginativo, o, según la expresión rosicruciana, en el mundo elemental, de modo que la verdadera configuración de las fuerzas que mantienen la coherencia y le dan su forma propia, se pueden conocer en el mundo astral; y por la misma razón el animal tiene la conciencia de su yo en dicho mundo.

Así como con respecto al hombre hablamos de un alma individual, hablamos, en cambio, con respecto al animal, de un alma grupal, la que se encuentra en el plano astral, sólo que no en el animal individualmente, con su vida en el plano físico, sino la especie, la totalidad de los leones, o de los tigres, tienen un yo, el que, como alma grupal, ha de buscarse en el plano astral. Esto quiere decir que lo que aquí vive como animal sólo es comprensible si se puede seguir observándolo hasta en el plano astral. Al respecto, se descubrirían hilos que, por ejemplo, parten de los leones para unirse en el plano astral, formando el yo grupal de los leones individuales que viven en la tierra. Tal como el hombre tiene un yo individual, así vive en el cuerpo astral de cada uno algo de un yo grupal; y el hombre sólo se independiza del yo animal, cuando llegue a ser vidente en lo astral, uniéndose con las entidades astrales, esto es, si él va al encuentro con las almas grupales en el plano astral, del mismo modo que aquí se encuentra con los seres animales individualmente. Allí en lo alto se mueven seres los que sólo dispersos como tantos y tantos animales pueden descender al plano físico.

Al término de su vida vuelven a unirse en el plano astral con la otra parte del respectivo ser. En el plano astral el grupo entero de una especie animal es un ser con el cual se puede hablar como con un individuo aquí. Si bien su aspecto es algo distinto, no sin razón, en el segundo sello apocalíptico se caracteriza a esos seres de tal manera que se les dan distintas figuras, diciendo que se dividen en cuatro clases: león, águila, toro y hombre; pero hombre que todavía no ha descendido al plano físico. Estos cuatro animales apocalípticos son las cuatro clases de las almas grupales, las que en el plano astral son las más íntimamente vinculadas con el hombre en su alma individual. Ahora contemplaremos lo que el ser humano no tiene en común con el mundo que le circunda, contemplaremos la entidad que en el yo encuentra su expresión. Por este cuarto principio de su naturaleza el hombre es la flor de la creación física de la tierra, y sólo por éste se confiere a su naturaleza el principio que tiene la conciencia aquí abajo en el plano físico. Así como la conciencia mineral se halla en el Arupa-devachan, la de los vegetales en el Rupa-devachan, la de los animales en el plano astral, la conciencia del yo del hombre, como el cuarto principio de su naturaleza, se halla en el mundo físico. Sólo en su yo el hombre posee algo en lo que no penetra ningún otro ser, no entra ninguna conciencia ajena de un yo.

Con lo que precede tenemos al hombre cuaternario, como hombre físico, etéreo, astral y yo. Pero ahora se trata de que todo esto aún no abarca toda la naturaleza humana. Estos cuatro principios los tenía el hombre ya en la primera de todas sus encarnaciones aquí en la Tierra; y el paso por las diversas encarnaciones significa una evolución hacia la meta superior del hombre. La misma consiste en que, partiendo del yo, el hombre transforma ahora los tres principios antes enumerados. Si se observa al hombre del pasado remoto, en su primera encarnación terrenal, él obedece a todas sus emociones y apetencias. Es cierto que tiene sus cuatro principios, inclusive el yo, no obstante se porta como si fuera un animal. Si a semejante hombre se compara con un noble idealista de ahora, la diferencia consiste en que aquél, el hombre salvaje, aún no ha comenzado a transformar su cuerpo astral por la fuerza de su yo. El progreso inmediato evolutivo de la humanidad estriba en que el hombre vaya transformando su cuerpo astral. En tal persona el trabajo de transformación encuentra su expresión por el hecho de que ciertas cualidades primitivas del cuerpo astral ya están bajo su dominio interior.

Con respecto a ciertos instintos el hombre corriente de Europa Central se dice: a éstos puedo obedecer, a otros no. Aquella parte de lo que originariamente había vivido en su cuerpo astral y que el hombre haya conseguido a tenerla bajo el dominio de su yo, la denominamos el Yo espiritual; es el mismo principio al que también se ha llamado Manas: es el producto de transformación del cuerpo astral por el yo. Substancialmente
es idéntico con el cuerpo astral, sólo que se trata de otra clase de ordenamiento de lo que originariamente estuvo en el cuerpo astral y que se ha transformado en el Yo espiritual. El hombre que sigue desarrollándose a un grado más elevado adquiere la facultad de transformar a través de su yo, no solamente su cuerpo astral, sino también el cuerpo etéreo. Tengamos presente cuál es la diferencia entre el obrar sobre el cuerpo astral y el correspondiente al cuerpo etéreo. Si recordamos la que sabíamos a la edad de ocho años y si consideramos lo aprendido desde entonces, vemos que esto es realmente muy importante. Cada uno de nosotros se ha formado una gran cantidad de conceptos, los que le inducen a dejar de obedecer ciegamente a sus afectos y pasiones. En cambio si uno, por ejemplo, recuerda haber sido un niño colérico y hasta qué grado ha vencido a tal naturaleza, tendrá que confesar que de vez en cuando la cólera todavía se hará notar.

O también, cuán poco se ha logrado cambiar las condiciones de una mala memoria, y aún más, cuán escaso es el progreso en transformar las disposiciones características, la intensidad o debilidad del fuero interior. Frecuentemente he comparado la medida en que el hombre logra transformar sus temperamentos y otras cualidades con la lentitud con que avanza la aguja horaria del reloj. El camino hacia la iniciación del discípulo se basa precisamente en que el aprendizaje se considera meramente como preparación, mientras que para la iniciación misma es mucho más esencial e importante lo que se alcanza en cuanto a la transformación del temperamento. Si se ha transformado la memoria débil en buena, la cólera en apacibilidad, el temperamento melancólico en ecuánime, se ha alcanzado más de lo que se gana por todo el aprendizaje, pues aquello es una fuente de íntimas fuerzas ocultas y es la expresión de que el yo va transformando el cuerpo etéreo, no solamente el cuerpo astral.

En cuanto dichas disposiciones se pongan de manifiesto, es cierto que también hay que buscarlas en el cuerpo astral, pero si se quiere transformarlas, hay que buscarlas en el cuerpo etéreo, y sólo es posible cambiar su característica mediante dicha transformación. Aquella parte del cuerpo etéreo que el yo haya transformado, vive entonces en el hombre como lo que denominamos Espíritu vital, en contraste con el cuerpo vital. En la literatura teosófica se lo designa como Budhi. La substancia de la Budhi no es otra cosa que la parte del cuerpo etéreo, transformada por el yo.

Cuando el yo llega a ser tan fuerte que aprende a transformar no solamente el cuerpo etéreo, sino también el físico, como el más denso de la naturaleza humana -aquel que está constituido en tal forma que sus fuerzas se extienden hasta en el mundo supremo entonces decimos: el hombre desarrolla en sí el principio superior de su naturaleza actual, esto es, lo que se llama Atma, o el verdadero Hombre Espíritu. Las fuerzas que hacen posible la transformación del cuerpo físico se deben buscar en el mundo más alto. Para la transformación del cuerpo físico hay que comenzar con la transformación del proceso respiratorio.

(Atma quiere decir atmen, respirar). Mediante tal transformación cambia la naturaleza de la sangre, la que influye sobre el cuerpo físico, de modo que esto significa extender el obrar hasta en el mundo más alto.

Ahora bien, debemos hacer distinción entre dos formas de la transformación, y cuando se quiere expresarlo más exactamente, se habla de una transformación inconsciente, y otra, consciente. En verdad cada europeo ha transformado inconscientemente, desde su yo, los principios inferiores de su naturaleza.

Dentro del actual ciclo evolutivo los transforma conscientemente tan sólo con respecto a Manas; y si quiere aprender a transformar conscientemente el cuerpo etéreo, tiene que llegar a ser iniciado.

Tenemos pues los tres principios primitivos de la naturaleza humana, los que cada uno tiene, incluso el hombre más primitivo del primer escalón evolutivo, y dentro de los mismos el yo.

A partir de este estado comienza la transformación. Durante mucho tiempo había sido de carácter inconsciente; y la humanidad empieza ahora a transformar conscientemente el cuerpo astral. En el futuro todos los hombres transformarán conscientemente el cuerpo etéreo y el físico.

Repito: tenemos los tres principios primitivos: cuerpo físico, cuerpo etéreo, cuerpo astral y después el yo. El yo primero actúa transformando estos tres principios, lo que para el hombre del presente es un proceso del pasado; inconscientemente él ha hecho surgir, como disposición, el alma sensible, el alma racional, el alma consciente. En la teosofía rosicruciana se distinguen: el alma sensible, el alma racional, el alma consciente; sólo en el alma consciente aparece la luz de la transformación consciente; el yo comienza a promover conscientemente la transformación. Primero se desarrolla el Yo espiritual en el cuerpo astral. Dentro del cuerpo etéreo se desarrolla el Espíritu vital, que se corresponde con el cuerpo vital; después se desarrolla en el cuerpo físico el Hombre Espíritu, Atma. En total tenemos pues nueve principios de la naturaleza humana.

Para el aspecto exterior dos de estos principios de la naturaleza humana, el alma sensible y el cuerpo anímico, en cierto modo están, aquélla dentro de éste, como la espada en la vaina. El alma sensible está dentro del cuerpo anímico, haciendo aparecer los dos principios como uno solo. Así también forman un solo principio el Yo espiritual y el alma consciente, de modo que los nueve principios se reducen a siete, como a continuación se enumeran:

1. Cuerpo físico
2. Cuerpo etéreo, o vital
3. Cuerpo astral, con el cual está unida el alma sensible y después
4. el yo
y como los principios superiores:
5. Yo espiritual, o Manas, con el alma consciente
6. Espíritu Vital, o Budhi, y como el supremo
7. Hombre-Espíritu, o Atma

Así se nos presenta el íntimo conexo de la naturaleza humana, la que en realidad está constituida por nueve principios, con dos veces dos que están unidos.

En virtud de ello el método rosicruciano hace distinción entre tres veces tres = nueve principios, los que por dicho enlazamiento en cierto sentido se reducen a siete. No obstante debemos tener presente que en el siete se halla el nueve, pues de otro modo tan sólo llegaríamos a un aspecto teórico.

9. Hombre-Espíritu
8. Espíritu Vital
7. Yo espiritual
6. Alma consciente
5. Alma racional
4. Alma sensible
3. Cuerpo astral
2. Cuerpo etéreo
1. Cuerpo físico

El yo reluce en el alma, después empieza el obrar sobre los distintos cuerpos. Pero sólo se alcanzará el paso de la teoría a la vida, si realmente se contempla la naturaleza de esta concepción. Lo que aquí se toca, ha de guiarnos en la próxima conferencia, por la que ascenderemos a la contemplación del hombre durmiente, sus estados de vigilia y muerte.

Rudolph Steiner